La conmemoración de la tragedia de calle Salta 2141, ayer por la mañana, fue mucho más que un acto: fue un ritual. En esa suerte de ceremonia secular que a las 9.38 inició un lacerante ulular de sirenas, los familiares más cercanos de las 22 víctimas fatales tuvieron un triste rol protagónico. Subidos a un escenario que tuvo como telón de fondo el árido paredón donde hasta hace un año estaba el edificio que explotó por un escape de gas, padres, hijos, hermanos, esposos, amigos, se mantuvieron erguidos como pudieron. En carne viva. Algunos tomados de las manos. Otros llorando en silencio. Tapándose las bocas. Con las cabezas gachas. Mirando el cielo. Casi todos con una foto del ser que perdieron o con la palabra "justicia". En su nombre habló la madre de Maximiliano Fornarese. "No hay escuela que enseñe a seguir viviendo con este dolor", dijo, y advirtió que "con sólo uno que quede" la lucha por "justicia y memoria" no se detendrá. La voz quebrada en llanto de Cecilia Petrocelli cantando "Honrar la vida" dio rienda suelta a la emoción.
Catarsis, reclamos, homenajes, todo se condensó en el acto por el primer aniversario de la fatídica explosión de calle Salta. Por la tarde, los discursos fueron aún más encendidos (ver página 5).
Precedida por una vigilia que un grupo de familiares cumplió frente a Tribunales y una encendida marcha posterior a la sede de Litoral Gas, la llegada al lugar donde todo voló en mil pedazos hace un año marcó el inicio de la conmemoración de la que pocos rosarinos quedaron al margen.
Los cortes de tránsito en las calles cercanas eran el primero de los signos que delataban alguna asimetría con lo ocurrido aquel tremendo 6 de agosto de 2013.
Más adelante, la presencia de vehículos de Bomberos, unidades de rescate y Defensa Civil intensificaban la sensación. Pero al llegar a la esquina de Salta y Oroño, el carácter evocativo se volvió evidente.
Varios centenares de personas, encabezados por el entorno más cercano de las víctimas, rodearon el paredón que se levantó donde hasta el día de la explosión se ubicaba la entrada de las torres y un par de viviendas linderas, que primero quedaron destruidas y más tarde fueron íntegramente demolidas.
Los familiares subieron al escenario, coronado por un gran cartel que mostraba la cara de cada una de las personas fallecidas y el reclamo de justicia. A sus pies, y sobre el muro posterior, muchos fueron dejando flores.
Alrededor de esa tarima se ubicaron muchos sobrevivientes de la tragedia, una gran cantidad de rescatistas —bomberos, unidades especiales y gente común, hasta un grupo de albañiles que ese día ayudó a sacar víctimas— y conmovidos vecinos del barrio y el resto de la ciudad que intentaron sumarse anónimamente al homenaje.
Entre ellos, con perfil bajo y sin hacer declaraciones, también participaron del recordatorio la intendenta Mónica Fein, buena parte de su gabinete, funcionarios provinciales y concejales.
La hora señalada. A las 9.38, cuando se cumplía un año exacto del momento de la explosión, dos sirenas rasgaron la mañana en un lamento que resultó lacerante. Si alguien quedaba allí sin llorar, ese pareció el toque de largada.
Luego de un minuto de silencio, se leyeron los nombres de cada una de las 22 víctimas fatales. Un coro les respondía al grito de "presente" y "justicia" entre escenas de profundo dolor.
La encargada de representar en público al resto de los familiares fue Alicia Vidal, madre de Maximiliano Fornarese, que leyó una emotiva carta manuscrita. "No esperen que pase el tiempo, se calmen las aguas y olvidemos", advirtió, convencida de que poco harían por sus seres queridos si sólo lloraran o gritaran.
La mujer dijo que les "calienta la sangre" que haya quienes intentar eludir responsabilidades o esconderse. "Vamos a llegar igual", prometió. Y recordó que entre ellos están los "inescrupulosos que sólo piensan en recaudar" y los "inoperantes e inexpertos" a los que "la soberbia no les dejó ver que no podían con esto y avanzaron igual".
Después, la potente voz quebrada de Cecilia Petrocelli cantando "Honrar la vida", de Eladia Blázquez, le puso el cierre con extrema emotividad al acto.
Más tarde llegó el tiempo interminable de los abrazos, las caricias, los besos. De gente que se reencontró o que fue a buscar a otros para ofrecerles una palabra, un mimo, un recuerdo.
Y volvieron a escucharse relatos de bomberos rememorando los días que pasaron sin dormir, primero para trabajar y después por miedo a soñar con lo que habían vivido; la ilusión desfalleciente de encontrar gente con vida; las lágrimas imparables de otras mamás, papás, hermanos, amigos; intentos por exorcizar el dolor y volver todavía más audible el reclamo de justicia. Ya pasó el primer año. Ahora van 366 días.