Dice la leyenda que, hace muchos años, un rey del sudeste de Asia castigaba a los nobles regalándoles un elefante blanco. A estos animales sagrados no se los podía poner a trabajar, revender ni matar, en cambio demandaban un séquito de sirvientes para atenderlos y buena alimentación, lo que llevaba a los señores a la ruina, afrontando enormes gastos inútiles. "Esto es un elefante blanco", señala Guillermo Serpellini, un poco más cerca en el tiempo y la geografía, mientras recorre los pasillos del Hotel Britannia, que su abuelo compró hace 60 años. El edificio de tres plantas de San Martín al 300 es uno de los 49 con máximo grado de protección patrimonial en el área central. Sin embargo, está abandonado y su único destino certero parece el olvido. Tanto que, a inicios de año, sus dueños propusieron donarlo al Estado y se lo rechazaron.
El Hotel Britannia se inauguró en los primeros años del siglo XX. Fue construido por la empresa formada por los hermanos Alejandro y Pedro Máspoli, la misma que levantó entre muchos otros edificios el Hotel Savoy (San Lorenzo 1022), el Banco Francés del Río de la Plata (San Lorenzo 1098) y la Sociedad de Ahorro La Bola de Nieve (Laprida 813).
El emprendimiento, idéntico a las construcciones ubicadas en el barrio de la estación Victoria, en Londres, supo albergar a representantes de la corona inglesa y hombres de negocio atraídos por las oportunidades de inversión que abría la llegada del ferrocarril.
Entre sus huéspedes se contaron los ejecutivos de la Compañía Británica del Central Argentino. Isaac Newell vivió en el hotel por más de dos décadas y allí se firmaron los estatutos fundantes del Colegio San Bartolomé y del club Club Atlético Newell's Old Boys.
En las paredes del hall del hotel todavía se conserva una fotografía de aquellos días. El edificio de tres plantas, rematado por un pequeño mirador con cúpula, sobresale en medio de una calle empedrada, surcada por tranvías y carruajes. Poco se mantiene de esa elegancia, en el ingreso de techos húmedos, con parte del cielo raso caído, sillones de pana verde y un cartel manuscrito que advierte que el teléfono funciona "solo para recibir llamados".
Elio Serpellini heredó el Britannia de su padre, un comerciante que hace 60 años intentó probar suerte en el rubro hotelero. Ahora su hijo Guillermo está encargado del lugar, convertido en una pensión donde unas 50 familias comparten baño y cocina.
El hotel es una de las 49 construcciones incluidas en el catálogo de edificios de valor patrimonial de la ciudad con un grado de protección A, aquel donde sólo se admiten intervenciones de restauración científica, previéndose el mantenimiento de los tipos de usos originales.
Serpellini asegura que lleva quince años intentando reflotar el hotel, sin embargo, advierte, la tarea resulta "una carrera de obstáculos".
En ese derrotero, incluyó la solicitud de asistencia del Programa de Preservación del Patrimonio del municipio, de créditos del Banco Municipal, de varios organismos oficiales ofreciéndoles el inmueble para instalar oficinas y de varias constructoras para proponerles proyectos asociativos. La última vez, incluso, le ofreció a las autoridades del Pami que lo reciban como donación. Pero no fue aceptado.
"El municipio considera que este hotel debe ser preservado y que yo no puedo disponer de él. Pero es un edifico que no cumple ni siquiera el diez por ciento de los requisitos que exigen para la habilitación de un hotel. Por un lado, restringen mi derecho a disponer de la propiedad, pero tampoco me ofrecen algún tipo de asistencia para mantenerla", se queja Serpellini y asegura que "debería existir una contraprestación ya que se trata de un edificio de patrimonio histórico, centenario, del cual disfruta toda la ciudad".
La fachada del hotel permanece idéntica a la original. El paso del tiempo y el abandono se hacen patentes en su interior. Ni siquiera los pisos de pinotea y de cerámicos calcáreos, las escaleras de madera y el ascensor de hierro logran contrarrestar su mala racha.
El último de los embates fue la construcción de un edificio lindero. Los trabajos propios de la ejecución de la torre de diez plantas ocasionaron roturas y fisuras en techos, paredes y pisos.
Actualmente, en lo que fueron el comedor y los sótanos del edificio funciona un depósito del Registro de la Propiedad, en el resto de las instalaciones hay una pensión que alberga a unas 50 familias. "El negocio no da. No alcanza siquiera para mantener el edificio. Cuando fui a donarlo al Pami, ni siquiera vinieron a verlo. Es una propiedad de 600 metros cuadrados, que podría costar dos millones de dólares. Pero no le interesa a nadie", se resigna su dueño.
inmueble de valor patrimonial. El Hotel Britannia fue inaugurado en los primeros años del siglo XX.