Pedro Flores fue el portero de Salta 2141 durante 6 años hasta que la tragedia lo dejó “quebrado por dentro y sin encontrar paz”. El hombre sufrió en 20 días la muerte de su hermano, la de su madre y la de las 22 personas que eran parte de su “segunda casa”. Con asistencia psicológica que paga de su bolsillo, trata de darle pelea a las pesadillas que lo asaltan por las madrugadas, a la tristeza y a la sensación de quedarse perdido en la calle sin saber quién es. Hace muy poco, juntó coraje y volvió al lugar de la explosión. “¿Por qué no pude salvar a nadie?”, se pregunta con una culpa que lo invade.
Cerca de los 50 años, el portero del edificio donde el 6 de agosto del año pasado una fuga de gas produjo la explosión que dejó un saldo de 22 víctimas, intenta continuar su vida. Tras varios meses sin empleo, el hombre consiguió trabajo en un colegio privado de Tucumán y Mitre. Y desde allí, mira en retrospectiva el último año transcurrido en su vida.
Pero el “antes y después” comenzó unos veinte días antes de la explosión. Se le murió la mamá y luego falleció en sus brazos su hermano mayor, como consecuencia de un cáncer. Una semana después se derrumbó el edificio donde trabajaba.
“Quisiera retroceder la cinta que tengo en mi cabeza porque cuesta el día a día. Cuando algo te marca, es difícil encontrar paz. Hay veces en las que no quiero salir de mi casa”, dice con tristeza.
No puede sacar de su cabeza una escena que se repite por enésima vez: gritos, pedidos de auxilio y gente tirada en la calle. “Le pedí a Dios con todo mi ser que no se llevara tanta gente. A todas esas personas las conocí. Tengo recuerdos, fotos, presentes; en fin elementos que fueron parte del día a día. Aquellos vecinos secaron mis lágrimas con la muerte de mis seres queridos y ahora ya no están”, lamenta.
—Fueron tres tragedias en veinte días para usted.
—Estalló mi cabeza. No sé cómo hago para seguir. Le dije a mi mujer llorando que espero la muerte todos los días, que no quiero vivir. Tengo un nieto de dos meses y no puedo disfrutarlo, los dolores que van por dentro me superan. Los vecinos que me contuvieron con la muerte de mi hermano y mi madre, ya no están. Hace poco fui a llevar unas flores a Salta 2141, a pedir perdón.
—¿Por qué hoy se siente tan culpable?
—Lo hablo con mi psicólogo, es una mochila que llevo en la espalda. Los vecinos estaban adentro y no pude hacer nada por ellos. Me gustaría dormir en paz y me pesa que se fueran 22 personas queridas. Tengo pesadillas que parecen situaciones reales.
—¿Con alguien en especial?
—Con Teresita (Babini) y Lydia (D’Avolio), las sueño muy a menudo. Eran mi familia, sabían mi vida, mi historia, mi niñez. Ellas secaron una lágrima de mi rostro cuando se fueron mi mamá y mi hermano, y es triste que no estén.
—Usted dice que se levanta por las noches. ¿Piensa que eso cesará en algún momento?
—En mis pesadillas veo cómo explotaba el edificio, el fuego, cómo caían cosas, los pedidos de auxilio; eso hace que no haya forma de que pueda dormir. No sé. Estoy horas sentado en la mesa, fumando y aferrándome a Dios para salir adelante.
—¿Lo sintió cómo la perdida de familiares?
—Esta tragedia me agarró muy débil. Me costó mucho volver a la puerta del edificio a dejar un ramo de flores, me quebré pero quería pedirles perdón a cada uno que no está. Cuando escucho la sirena de los bomberos o de una ambulancia, me late fuerte el corazón, me hace mal. Recuerdo esos momentos, por ejemplo haber visto a un señor agonizando. Son situaciones terribles porque se puede hacer muy poco.
—En este año transcurrido, ¿alguien lo ayudó?
—No. Falló mucha gente. Cuando tuve que cobrar un miserable dinero, me levantaron la voz.
—¿Le brindaron cobertura con la asistencia psicológica?
—Sólo un tiempo. Hoy estoy pagando mi profesional, hasta que tenga mi carné del nuevo gremio.
—¿Se siente como si estuviera en el minuto posterior a la explosión?
—Sí, parece que no pasó el tiempo. Esta tragedia quedó marcada a fuego. No sé por qué Dios me dejó vivir. En realidad, no recuerdo cómo salí del edificio y tampoco cómo estoy acá. Soy un bendecido, pero con mucho dolor.
—¿Qué recuerda de su declararación, de lo que pasó inmediatamente después?
—Fui a la comisaría 3ª a declarar y me metieron preso. Me explicaron que era por seguridad, pero me estaba muriendo detrás de una reja. Me querían dejar detenido. Estaba partido al medio y me preguntaba por qué me pusieron ahí.
—Usted dice que se ha olvidado de quién es.
—Me he perdido en el centro. Me ha ocurrido que no sabía dónde estaba parado. Llamaba a mi mujer y ella me guiaba por teléfono. En esas conversaciones me pedía que mirara los carteles para decirle dónde estaba.
—¿Piensa que podrá mejorar?
—Le pido a Dios que trate de alivianar el peso que llevo a diario como una mochila insoportable. Tengo un hijo que criar para que se sepa defender. Mi familia me ve muy seguido llorar y sufrir. Vivo permanentemente momentos de tristeza en los que necesito desahogarme y ahí es cuando trata de levantarme.
—¿Logró vincularse con los familiares de las víctimas?
—El impacto más fuerte fue cuando fui al bar Malos Conocidos (Salta y Oroño) y una mamá me tomó del brazo y me preguntó porqué no le salvé su hijo. Si hubiera podido lo habría hecho.
“Soy Pedro”. El diálogo con La Capital se termina. Quedan los pocillos de café y la reflexión final: “No fui mala persona. Como yo pido por los fallecido, quisiera que lo hagan conmigo. Dí lo mejor de mí. Me llevo en el corazón los mejores recuerdos y alegrías. Fui el más feliz en ese laburo en calle Salta: mi otra casa, mi otra familia, mis amigos y compañeros. Porque nunca fueron mis patrones. Soy Pedro, el portero del edificio que estalló, el que sigue peleándole a la vida”.