A María Eugenia Echeverria le gusta escuchar música. Que suene Queen y empezar a mover el cuerpo, dice, puede ser un cable a tierra. Un salvoconducto imprescindible para esta médica de 38 años que en plena pandemia se recibió de especialista en terapia intensiva, después de largas noches de guardia en el Hospital Italiano Rosario Centro (ex Los Alerces) y muchas horas de estudio a la madrugada, cuando la gravedad de los pacientes se lo permitía. La crisis sanitaria, remarca, fue una gran lección: aprendió sobre la solidaridad que se teje puertas adentro de las terapias y también sobre la mezquindad de quienes resisten las medidas para prevenir contagios de Covid. "Los mismos que nos aplauden, después se van a una fiesta", se queja con enojo mientras busca palabras para definir el inmenso cansancio, sobre todo mental, que enfrentan por estos días los equipos de salud.
Es viernes al mediodía, María Eugenia no tiene guardia y se puede tomar media hora para hablar por teléfono con La Capital. Un lujo que no podría haberse permitido el año pasado cuando su rutina era estricta: tomaba la guardia a las 20, controlaba a los pacientes y, en un buen día, cuando todo estaba en calma, a las 23 se ponía a estudiar hasta las cuatro, cuando intentaba dormir unas tres horas ya que a las siete terminaba la guardia. Cuando llegaba a su casa la esperaba su hijita de dos años, siempre lista para jugar.
Ahora, los horarios de esta flamante intensivista no son tan intensos. Integra el equipo de la terapia intermedia del Hospital Roque Sáenz Peña y ya rindió la especialidad. Tiene más tiempo para compartir con su hija y hasta se permite pensar en escuchar Queen y bailar.
Una elección personal
Echeverria nació en Venado Tuerto y se mudó a Rosario cuando decidió estudiar Ciencias Médicas. Se recibió en 2013 y un año después, cuando cursaba el medicato, empezó a pensar que su lugar estaba en las terapias intensivas de los sanatorios y hospitales. "Recuerdo que cuando hacía prácticas en los centros de salud, me decían que yo tenía cara de terapista", señala entre risas y confiesa que nunca supo que era eso de tener "cara de terapista", pero que evidentemente en su caso la comparación iba bien.
Con esa certeza, entre 2014 y 2017 completó la residencia en clínica médica en el Hospital Italiano Centro y a la semana siguiente ya estaba cursando la residencia en terapia intensiva en el mismo lugar. "Ahí terminé de confirmar mi vocación, me dije esto es lo mío", afirma y destaca con emoción qué es lo que más le gusta de su trabajo. "Resulta sorprendentemente gratificante ver cómo una persona llega a la terapia gravemente enferma y cómo la podes ayudar a salir de ahí. Cuando ves a un paciente gravemente enfermo, intubado, bajo el efecto de la sedación y algunos días después te lo encontrás sentado en la cama y podés charlar con él; entonces ahí sentís que hicimos las cosas bien". Así, en plural, porque en las terapias "todo el trabajo es trabajo en equipo".
La peor lección
En su currículum académico, Echeverria es una profesional joven muy bien calificada sobre todo en tiempos de pandemia cuando los intensivistas son personal escaso. En la Afip es una monotributista, que factura por su trabajo menos de lo que una familia de cuatro integrantes necesita para no caer en la pobreza, siempre dependiendo de la cantidad de guardias que haga.
Desde el comienzo de la crisis sanitaria, el personal de salud siente que lo que sucede adentro y afuera del hospital obedece a realidades paralelas. La médica dice que la terapia y lo que sucede afuera son "como dos mundos".
En uno, afirma, prima la solidaridad y el trabajo en equipo. En el otro, "están las personas que piensan que nunca les va a pasar nada, que no se cuida, que sale a fiestas, y que generalmente se dan cuenta de la gravedad de la situación cuando les toca de cerca", considera y pide "que la gente se ponga un poco de nuestro lado".
Desde ese lugar, se siente más fuerte el cansancio de una pandemia que ya lleva más de un año. "El agotamiento no es sólo físico, sino mental. Incluye desorientación, falta de descanso, imposibilidad de cortar con el trabajo. Cansa ponerse y sacarse los trajes de protección, o estar muchas horas con esa vestimenta y, por más que estemos vacunados, todavía se siente el miedo de sacarse el traje, volver a casa y contagiar a nuestras parejas o nuestros hijos", explica.
La pandemia, resume, podría haber sido una oportunidad por cambiar esas cosas, por preocuparse más por los otros. "Pero, eso no pasó _lamenta_. Los mismos que nos aplauden, después se van a una fiesta".