La violencia no fue sólo la de los muertos y arrojados al mar, los detenidos desaparecidos en centros clandestinos, los hijos robados y los exiliados. La violencia en el espacio, esa que la última dictadura cívico militar ejerció a través de obras a gran escala, construcción de edificios y desarrollo de infraestructura, apropiación de sitios y negociados con empresarios cómplices, políticas habitacionales para ocultar los sectores populares y hasta cambios de nombres de pueblos enteros en pos de la construcción de "un nuevo orden", esa es la que más de 30 investigadores relevaron a través de fotografías y textos durante dos años. Un trabajo que quedó plasmado en 2018 en una muestra itinerante que pasó por Rosario y que ahora se convirtió en "La violencia en el espacio. Políticas espaciales de la Dictadura (1976/1983)", un libro editado por la UNR que hoy, a las 18, se presentará nada menos que en el Centro Cultural Fontanarrosa, un edificio levantado nada menos que de cara al Mundial de Fútbol de 1978.
Rosario no dejó de ser protagonista en este libro catálogo donde el arquitecto, doctor en Antropología e investigador del Conicet, Carlos Salamanca Villamizar compiló —junto a Pamela Colombo— el trabajo de los investigadores de todo el país. Una Rosario que aún hoy exhibe lo que este colombiano radicado en la ciudad llama "el legado" de esas violencias: la larga lucha por la democratización del río detallada en el texto de Cecilia Galimberti, el actual Las Flores conformado por las 600 familias de barrios populares que fueron escondidas tras de un muro durante la fiesta mundialista de Gabriela Aguila, o la campaña de paredes pulcras que cuenta Laura Liciani. De eso que pasó en los espacios y sus continuidades habló Salamanca Villagra con LaCapital. "Hay poblaciones, como los jóvenes de los barrios, que pueden habitar algunos espacios y no otros, esos son elementos de continuidad que se ven claramente en el espacio público y en las prácticas de la policía", consideró.
—¿Por qué la necesidad de transformar la muestra en libro?
—La diversidad de proyectos y la manera en que se describen a través de textos, pero también de abundante material gráfico, hicieron que mucho de ese material quedara afuera de la exhibición. El libro permite poner en valor todo ese material que quedó por fuera y que es parte de esos trabajos que abordan el espacio como instrumento en la construcción de ese nuevo orden que fue la dictadura.
—Allí se plantean cinco grandes ejes, ¿cuál fue el criterio?
—Había que establecer un orden para contar la historia, pero además estaba esa sensación a que siempre refieren los ex detenidos desaparecidos que es la sensación de sociedad fragmentada durante la dictadura, una sociedad donde existía el universo de los centros clandestinos de detención que ellos habitaban en paralelo a los festejos del mundial. Una sensación de universos paralelos casi esquizofrénica. Evidenciar esos compartimentos nos llevó a pensar en esos ejes. Los espacios a gran escala, primero, donde están las megaobras de infraestructura para exhibir poder, pero también las políticas para afianzar el territorio y la soberanía en las fronteras, o el caso del gobernador de Formosa que por decreto le cambió el nombre a 80 pueblos. Otra parte son "los espacios de expulsión", donde se establece la idea jerarquizada de sociedad proyectada en el espacio, no todos somos iguales y esas jerarquías tienen un orden en el territorio; por eso los villeros no pueden vivir en Buenos Aires y se produce su traslado al Conurbano, y los paraguayos y bolivianos directamente son expulsados. Así como en Rosario son trasladados a zona sur y se los amuralla para que los universos no se toquen, y no sean vistos para el Mundial de Fútbol.
—Lo que aparece en el espacio y lo que no...
—Es que el Mundial, como otras celebraciones (que aparecen en "Espacios de Esparcimiento") son la oportunidad de mostrar a la Argentina pacificada y reconciliada, y en eso los sectores populares son disonantes. Pero además en esos espacios de vida además se establece la forma correcta de usarlos y habitarlos de acuerdo a los principios de esa sociedad en construcción. Como el caso de Rosario y la campaña de limpieza de frentes que hizo en municipio bajo el lema "Ciudad limpia, ciudad sana, ciudad culta", donde incluso se involucró al ejército.
—Una preocupación por la pulcritud de paredes que persiste hoy en día en un contexto democrático ante muchas manifestaciones, se vio en las movilizaciones del movimiento de mujeres, así como en las marcas del 24 de Marzo.
—Hay cierta preocupación de algunos sectores ante el hecho de que ciertos principios aparezcan en los muros de la ciudad, lo que busca además correr el eje del debate. Como en la marcha de mujeres del encuentro nacional que se hizo en Rosario, donde el eje del debate era la impugnación de la violencia machista y se terminó hablando de los muros. Eso es cierto, la diferencia es el contexto actual de democracia; pero así y todo, nos hace pensar que ese es parte del legado existente. Otro caso paradigmático, es el de los jóvenes que ven impugnada su presencia en determinados espacios de la ciudad; como si algunas poblaciones pueden habitar algunos espacios y no otros, eso persiste en el espacio y se ve también en las prácticas de la policía con los jóvenes. Esto muestra elementos de continuidad.
—¿Cómo analiza el proceso de revertir esas políticas?
—Es muy largo y realmente muy difícil el camino. La ciudad de Rosario es un caso de carácter emblemático en la democratización del sector de la costa y al mismo tiempo muestra todas estas dificultades. Pero hay otros casos, como en Bernal, Buenos Aires, hay una empresa que recibió tierras en base a negocios realizados durante la dictadura, con acuerdos comerciales y políticos que fueron parte de ese proceso autoritario. A pesar de eso, actualmente allí hay un desarrollo inmobiliario del perfil de Puerto Norte, y ese espacio para nada ha podido ser democratizado.
—Está la continuidad de estas políticas en dictadura, pero además ya en democracia, hablamos también de nuevas violencias en los espacios, ¿cómo se inscriben esas violencias en los espacios actuales?
—Hay diferentes formas y expresiones, y depende de cada gobierno. Las exhibiciones de poder en el espacio público reaparecieron con las fuerzas de seguridad que reconquistaron el espacio público. Otro caso es el proyecto del gobierno nacional de hacer un Parque Nacional en Campo de Mayo, nada menos que un gobierno que habló de los derechos humanos como un “curro” y que propone “reconciliación”, que pretende avanzar sobre un espacio que fue centro clandestino de detención (“El campito”). En ese intento de intentar cerrar el pasado y tratar de clausurarlo, hay un ejercicio de violencia en el espacio, aunque en apariencia no lo sea. Ni hablar de las políticas de gatillo fácil en los barrios, donde también hay continuidad; o de las villas sindicadas solamente como sinónimos de delito, narcotráfico y vagos, que remite también a esas políticas habitacionales de las dictadura y que son resultado de ellas.