Alicia Cadierno se emocionó la tarde del 6 de agosto de 2013. Fue cuando terminó de hacer la autopsia del primero de los cuerpos que llegaron al Instituto Médico Legal desde Salta 2141. Por sus manos pasan más de 200 cadáveres por año, pero no siempre se conmueve. "Ese día me ocurrió porque pensé que yo también podía estar en el lugar de los que esperaban que identificáramos a sus familiares muertos en la explosión", explica. Cuando lo pensó todavía desconocía la verdadera magnitud de la tragedia ni tenía forma de saber que, en los siguientes seis días, ella y los forenses tendrían que identificar a otros 20 cuerpos.
Cadierno es la directora del Instituto Médico Legal de Rosario. Trabaja allí desde hace 24 años y hace poco más de uno que está al frente de un cuerpo de seis médicos forenses. Tiene 59 años, es médica laboral y cirujana (aunque no ejerce la especialidad desde 1992) y, además, es docente universitaria de medicina legal. Sabe que muchos pueden suponer que su contacto habitual con la muerte la convierte en una mujer fría y sin emociones, pero afirma que es al revés y desactiva esa idea a poco de escucharla.
Hace un año estaba trabajando en su oficina del instituto, que da al bulevar Avellaneda, cuando escuchó una explosión. "La ventana vibró y me pregunté qué habría pasado, pero enseguida me olvidé y volví a mis tareas", recuerda ahora. Supo lo que había ocurrido un rato después, a través de la televisión. Una poderosa explosión había causado estragos en el edificio de Salta 2141 y los primeros reportes de testigos sugerían la posibilidad concreta de que hubiera muchas víctimas.
Reacciones. "Apenas vi las primeras imágenes supe que habría muchos muertos", cuenta. Como tantos rosarinos, sintió inquietud por saber si la gente a la que conoce y vive en la zona del desastre estaba bien y se abalanzó sobre el teléfono.
"Primero llamé a mi secretario, que vive en Catamarca y Balcarce, y también a una amiga, que vive en Oroño y Jujuy", rememora. Después se comunicó con cada uno de sus tres hijos. Ninguno había resultado afectado, así que a partir de ese momento pudo enfocarse en la tarea que la esperaba.
Las horas siguientes fueron de organización. Hubo llamados de las autoridades municipales y de la provincia. Se acordó un protocolo de trabajo y la morgue se preparó para empezar a recibir los cuerpos.
El primero fue el de una mujer y le tocó a Cadierno hacer la autopsia. Ese mismo día llegaron otros seis y los forenses empezaron a repartirse las tareas. Los dos últimos tardarían una semana en llegar al edificio de Avellaneda y 3 de Febrero para su identificación y determinación de causas de la muerte. "Llegábamos a las 7 y nos íbamos a las 3 ó las cuatro del día siguiente. Así todos los días", cuenta la directora del Instituto.
Dice que fue una situación "única", tanto en lo profesional como en lo personal, pero no por la cantidad de cuerpos que debió analizar junto a sus colegas sino por la causa de esas muertes. "Sentí una gran conmoción y vi cómo a todos los que trabajan aquí conmigo les sucedió lo mismo", cuenta.
—Usted está acostumbrada a lidiar con la muerte. ¿Qué le causó tanta conmoción en este caso?
—En primer lugar, vivo en un edificio y entonces tuve conciencia de que podía haberme ocurrido a mí. Además, me afectó entender que es algo que podría repetirse. Es la misma razón por la cual, un año después, me sigue provocando angustia.
También la conmovieron muertes puntuales como la de Hugo Montefusco, quien era cuñado de un eviscerador del Instituto, y la de Florencia Caterina, sobrina de un juez de Instrucción con el que ella y los otros forenses y empleados de la morgue mantienen un fuerte vínculo laboral. O el contacto con los familiares de los muertos que iban identificando, pese a que para los forenses se trata de una tarea más o menos habitual.
Recuerda, sobre todo, el caso de Carlos Laguia, quien no quiso entrar a reconocer el cuerpo de su hijo Santiago. "Lo hicieron tres amigos mientras él esperaba afuera", repasa compungida.
Lágrimas. Hace un año, después de identificar al primero de los muertos de Salta 2141, Cadierno abandonó en silencio una de la sala de autopsias y miró hacia afuera a través de los ventanales del instituto que dan al bulevar Avellaneda.
Su secretario notó que evitaba mirarlo y le preguntó si se sentía bien. Ella se dio vuelta y le respondió que sí, pero ya no ocultó su llanto.
"Nunca la había visto ni volví a verla así", confiesa el funcionario. Y ella agrega: "Me agobió la idea de que en ese momento no sabíamos cuántos muertos iban a traernos".
—¿Pudo olvidarse de lo que vivió aquellos días?
—Si no olvidara, no podría vivir. Pero a veces lo recuerdo.