Si bien desde el ámbito de la seguridad siempre se ha minimizado su impacto, las consecuencias de la guerra de pintadas no sólo son estéticas. En algunos casos incluye, a través de la disputa, la concatenación de episodios violentos como la utilización de fuego para arruinar murales ajenos.
En febrero del año pasado, a horas de un clásico, quemaron paredes que exhibían los colores de ambos clubes: una de Newell’s en Colón y 27 de Febrero,y otras dos de Rosario Central en Cereseto e Hilarión de la Quintana y Avellaneda al 300 bis. En los hechos casi siempre se utilizaron neumáticos y se produjeron en horas de la madrugada, con una connotación de ataque y provocación.
También, aunque pocos, ha habido detenidos: en julio de 2012, la policía apresó a diez hinchas canallas en avenida Luis Cándido Carballo y Rawson por arruinar mobiliario urbano. En febrero de 2016, en la previa de un clásico, fueron detenidos 17 jóvenes en Ituzaingó y Constitución que pintaban un mural de rojo y negro. En enero de 2018, en Pellegrini y Circunvalación, hubo 5 demorados, también hinchas deNewell’s.
Desde el Concejo, advirtieron que ven con preocupación el reciente recrudecimiento de casos, y apuntan diferentes factores. “El problema en Rosario sigue siendo la falta de control de la calle. A veces son las pintadas, otras veces son los cuidacoches, otras veces las picadas ilegales. Pero la raíz del problema es el mismo. La Municipalidad necesita recuperar la presencia en la vía pública”, dijo el edil de Cambiemos, Roy López Molina.
Videovigilancia
El presidente de la comisión de Control y Seguridad del Palacio Vasallo afirma que hoy “la principal herramienta para detener las pintadas ilegales es usar bien las cámaras de videovigilancia. Pintar metros y metros de cordón o decenas de postes de luz lleva tiempo, ¿Nadie ve nada y dispara una alerta a la policía, a la Guardia Urbana o Control Urbano?”, se preguntó. Y agregó que desde su bloque propusieron “un centro de monitoreo unificado para mejorar la eficiencia, pero hay que complementarlo con el control de los operadores que en un momento concreto están mirando las cámaras”.
“Hay lugares de la ciudad que ya nos acostumbramos a ver pintados, y eso es lo que hay que cambiar. Por un lado, las pintadas ilegales son daños directos al mobiliario público, en los que se gasta muchísima plata que pagan todos los rosarinos con sus impuestos para despintarlos o blanquearlos”, lamentó.
Además, apuntó que “la mayoría no tienen que ver con el folclore del fútbol o el fanatismo”, sino que “es una manera concreta de grupos de barrabravas vinculados al delito, en particular la venta de droga, para marcar territorio y hacer valer su poder o jefatura en una determinada zona. ¿O quiénes pagan litros y litros de pintura?”.
López Molina indicó que se necesita “de la voluntad de todas las partes involucradas, directa o indirectamente, para frenar el vandalismo, que nos sale mucha plata”. Y adelantó en ese sentido que reflotarán el compromiso firmado en 2016 con los clubes de la ciudad para revertir la situación, e invitarán a la Municipalidad a promoverlo.
En tanto, hay otra lectura que dice que, aunque a veces se quiera restringirlo a una mirada superficial, vecinal y estética, el de las pintadas es un fenómeno complejo y por eso requiere, además de una política de control, incorporar visiones que comprendan otros elementos socioculturales.
“Hay miradas muy interesadas que encierran esta problemática sólo en las barras bravas, o que las reducen a conflictos violentos exclusivamente en las periferias, y no es así. Es complejo, porque excede con creces esa mirada antojadiza y desatinada”, opina el concejal de Ciudad Futura Pedro Salinas, quien también integra la comisión de Seguridad.
Para el militante social, se trata de “un fenómeno muy extendido, que no reconoce fronteras en clases sociales ni zonas” de la ciudad. “Lo que conocíamos como folclore se transformó en violencia porque así pasa con casi todo en Rosario: tenemos que entender que exacerbar la pertenencia a tal o cual club de fútbol no es simple fanatismo, sino que son nichos estructurantes de identidad. La disputa es cultural”, reflexionó.
En ese marco, advirtió que “se puede, y se debe, mejorar mucho las políticas de control, pero con eso solo no alcanza; tenemos que ofrecer otras alternativas de construcción identitaria que estén lejos de la violencia, y eso va más allá del fútbol”. Por eso, insistió en que “el rol del Estado no debe limitarse simplemente a mejorar los mecanismos y dispositivos de control, sino también a fortalecer experiencias que ya se vienen desarrollando, como escuelas de gestión social, centros culturales, distintos espacios donde se entretejen vínculos identitarios distintos, donde lo que articula y da sentido de pertenencia no es la violencia”.
“En definitiva, creemos que de eso se trata la política: no sencillamente de resolver los problemas, sino de hacerlo pero para construir una sociedad mejor, más justa e igualitaria. Sólo así lograremos construir una ciudad menos violenta”, cerró Salinas.