Diez minutos pasadas las 16, el juez José Luis Suárez se sentó para leer la sentencia. Afuera de Tribunales todo era expectación, una espera tensa, de brazos temblorosos y miradas inquisidoras reclamando justicia. La calle Balcarce, entre Pellegrini y Montevideo, estaba cerrada al tránsito. Allí, el Ministerio de Justicia armó una pantalla que transmitió en vivo un fallo que caló hondo entre los familiares y amigos de Emi y Facu. La condena de tres años de prisión de ejecución condicional e inhabilitación de 10 años para manejar no conformó, todo lo contrario. Generó un grito cerrado de bronca, impotencia y angustia desgarradora. Más de 300 personas estaban aguardando una pena efectiva que la Justicia no otorgó y que transformó en llantos y la continuación de un auténtico tormento.
La resolución lastimó las ansias y la resistencia del círculo más cercano de Emi y Facu. Es que hace más de un año que vienen reclamando con decenas de marchas un guiño de la Justicia, que para ellos no llegó. Fue una lucha codo a codo para hacer público el caso y para conseguir una sanción ejemplificadora ante un hecho de tremenda irresponsabilidad que se llevó la vida de dos chicos, demasiado temprano.
Otra cachetada. En esa batalla recibieron ayer otra cruel cachetada del destino que los pone otra vez en la inevitable obligación de seguir reclamando, entre búsquedas sin explicaciones y la necesidad de canalizar tanto dolor acumulado.
Familiares y amigos de Emi y Facu instalaron una carpa frente a Tribunales para seguir de cerca cada instancia del juicio oral. No se querían perder detalle y buscaban expresar un contundente gesto de acompañamiento para los padres de los chicos asesinados. Ayer, se organizaron alrededor de la pantalla enfundados con camisetas blancas con sus fotos, la fecha del fatal accidente y el pedido de justicia.
También estuvieron allegados y víctimas de otros resonantes casos de accidentes de tránsito, sumándose a la iniciativa.
Además había un pasacalle, carteles, banderines y globos, todos con el mismo mensaje, la misma ilusión, la misma espera. En menos de cinco minutos el juez Suárez dictó la condena, y esa atención derivó en un escenario sin consuelo. Algunos chicos se tapaban sus caras con las dos manos y los ojos se inundaban de bronca. Otros golpeaban al aire, con insultos entredientes, para sacar de adentro su ira inicial. La mayoría se abrazaba para contener las lágrimas que brotaban y se multiplicaban súbitamente.
Ante tanta efervescencia, algunos se desvanecieron y fueron atendidos por el servicio médico dentro de la carpa.
Cuando se esbozaron cánticos con insultos para la justicia y para el juez, las madres de algunos compañeros tomaron las riendas con personalidad y pidieron expresar el descontento sin estridencias desmedidas. Y en la calle, todo se encarriló sin excesos. Principalmente a través de aplausos y la repetición del pedido de Justicia.
La lacerante sensación de impunidad se apoderó por completo del momento. Y cobró más intensidad cuando las madres de Emi y Facu salieron del edificio y se metieron entre la gente.
"Hay que seguir", "esto no termina acá", "no bajen los brazos", "no se amedrenten", "esta lucha sirve", "estos jueces nos van a tener que mirar a la cara para explicarnos estas decisiones", "no aflojen, vamos a seguir al lado de ustedes", fueron algunas de las sentidas palabras que les acercaron a Fabiana y Valeria, las dos verdaderas abanderadas de esta cruzada, quienes más allá de estar desencajadas de tristeza, prometieron que van a seguir acudiendo a instancias judiciales.
Unos minutos después, Fabiana tuvo que sentarse en la escalinata de ingreso para recomponer sus fuerzas tras semejante desgaste. Allí, recibió la promesa de contención e incondicionalidad de todos los que la rodeaban.
Los más jóvenes, los amigos de Emi y Facu, vislumbraban la escena sin comprender acabadamente la decisión del tribunal. Y los más grandes, no encontraban demasiados argumentos para invitar a creer en un posible resarcimiento, en un futuro cercano.
Para todos ellos, la Justicia ayer ahondó heridas y desparramó un impiadoso manto de despojo que hizo desaparecer la esperanza de un castigo ejemplar en esta instancia.