No puedo conciliar el sueño: las imágenes que me inquietan son las de mi papá en la guardia del Pami I, en una habitación de dimensiones mínimas, sentado en una incómoda silla de plástico contra la pared; infinitamente agobiado por el dolor como los otros pacientes (todos con su suero, y los más delicados en camillas), esperando la definitiva internación o la derivación por falta de camas, como fue el caso de mi papá. El ingreso fue a las 9 horas, y a las 11 me informaron que iba a ser llevado al Hospital Italiano por una posible neumonía que se sumaba a un dato importante de su historia clínica: doce años atrás había sufrido una aneurisma de aorta. La ambulancia fue solicitada alrededor de las 12 del mediodía. Dos horas más tarde, pregunté por la tardanza y me informaron que estaban sobrepasados y que a eso obedecía la demora. Alrededor de las 15 -con papá en la misma silla y con el mismo cuadro crítico- me acerqué al edificio de traslados donde me informaron que había tres personas antes que él para ser derivado. A las 16.30, no habiendo tenido novedades y angustiada por la espera, volví a internación a buscar una solución, una respuesta y no supieron qué decirme. Minutos más tarde, junto a mi hermana y mi cuñado, ingresamos en la sala de guardia donde hablamos con un médico para que nos habilitara a llevar a papá en auto hasta el Italiano, quien nos dijo que para trasladarlo por nuestra cuenta, debía darnos el alta, y con el alta dada no podía asegurarnos que lo ingresaran en el hospital. Allí la situación se tornó desesperante: no sabíamos qué hacer. Papá, harto de tanto maltrato, llegó a arrancarse el suero para que lo sacáramos de esa sala. Pedimos hablar con el director, pero nos dijeron que no se encontraba en el edificio. La nada. A las 18 horas llegó la ansiada ambulancia (no hace falta abundar en que el Pami no tiene personal para los traslados, no cuenta con camas suficientes para los pacientes y los médicos no dan abasto. Es un verdadero y dramático caos). Media hora más tarde, papá ingresó al hospital. Lo primero que nos dijeron después de auscultarlo fue que sus pulmones estaban bien. Y prosiguieron con otros estudios, ya que a esa altura el dolor en su espalda (en la parte dorsal) era insoportable. En el curso de uno de esos estudios se descompensó y lo llevaron a terapia para estabilizarlo y hacerle una tomografía. La situación se complicó aún más. La descompensación nada había tenido que ver con una neumonía, y sí con el aneurisma de aorta que había sufrido una década atrás. Murió una hora antes de la medianoche. Papá estuvo sentado en la guardia de Pami I en pésimas condiciones durante nueve horas interminables, sufriendo como pocos, injusta, dolorosamente. Recordar su mirada atravesada por el miedo, la impotencia, la incertidumbre y la entrega, no me deja en paz. Nadie merece morir de forma semejante.