Milagros tiene dos hijos, Mateo, de dos años; y Jimena, de uno. Uno en cada brazo la mayoría del tiempo. Con ellos y sus “bártulos” a cuestas quedó varada en Rosario desde mediados de julio. La joven de 23 años logró salir de una relación en la que sufría violencia de género e intentó llegar a Misiones, donde viven sus padres, pero en plena pandemia no la dejaron ingresar a esa provincia ni que sus hijos se quedaran allí con los abuelos y tuvo que volver a Rosario. Varada en la estación de servicios de Santa Fe y Francia comenzó a pedir ayuda. “Me quedé ahí, bien frente a la Facultad de Odontología y empecé a llamar por teléfono a ver dónde íbamos a dormir”, relata en el hogar de las Hermanas Adoratrices del Santísimo Sacramento, donde fue alojada con la intervención de la Dirección de Infancia de la Municipalidad. Ahora, tras un viaje frustrado en la madrugada del lunes con más de seis horas de espera en una Terminal de Rosario completamente cerrada, tiene programado una nueva salida para mañana.
“Estamos ansiosos, fue mucho el ir y venir, sobre todo para los chicos, y Mateo es que el más pregunta por los abuelos”, cuenta la joven, que como a muchos que atraviesan situaciones críticas, las medidas tomadas en el marco de la pandemia pusieron al límite.
Sonia Colacelli, directora de Infancia del municipio, consideró que el contexto extraordinario de la pandemia “agudizó situaciones ya de por sí críticas que requieren de la actuación del Estado”, y agregó: “Hay que tomar la singularidad de estos casos para transformarlos en política pública. Desde el 20 de marzo tenemos teléfonos abiertos, conocimos la situación de Milagros e intervenimos, quizá haya situaciones que se nos puedan pasar”, admitió (ver aparte).
Aunque nació y se crió en Rosario como la tercera hija de sus padres adoptivos, Milagros vivió en varias ciudades y más de una vez le tocó pedir ayuda. Su primera partida de la ciudad fue con su primer marido, con quién se instaló en Neuquén. Ya entonces sufrió violencia de género durante su primer embarazo, que no pudo llegar a término, y después nació Mateo, de ahora dos años.
“Al mes de haber nacido volvieron las situaciones de violencia y ahí dije basta”, cuenta sobre el momento en que, con el apoyo de su familia, decidió volver a Rosario. Su segunda hija nació de su segunda pareja, con quien se había instalado en Funes.
Otra vez sufrió violencia y volvió a separarse. Esta vez, sus padres ya estaban instalados en Misiones, pidió ayuda a través de la línea 144, y tras estar alojada en un centro de protección con sus hijos, viajó a Reconquista, donde vivía su padre biológico.
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El encuentro no fue lo que esperaba. “El recibimiento que yo había imaginado, no fue tal”, admite y recuerda que allí comenzó el periplo para llegar a Caá Yarí, una localidad a pocos kilómetros de Posadas. Con un remís, que insumió todos los ahorros de la familia, emprendió el viaje, pero al llegar a San José, el límite entre Corrientes y Misiones, no le permitieron pasar.
“Me pidieron cuanto papel se les ocurrió, los tenía todos, hasta los hisopados de Covid negativos, pero me dijeron que ni yo ni los chicos teníamos domicilio en la provincia y nos negaron el ingreso”, relata.
Durmió tres noches en el auto pidiendo que al menos le dejaran entregarle los chicos a los abuelos y volver a realizar los trámites, pero se lo negaron. La decisión no le dejó otra alternativa que volver.
Sin lugar dónde ir
Lo que Milagros no imaginó al llegar a Rosario nuevamente fue que no encontraría lugar dónde alojarse, ya que su hermana se encontraba en cuarentena por la pandemia y no le permitían quedarse allí. Quedó varada con sus hijos en una estación de servicios, llegó hasta la Dirección de Infancias, que consiguió alojarla en el hogar de Balcarce al 3400.
“Llegar acá y encontrar contención fue un gran alivio”, afirma en el espacio donde vive hace más de tres semanas vive con sus hijos, a la espera de un nuevo viaje.
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“No tengo forma de costear otro auto”, dice a la espera de la coordinación interprovincial de un servicio que le permita recorrer los casi mil kilómetros que la separan del pequeño municipio misionero. Con todos los permisos, incluso los de ingreso a Misiones que se vencen cada 96 horas y está obligada a renovarlos, hubo una primera chance en la madrugada del lunes, cuando un colectivo pasaría a la 1.30 para llevarla hasta Posadas.
Con la Terminal Mariano Moreno cerrada, los dos chicos, sin baño ni lugar donde pedir siquiera un vaso de agua, esperó el micro que nunca pasó. “Se había roto y nunca nos enteramos”, cuenta tras seis horas de espera. Volvió al hogar, renovó los permisos y sigue esperando, ahora para viajar mañana a la tarde.
“Me alivia hablar con mi familia”, dice sin ocultar la ansiedad que la atraviesa tanto a ella como a los chicos. “Las hermanas son muy atentas, conmigo y con los chico. Pero ya quiero que esto termine”.