"No quiero volver". John Opara es un polizón nigeriano, de 13 años y muy pocas
palabras. Ayer por la tarde, medio en inglés y medio en dialecto ibu, el chico sólo atinó a decir
esta frase al enterarse que la Dirección de Migraciones, con conocimiento y consentimiento de la
Dirección Provincial de Minoridad, dio la orden de repatriarlo a su país de origen. Su caso no es
el único: la orden también le cabe a John Friday, de 15 años. Ambos jóvenes, y uno más
—Edmund Jac, de 17 años—, habían llegado el 12 de noviembre a San Lorenzo a bordo de un
barco con bandera de Mongolia. Desde ese momento los dos más chicos, y ahora con orden de ser
devueltos a Nigeria, estuvieron alojados en hogares del padre Tomás Santidrián. El mayor, en
cambio, pidió asilo y mientras se tramita su condición de refugiado, ya tiene tutor. Al cierre de
esta edición , Migraciones se aprestaba a llevar adelante la restitución de los otros dos chicos a
su país.
"Vamos a apelar por los dos John, porque ambos han expresado que no quieren
irse", aseguró ayer Santidrián, pasadas las 22.
¿Por qué dos de los jóvenes deben regresar y uno puede quedarse? Posiblemente
porque Edmund, el mayor de los tres, ya había subido al buque con cabal conciencia de por qué lo
hacía. No se sabe, pero lo cierto es que fue el único que solicitó formalmente refugio en Argentina
argumentando que en su país lo querían reclutar para combatir contra el gobierno.
Desde entonces quedó alojado en un albergue evangélico de la ciudad y a cargo de
Julio Agnoli, tutor nombrado por la Defensoría General de la Nación. Esa condición podría otorgarle
en seis meses la residencia permanente en el país y, antes, asistencia económica por parte de la
Acnur, el organismo de la ONU que ayuda a refugiados y desplazados.
Pero la situación de John Opara (que pide ser llamado Alex porque dice que "a la
gente de aquí le cuesta menos pronunciarlo") y la de John Friday es muy distinta. Apenas bajaron
del buque fueron entrevistados —traductor de inglés mediante— por funcionarios de
distintos estamentos del Estado (Migraciones, Dirección de Promoción de los Derechos de la Nación y
Justicia federal). Y las autoridades aducen que en esa instancia los chicos no pidieron asilo.
"Es increíble —se indignaba ayer Santidrián—, ¿quién puede pensar
que dos chicos que pasan diecinueve días en el mar con riesgo a morir, y que durante seis de esos
días no comen, puedan querer llegar hasta aquí para no pedir asilo? Cuesta creer que su objetivo
fuera llegar y volverse", ironizó el sacerdote.
En el hogar donde hasta anoche se alojaba John Opara se escuchó algo similar.
Tanto la encargada del lugar, María Rosa Rosso, como un joven que suele hacerle de traductor,
Rafael, confiaron que el chico expresó "siempre" un claro deseo de quedarse. Dicen que quiere
estudiar, al punto que sueña con ser ingeniero naval. También quiere trabajar y encontrar una "vida
mejor" que la que tenía en Nigeria tras la muerte de sus dos padres.
"Es comunicativo y colabora: lava los platos, barre, es cariñoso", aseguran
todos en la casa donde el chico convive con otros siete más, el marido de María Rosa y la hija de
ambos, una jovencita de 15 años que ayer no encontraba consuelo por la partida de su nuevo amigo.
Nadie entendía por qué Alex, tal como lo llaman ya todos en el barrio, debía volver.
Dos historias, el mismo deseo.
Nigeria, ubicada en el centro oeste de Africa, es el país más poblado de ese
continente, con casi 140 millones de habitantes que hablan más de 500 idiomas, aunque la lengua
oficial es el inglés. Por eso no es raro que los chicos que habían llegado a Rosario manejaran ese
idioma, musicalizado por un acento singular. John Opara —Alex, como se hace llamar— y
John Friday dialogaron con La Capital. Los dos dijeron, tajantes, que querían quedarse. El
primero, más expansivo, admitió que de Nigeria sólo extrañaba a su hermano de 7 años. El segundo,
con un habla más cerrada, se las arregló también para afirmar que, si lo regresaban a su país, se
las ingeniaría para volver a irse.
Las charlas se dieron en hogares distintos de Hoprome dos
días antes de que fueran conducidos de regreso a su país, pero el relato de los John fue calcado en
varios puntos. Se los veía tiernos, es que son poco más que dos nenes. Los dos repitieron que, en
Nigeria, fueron presionados para sumarse a bandas armadas. Que sufrieron violencia. Que en su país
"hay muchos problemas". Que lo que abunda es la pobreza.
Opara contó que hace cinco años perdió a su "pápa"
—fonéticamente lo dice así— y antes a su "máma". Que fue a vivir con una tía y su
hermanito. Que iba a la escuela. Que en su ciudad (cuyo nombre este diario no entendió, pese a
pedirle que lo escribiera) hay muchos grupos de chicos que lo querían hacer pelear y él se negó.
Dijo que le pegaron tanto que terminó en el hospital.
Por eso repitió (casi un latiguillo) que acá estaba "very
happy" (muy contento) y se quería quedar. Sin que nadie se lo preguntara, pidió a las "autoridades
argentinas" que lo aceptaran. Su anhelo era "volver a la escuela" y, de grande, estudiar ingeniería
naval.
El otro John habla un inglés que suena más gutural. Aun
así, se le pudo entender que vivía con su mamá, quien sabía que escaparía de Nigeria. Es más: contó
que esta fue su segunda experiencia como polizón. La primera, también este año, lo llevó a Brasil,
de donde regresó luego a su país.
Dijo que allá no iba a la escuela. "No money", dio como
razón. Que en su ciudad había bandas de chicos armados y "demasiados problemas". Que se embarcó sin
saber que llegaría a Argentina, cuyo fútbol era lo único que conocía. "Fuera de Nigeria", aclara,
podría quedarse en cualquier lugar. Todo con tal de "no volver". Por la pobreza, y por miedo.