Once familias usurparon dos terrenos en Paraguay al 3000, en el corazón de villa
La Lata. Son mujeres menores de 30 años con chicos pequeños. Dicen que no tienen donde vivir y que
a ellos "nadie les da nada". Uno de los terrenos pertenece a la parroquia que está enfrente, María
Madre de Dios, donde alguna vez se proyectó construir un centro comunitario; el otro, a un
particular que ya contrató a un abogado para mediar en el conflicto.
Las mujeres tienen entre 20 y 30 años. Están detrás de un portón de chapa con
los niños en brazos y miran con una mezcla de enojo y desconfianza. Usan piercing, los chicos
juegan entre sus piernas y ellas se turnan para custodiar el terreno que usurparon hace cinco
días.
"Esto era un baldío y nosotros no teníamos dónde vivir", son las primeras
palabras que se atreve a decir una. "Nos quieren sacar de acá pero, ¿para qué?, si esto no sirve
para nada", dispara otra. "Nosotras limpiamos todo y construimos nuestras casas", agrega una
tercera y remarca: "Lo hicimos solas, porque acá no hay hombres".
Lo que construyeron está lejos de ser lo que se conoce como casilla. Con cruzar
el portón de acceso al lote se advierte un rejunte de chapas, tirantes y trozos de madera. Todo en
medio de escombros y pastizales. Parecen establos. Divisiones de chapa que delimitan cada
"vivienda". Sólo tres tienen techo (de chapa también) y allí viven. "Cocinamos con una olla común y
para dormir nos amontonados en las casas con techadas", dice Soledad Villarruel, mamá de dos
nenes.
Hablan todas a la vez. "A nosotras no nos dan nada, salimos a cirujear, no nos
dan el plan y ahora ni el bolsón de Cáritas", dicen encimando las voces. "Cirujeamos y conseguimos
los materiales", cuenta Florencia Romero.
La mayoría de ellas tiene una historia similar. Vivían con sus padres, después
formaron sus parejas y tuvieron su primer hijo. Entonces la casa quedó chica y tuvieron que buscar
otro lugar para vivir. Esa es la explicación que dan cuando se les pregunta por qué se fueron a
vivir a ese terreno. "Desmalezamos, y antes de que esté vacío, mejor que vivamos aquí",
argumentan.
Con recelo. No todos los vecinos están de acuerdo con la llegada de los nuevos
moradores. "Esto va a ser cualquier cosa con esta gente acá, y seguramente va a haber más
inseguridad", dice enojada una vecina sentada en la vereda de enfrente al terreno de la
parroquia.
Otros llamaron a la policía para que los desalojaran. Pero un grupo está de
acuerdo con la usurpación. "No tienen dónde vivir", admiten.
En medio del debate, en el corazón de La Lata corría una infinidad de rumores.
"Ese terreno lo ocuparon piqueteros y vendieron las casillas a 1.700 pesos", decía uno de los
tantos.
En la misma cuadra de la parroquia, a dos casas, hay otro terreno que ocuparon
cuatro familias el miércoles por la noche. El dueño cedió a que los usurpadores usaran el lugar
mientras su abogado intenta encauzar la situación. “Nosotros limpiamos”, dice Malvina
Figueroa, una mamá de cuatro chicos que habla parada en el medio de dos montañas de escombros.
El piso de tierra está prolijamente barrido y hay dos mesitas armadas con cinco
ladrillos. Encima está la pava, yerba y azúcar. En ningún lado se ve leche, y eso que hay siete
chicos que corren por todos lados.
Tampoco hay muebles. Sólo un sillón de tres cuerpos roto que sacaron a la
vereda. Malvina dice que para dormir van a armar una carpa.
“Vivíamos en la villa, pero en casitas muy chiquitas donde ya no
entrabamos”, explica Yanina Rodríguez, que hace tareas de limpieza “en negro”,
tal cual aclara varias veces. Otra cuenta que vive “del plan” (por los programas de
asistencia social).
Están enojadas. “Hace un año vino a censarnos la gente del plan Rosario
Hábitat, pero después nos dijeron que se habían perdido los papeles. Necesitamos que venga una
asistente social para ver el estado en el que estamos”, remarca Maira Brizuela.
“Queremos que alguien nos dé algo, que los del plan Hábitat hagan algo,
porque nosotros no tenemos dónde ir a vivir”, dicen. Mientras tanto se quedan allí. Son once
familias y hay muchos chicos. Ahora su casa es el terreno baldío de la parroquia.