Se mueve satisfecho entre los recuerdos que testimonian sus hazañas viajeras, los muestra y evoca, hay tapices, libros, fotografías y artesanías llenas de color, como los países latinoamericanos y caribeños en los que comenzó su compromiso con los derechos humanos. Suena Wagner desde un disco de vinilo mientras señala lo bien que le sientan al lugar las plantas que tanto aprecia. Es el obispo emérito Federico Pagura quien oficia de guía de su propia trayectoria donde el pasado no existe. Se transmuta. Todo parece vívido, latiendo en tiempo presente. El viernes la vida le regaló 90 años y él no se quedó atrás. Cantó y celebró entre los afectos y la admiración de quienes lo consideran un referente de trabajo y coherencia a favor de la justicia desde la Iglesia Evangélica Metodista. En su opinión, la civilización tal como se conoce, está dando estertores y debe surgir una nueva relación entre los hombres que no les haga derramar sangre, sudor y lágrimas para subsistir. "Latinoamérica va por buen camino", profetiza.
"Este libro es para La Capital, lo presentaron en diciembre pasado en el Museo de la Memoria", dice Pagura para abrir la charla mientras extiende "Alborada de esperanza", el texto que Carlos Sintado y Manuel Quintero Pérez, también metodistas, hicieron sobre su vida. El título lo pinta de cuerpo entero porque Pagura considera clave a esta categoría teológica y hasta lamenta en un tango de su autoría que tradujeron a decenas de lenguas en todo el mundo. "La canción habla de Jesús sin nombrarlo", aclara el obispo que además de componer canciones, escribe poesías.
Pagura dedicó su vida al bien común y, como dice el Evangelio, recibió ciento por uno. Con nueve décadas a cuestas sigue estudiando, trabajando, visitando gente, integrando grupos internacionales e interesándose por sus vecinos. Hace gimnasia acuática en Tiro Suizo y no tiene problemas en afrontar las tareas domésticas. Está impecable y lo atribuye a una vida "metódica, tal como dice nuestro nombre", bromea y se asume como de costumbres austeras y orgulloso de la familia que formó junto a su esposa Rita, ya fallecida, sus hijos, Rubén, actor premiado en Guatemala donde vive, Charly, contrabajista en la sinfónica de Rosario, y Ana Rita, docente y psicóloga en la localidad de Las Rosas. Cuatro nietos y dos bisnietos completan el universo de sus afectos que sobrevuela la casa sencilla del sur de Rosario, donde vive.
—¿Fue la realidad la que lo interpeló para denunciar las injusticias? Como decía el obispo Enrique Angelelli, un oído en el Evangelio y otro en el pueblo.
—Sí. Siempre recuerdo un viaje en Costa Rica donde vi a los indígenas llevando cargas muy pesadas. Uno de los mejores teólogos metodistas de los Estados Unidos, que allí no fue muy escuchado, nos enseñaba para estudiar la realidad con el diario y la Biblia. Desde Suiza, Karl Barth decía que no se puede interpretar el Evangelio si no es desde la realidad del pueblo. Mi vida cambió por ese período que yo pasé en América central, porque vi el sufrimiento de tanta gente, la insensibilidad de tantos gobernantes, dictaduras en plena marcha como Guatemala y El Salvador, las más sangrientas, donde trabajé con Rigoberta Menchú.
—¿Cuáles son hoy los signos de los tiempos?
— Estamos en una crisis de civilización. Esta civilización dio todo lo que podía y va llegando a su fin. Ya no está en condiciones de seguir manejando en la forma en que está estructurado el mundo contemporáneo. Por eso creemos en la participación de los pueblos, en la transformación y, en ese sentido, las iglesias están llamadas a ser instrumentos de iluminación y orientación para participar en esta transformación de la civilización actual que, repito, no da más.
—¿En esta civilización que está dando estertores, quién dirige la batuta?
—El imperio anglosajón con un poder cada vez más concentrado en Estados Unidos. A pesar de que tengo dos títulos doctorales allí soy el primer crítico porque no basta decir somos cristianos porque juramos sobre la Biblia. Es la vida, la conducta y la política que se lleva adelante lo que determina si somos o no cristianos. Israel y Estados Unidos hacen lo que se les antoja, pueden reunir todas las bombas atómicas pero tienen a los otros en la mira.
—¿En este escenario, cómo ve a Latinoamérica?
—Es un momento muy positivo, vamos a cosechar el fruto del trabajo de muchas generaciones que ha costado mucha sangre, la del texto las Venas Abiertas, de Eduardo Galeano. Sus gobernantes están logrando superar sus diferencias en lo secundario para descubrir lo importante y lo central y en torno a eso van construyendo la unidad latinoamericana y caribeña que era el sueño de los próceres. Soy un admirador de San Martín, Bolívar, Artigas y Martí, los va a encontrar en mi poesía. Ahora, , aprendí mucho observando el pensamiento de (Hugo) Chávez. Al principio pensé... un militar más. Después me di cuenta de sus conocimientos, más allá de la forma de expresarse.
—A usted se lo valora por su coherencia. ¿Es un buen eje para no perder el rumbo?
—Por supuesto. Y fíjese que nunca me afilié a ningún partido político, según donde estoy me afilian (risas). Yo soy cristiano desde la cuna; esa es mi fe que me lleva a preocuparme por la vida espiritual de cada ser humano, lo social y lo político. Mi abuelo Natalio Pagura, también metodista, descubrió que tenía un don especial de sanidad, como el padre Ignacio. Al final de su vida tenía pila de correspondencia de gente que se había curado. El decía: "Yo no sano a nadie, yo despierto la fe".
—¿Qué dice la fe a la gente?
— Las iglesias están llamadas a ser proféticas, como los que siete siglos antes de Cristo ya enseñaban lesiones de ética, política, acción social y servicio a la justicia. El grito que se dio en Porto Alegre (Brasil) con la conferencia "Otro mundo es posible"; es muy cierto, hay que moverse para lograrlo, estas estructuras ya no dan más. Un hombre nuevo haciendo una nueva realidad. Sino, no marcha y sería sólo una experiencia religiosa egoísta centrada en sí mismo.