Clave. Fernández encontró, en la emergencia, un estilo de comunicación.
La pandemia obligó a Alberto Fernández a medir en tiempo real, y en diversos tableros, los múltiples costos y beneficios de cada medida. Impactos sanitarios, económicos, sociales. También políticos. Ayer, los mandatarios de Santa Fe, Buenos Aires, Córdoba y el jefe de Gobierno porteño le demostraron que hacen lo mismo.
En la flexibilización gradual de la cuarentena que va haciendo el gobierno sobrevuelan riesgos implícitos: que el aislamiento sea terminado de hecho por una sociedad agobiada por el frenazo económico y el encierro. Y peor: que todo el esfuerzo para achatar la curva se vaya al tacho de basura.
El presidente, que encontró en la emergencia no sólo su misión histórica sino también un estilo de comunicación, hace malabares entre las demandas —muchas veces contradictorias entre sí— que le plantean epidemiólogos, gobernadores, intendentes, empresarios, sindicatos, movimientos sociales y lobbies varios, como el de los runners.
Lo cierto es que, con algo de tiempo a su favor, sentido común y los manuales de marketing guardados en los armarios de la Olivos, Fernández logró diferenciarse de sus pares.
La politóloga María Esperanza Casullo definió de esta forma el mensaje presidencial del sábado pasado: "Un discurso que se presenta siempre basado en consenso técnico (expertos/as) y políticos (gobernadores) y con énfasis en datos, gráficos, plan. Algo bastante novedoso".
Sin embargo, esta vez Fernández se cortó solo: anunció que todas las personas (aún las que viven en las zonas pintadas de rojo en el mapa del coronavirus) podrían salir una hora por día a recrearse, pero no lo había acordado con los gobernadores.
Justo, como dijo el presidente, en un momento en el que los mandatarios provinciales tendrían más responsabilidades. El mayor juego de los gobernadores e intendentes implica una socialización de los beneficios si la cosa funciona, pero también se compartirán las pérdidas si la situación se desmadra.
El temor a repetir escenas como las del viernes negro en los bancos subyace en la decisión de Omar Perotti, Juan Schiaretti, Axel Kicillof y Horacio Rodríguez Larreta de desmarcarse del presidente. Puro instinto de supervivencia: es más fácil entrar en la cuarentena que salir.
Las filminas que exhibió Fernández dejaron ver el plan, al menos tentativo, que tiene el gobierno hasta llegar a una "nueva normalidad".
Más allá de todo, era un buen paso: la cuarentena supone gestionar expectativas, ansiedades. Inyectar dosis precisas de temor al colapso del sistema sanitaria y, a la vez, confianza en el Estado y la sociedad, pero con un horizonte.
Sin embargo, la liberación progresiva de actividades y personas torna la situación todavía más compleja. Demanda claridad de autoridades y ciudadanos sobre qué se puede hacer y qué no en cada distrito. Lo que puede estar permitido en un lugar puede estar prohibido a pocos kilómetros de distancia. A ese descontrol se rebelaron ayer los cuatro gobernadores.
Una curiosidad: el adjetivo que se agregó a la cuarentena es "administrada". Para el sociólogo alemán Max Weber —uno de los autores de referencia del presidente— la forma moderna de administración es la burocracia, que implica reglas claras y permanentes para limitar la discrecionalidad. Aquí lo permanente es la incertidumbre: las normas se van creando sobre la marcha.
Por lo pronto, el 10 de mayo habrá otro examen. Autoridades y ciudadanos tendrán que hacer los deberes en estas dos semanas para no reprobar una prueba decisiva.