En diciembre pasado Rosario prohibió por ordenanza el uso del glifosato en toda la ciudad. Hubo presiones, idas y vueltas, la amenaza de un veto y la presentación del Ejecutivo de una contrapropuesta que aún no se trató. La publicación en el Boletín Oficial mantiene la normativa en plena vigencia. "No es la primera ciudad que lo hace, pero es un punto de inflexión y un hecho simbólico clave en Rosario, que es la capital de la soja y por donde sale toda esa riqueza", afirmó Patricio Eleisegui, autor del libro "Envenenados", que ya tiene dos ediciones y que ayer se presentó en el Concejo Municipal.
El incremento por mil del uso de transgénicos y pesticidas desde mediados de los 90, su historia en la Argentina, el negocio de unos pocos y las letales consecuencias para las poblaciones fueron los puntos por los que atravesó el periodista a lo largo de la charla, convencido de que "la decisión de Rosario de prohibir el glifosato puede extenderse como mancha de aceite a otras ciudades". De hecho, en la capital provincial, la iniciativa ya está presentada y el germen del debate se plantó en ciudades como Esperanza, Recreo y Rincón.
Bonaerense, de la zona de Trenque Lauquen, donde antes había muchas vacas y ahora sólo hay soja, Eleisegui presentó por primera vez su trabajo en 2011 y fue reeditado en 2013 con información actualizada. En la tapa aparece Fabián Tomasi, un hombre de la localidad entrerriana de Basabilbaso que sufre una polineuropatía tóxica severa tras haber trabajado durante años cargando y descargando agrotóxicos, siendo rociado por los pesticidas, y que "ya no puede mover ni las manos por el avance de la enfermedad", cuenta Eleisegui.
Ese es uno de los testimonios que aparece en el libro y que llegó incluso a la televisión italiana, en un informe en el que el periodista bonaerense también tuvo participación.
"Lograr una norma, como lo hizo Rosario en un hecho simbólico clave, porque el Gran Rosario es la capital de la soja, marca un antes y un después, y puede lograr un efecto dominó, como una mancha de aceite que se extienda a otras localidades", aseguró Eleisegui, que hizo la presentación acompañado del concejal Osvaldo Miatello, impulsor de la iniciativa.
En ese sentido, no sólo apareció el ejemplo de Santa Fe, donde ya hay un proyecto presentado por la organización Paren de Fumigarnos para tratarse formalmente en las próximas semanas, sino incluso en otras ciudades de la provincia como Esperanza, Rincón, Recreo, y localidades del cordón agroexportador como Timbúes y Puerto General San Martín, donde "las poblaciones están movilizadas para abrir estos debates".
Para el autor, la ventaja de Rosario es "cuantitativa por ser una gran ciudad y cualitativa, porque de la mano de acciones de la Facultad de Medicina de la UNR y su fortaleza académica, se han logrado mayores niveles de conciencia".
No obstante, consideró que "es imperioso que el sector de la salud intervenga, exponga las matrices epidemiológicas que aparecen en los pueblos fumigados y la relación de las enfermedades con el medio ambiente, así como también el sector judicial debería activarse".
Dos décadas
La línea histórica que planteó Eleisegui comenzó en 1996 con la aprobación del uso de la soja transgénica resistente al glifosato. Con el argumento de garantizar la producción de alimentos, esto significó la expansión del 60 por ciento de la frontera agropecuaria, multiplicó al 1.000 por ciento el uso del glifosato y logró en los primeros años del siglo XXI la consolidación del modelo de producción basado en la siembra directa, el monocultivo de soja y el uso de pesticidas.
"Se instala el modelo basado en el mito de que es la única forma de hacerlo y que es más barato, cuando en realidad elimina a los pequeños productores, favorece a los pooles de siembra y a las multinacionales —Monsanto, Bayer, Basf, Syngenta, Du Pont y Dow— que concentran el ciento por ciento de las semillas transgénicas y el 76 por ciento de los agrotóxicos", detalla.
Las consecuencias sanitarias, el incremento de los casos de cáncer y malformaciones, la presencia de agroquímicos en frutas y verduras, e incluso tanto en sangre como la leche materna de pacientes evaluados, son el cierre de la charla. Y allí el testimonio de Tomasi, al que le dieron seis meses de vida y sobrevive desde hace una década con una pensión por discapacidad que no alcanza, conmueve en la pantalla otra vez.