"Todos los días vemos mujeres muertas y heridas; y si él siguiera vivo yo sería una de las miles de mujeres que viven llenas de miedo, aterradas porque ellos saben que son impunes", afirma Lorena Serrano. Cuando habla de "él", se refiere a Alberto Marconi, su ex pareja y padre de dos de sus seis hijos, el mismo que hace seis meses la torturó por horas, golpeándola, quemándola y disparándole en las dos rodillas, y quien luego de decirle "no te mato por los chicos", decidió pegarse un tiro. Lorena pasó meses inmovilizada, dice que se recuperó "bailando cumbia cruzada" y disfrutando de los mellizos de 4 años. "Me ves bien, pero las heridas del alma no se curan", comenta casi como pidiendo disculpas. Con esas heridas, enfrenta el día a día, la falta de trabajo y de vivienda, la necesidad de sostener a su familia. "Ahora voy a empezar a cocinar y a vender", dice con entusiasmo, pero insiste: "Las mujeres necesitan más ayuda, cambios en la Justicia, y más y mejores espacios donde ser contenidas".
A días del femicidio de una nena de apenas 12 años, brutalmente abusada y asesinada, esta semana organizaciones y mujeres de todo el país volverán a convocarse en una movilización por #NiUnaMenos —una marcha que surgió tras el asesinato de Chiara Páez—, donde las víctimas de la violencia y los familiares de las mujeres muertas volverán a encontrarse, y el reclamo por la declaración de la emergencia y políticas con presupuestos adecuados volverá a hacerse escuchar (ver aparte).
Sobrevivir. Lorena vive. Sobrevivió a su agresor en noviembre pasado, cuando una noche, tras una "reconciliación", el hombre de 56 años la torturó durante horas: la ató y la amordazó, le rapó el pelo, quemó los brazos y hasta la cara con una plancha, la ahogó con trapos en la boca y le pegó un tiro en cada rodilla. "El decidió no matarme y matarse él", recuerda, sobre la última escena de esa noche, cuando se acostó a su lado y se suicidó.
"Tengo recuerdos de todo lo que pasó, de los indecibles, pero también mis hijos me hacen acordar de otros momentos", cuenta Lorena en el sillón de su casa, el mismo donde pasó meses inmovilizada por los tiros en las rodillas. "Ahora puedo caminar, pero me cuesta mucho subir y bajar las escaleras, y también levantarme cuando me siento", dice de las marcas que aún le quedan en el cuerpo, y cuenta entre risas que apenas tuvo estabilidad para pararse empezó a bailar.
"Los médicos me decían que hiciera actividad —acota—, así que me fui al taller de cumbia cruzada, ahí me ayudaron y haciendo lo que me gusta, pude recuperarme, y a la semana ya estaba bailando".
La mujer de 36 años había sufrido golpes y agresiones desde el inicio de la relación, y también dos de sus hijas adolescentes que había tenido con una pareja anterior. Por eso, lo había denunciado por primera vez ya en diciembre de 2012, un corte tras el cual hubo idas y vueltas, y reconciliaciones.
"Es difícil verlo en ese momento, pero ahora cuando hablo con muchas mujeres que sufren lo mismo que yo, les digo que es posible tomar la decisión de alejarse de esos hombres, y hay que hacerlo porque son situaciones que de alguna u otra manera siempre terminan mal", afirma.
Lorena dice que ahora tiene "paz y tranquilidad", pero aclara: "Yo puedo decir eso porque él decidió matarse y no matarme, pero si no hubiera sido así, yo sería de las miles de mujeres que viven aterradas y desprotegidas, no sabiendo qué les va a pasar cuando esos hombres las encuentren o salgan de la cárcel".
Es más, entre sus recuerdos, cuenta: "El mismo cuando me torturaba me decía que ya no lo iba a joder más con la policía". Para Lorena, "el problema es que ellos saben que son impunes y eso queda claro cuando pasa que prenden fuego a una mujer, y le dan tres años de cárcel. La Justicia tiene que cambiar".
Contención. Sobrevivir, para Lorena, fue "primero sentir culpa por no haber podido evitar lo que pasó y recién ahora darme cuenta que no era así". Ahora, "sacar adelante" su casa y sus hijos es al prioridad, y tampoco es fácil.
Recibió una ayuda económica los primeros tres meses, y cuando apenas pudo pararse volvió a su viejo trabajo en una panadería. "Eran ocho horas parada cocinando y no me daban las piernas", cuenta. Por algunos pesos más, empezó a trabajar de noche en un bar, pero "dejar solas a mis hijas apenas adolescentes con los dos más chiquitos, me daba miedo".
Paga el alquiler como puede y cuando puede. "No nos sacan de acá porque saben de mi situación", admite. Ahora consiguió algo de dinero prestado para montar en la planta baja de su vivienda un local, mientras gestiona ante al municipio la posibilidad de tener un inmueble propio.
"Voy a empezar a cocinar otra vez, que es lo que hacía antes de que él me obligara a dejar de trabajar, y a vender pizzas, familiares y empanadas, y si puedo, poner otra mercadería", cuenta esperanzada con el proyecto.
"Se hace difícil salir adelante, a mí y a todas las mujeres que somos víctimas de este tipo de violencia —dice—. Económicamente por un lado, pero también porque los lugares de contención son pocos y somos muchas las víctimas de estos hombre. Los que hay, no dan abasto. Se necesita mucha contención y ayuda".