Los compañeros de la parada de Ovidio Lagos y Quintana le decían El Correntino y no era porque sí. Gerónimo Escobar había nacido en Goya (Corrientes), también junto al Paraná, aunque sus años en Rosario ya eran muchos más que los que llegó a vivir en la ciudad litoraleña. “De familia grande, lleno de hermanos y sobrinos”, cuenta con la voz firme Rita, su compañera de los últimos 17 años.
Llevaba más de una década como peón de taxi, pero “lo que más le gustaba era la electricidad”, aclara su compañera. Ya lo habían asaltado varias veces, incluso le habían puesto una cuchilla cerca del cuello, y admitía ante Rita que en oportunidades tenía miedo y no le gustaba trabajar de noche. A ella tampoco le gustaba que lo hiciera. Pero el domingo era el cumpleaños de su hijo menor, el único que tenían en común; y quería hacer “unos pesos para el asado”. Se lo dijo a ella y también a sus compañeros. “Se fue a las 23, más o menos, pero nunca volvió”, dice la mujer. Ayer a la madrugada, lo balearon en Centeno y Callao, en un presunto intento de robo
Rita trabaja con adultos mayores. “Estudié para ser asistente de salud de la tercera edad y cuido personas con Alzheimer”, dice la mujer que todos los días iba en el taxi con Gerónimo hasta su lugar de empleo. El llevaba 13 años como peón y ocho con el mismo patrón, con el que “no tenía problemas”, relata Rita. La noche del jueves, tras dejar su domicilio no volvió a dormir ni a buscarla para llevarla a trabajar.
“Le habían traído el auto temprano y estaba pensando que lo tenía que llevar al taller, a las 8.30, para que lo arreglaran; entonces fue ahí que me dijo que iba a salir un rato a «hacer unos pesos para el asado del domingo», porque íbamos a festejar el cumpleaños del nene, que cumple 14”, cuenta su compañera. El también le decía “el nene”.
El hijo de 13 años era el que tenían en común. Se conocieron hace 17 años, cuando Rita ya tenía seis hijos de una pareja anterior y Gerónimo, del mismo modo, otros seis.
Gerónimo y Rita ensamblaron esa enorme familia, y sumaron al menor. Sin embargo, hacía apenas unos días que habían quedado los tres solos en la casa familiar, después de mucho tiempo. “El lunes se fue la última de las chicas, la ayudamos a hacer la mudanza y todo, ya son grandes”, cuenta sobre los últimos movimientos en el hogar de la zona oeste, ya no tan numeroso.
El asado del domingo para el festejo fue lo que lo impulsó a salir a hacer horas extras el jueves por la noche. Fue a la parada de siempre, en Ovidio Lagos y Quintana, la que compartía con compañeros con quienes cenaba todos los miércoles. Y de ahí salió con pasajeros.
“Lo apuntaron con un arma hace un tiempo y otra vez le pusieron una cuchilla cerca del cuello y de la cara, eso lo asustó”, indica la mujer, que remarca que entre sus costumbres estaba la de “volver a dormir siempre y nunca quedarse trabajando toda la noche”.
Es que Gerónimo trabajaba básicamente de día. Sin embargo, la tarea de chofer de taxi no era la que más le gustaba. “Era electricista, eso es lo que le disfrutaba”, recalca su compañera. Utilizaba esa actividad para hacer changas. Es más, ya tenía agendado un trabajo para los próximos días en la casa de una sobrina y de un compañero taxista.
Familia grande y litoraleña
Gerónimo “era de familia grande, estaba lleno de hermanos y sobrinos”, dice su mujer, que hasta desliza que probablemente esa era una de las razones por las cuales no pareció nunca muy extraño contar 13 hijos.
Con esa familia de padres y hermanos, Gerónimo llegó desde Goya, la segunda ciudad de Corrientes, cuando tenía 12 años. Y aunque siguió disfrutando de la vecindad del río, sin abandonar su condición de litoraleño, ya llevaba muchos más años como rosarino por adopción.
“Por eso le decían El Correntino”, recalca Rita, a quien a lo largo del relato no se le quiebra la voz, aunque suena algo rota. Se habían conocido a través de una amiga.
El jueves su mujer le había pedido expresamente que volviera temprano. “Se lo dije —recuerda—, pero a las 5.30 me llamaron”.