La cuarentena resecó todavía más la economía de los barrios populares, una geografía sensible en la que cualquier chispa puede encender la pradera. Ante el riesgo de que se desate un incendio incontrolable, entidades religiosas y empresas lanzaron la iniciativa Seamos Uno, con la que aportan un caudal extra a los recursos que inyecta el Estado.
Una pieza clave de esa maquinaria de asistencia social —que actúa por ahora sólo en Capital y conurbano bonaerense— es el sacerdote jesuita y doctor en ciencia política Rodrigo Zarazaga (48), quien dirige el Centro de Investigación y Acción Social (Cias). Un hombre desconocido para el gran público pero que se caracteriza por sus habilidades anfibias para moverse tanto entre los pasillos de los barrios más pesados como en los espacios de poder.
"Estoy detonado", confiesa Zaraga a La Capital. Él es la cara visible de la cruzada solidaria de la que participan, además del Cias, Cáritas, Aciera (Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la República Argentina), Amia, ONGs, grandes y pequeñas empresas e individuos (ver aparte).
Una alianza que combina la capilaridad territorial de las entidades religiosas con el pánico a una catástrofe social que asalta a un sector del empresariado.
La lectura en Seamos Uno es que los recursos extra que derrama el Estado en el territorio alcanzarán (o no) en función de cuánto se extienda la cuarentena. "Veíamos que la necesidad —y me refiero al hambre— se iba a extender y hay que contener —explica Zarazaga—. Se están haciendo todos los esfuerzos".
Para el jesuita la pandemia dejó al descubierto la importancia del Estado, pero también expuso sus límites. "Hay lugares donde el Estado no llega, o llega en modo gaseoso, en expansión pero sin contundencia ni eficiencia; en el rubro de la alimentación se ve un problema", advierte.
Con todo, Zarazaga reconoce que Seamos Uno se basa en donaciones y que no podrían sostener un esquema de compras masivas como el que implementa el Estado.
El fantasma del 2001
Lo cierto es que la cuarentena precarizó todavía más las condiciones de vida en los barrios populares. "Hay mucha gente que ya estaba en crisis, que vivía de su ingreso y se le ha cortado, es la peluquera del barrio, el peón de taxi, el carpintero —grafica Zarazaga—. Están pasando necesidad y la pregunta es cuándo arranca todo de vuelta: es un foco de presión, no se le puede correr el arco hasta el infinito a la gente".
Aunque pide estar alerta a los grandes conurbanos del país y reconoce que en cada crisis el fantasma del 2001 recorre los pasillos de los barrios de emergencia, también identifica dos diferencias entre este momento y el que terminó con el gobierno de Fernando de la Rúa volando por los aires.
La primera: hay mayor contención social. La segunda: no hay actores en el territorio interesados en el caos. "Veo a los movimientos sociales y a los intendentes ocupándose de la situación y conteniendo, eso es fundamental", destaca Zarazaga.
La crisis, observa el autor del libro "El conurbano infinito", aumentó la cooperación entre actores que suelen competir en los barrios por el reclutamiento de nuevos miembros y la distribución de recursos, como los referentes territoriales, los movimientos sociales y las iglesias. Hay un enemigo común: el coronavirus.
Sin embargo, advierte: "El ser humano lo es en todos los ambientes y la competencia a distintos niveles sigue, y los intereses siguen existiendo. Tampoco tenemos que creernos que porque enfrentamos el coronavirus ahora los argentinos estamos todos unidos. Estamos todos en el mismo barco, pero hay algunos viajando en camarote de primera y otros en la bodega: la cuarentena se vive de diferente manera".
Apoyo político
Donde sí hay una convergencia de intereses es en la política, sobre todo entre quienes gobiernan. La grieta quedó en stand by.
Zarazaga está en línea directa con las tres autoridades más presionadas en la nueva coyuntura: el presidente Alberto Fernández; el jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta y el gobernador bonaerense, Axel Kicillof. Los ve "con mucha conciencia, con mucha responsabilidad" por la doble emergencia: sanitaria y económica.
El fin de semana pasado el primer mandatario grabó un mensaje de apoyo a Seamos Uno. "Es lo que se necesita en este momento: ser uno solo", señaló Fernández.
También el Papa Francisco sigue de cerca la movida: está en contacto permanente con el sacerdote Rafael Velasco, el superior de los jesuitas en Argentina y jefe de Zarazaga.
Una oportunidad
Un interrogante que circula por la escena pública es si la pandemia provocará reformas estructurales. "Como en la vida personal, a uno las crisis lo revientan o lo ayudan a crecer, pero no daría por sentado que así va a ser, a veces cuando se sale de la emergencia desaparece la memoria de lo que se prometió durante la crisis", señala el sacerdote.
Y agrega: "El liderazgo político, empresarial, de la comunicación, tiene oportunidad para descubrir qué es la pobreza y descubrir los problemas que tiene el Estado para hacerse presente, y de una vez por todas. No puede ser que los argentinos no seamos capaces de proveer un piso mínimo de sanidad, hábitat, educación, para que todos tengan oportunidades".
Qué es la red solidaria Seamos Uno
El objetivo de Seamos Uno es repartir un millón de cajas con alimentos no perecederos y artículos de limpieza a 4 millones de personas de las zonas más castigadas del área metropolitana de Buenos Aires (Amba). Desde el 20 de marzo ya se repartieron cien mil cajas.
El foco está puesto en el Amba, explica Zarazaga, porque allí tienen la capacidad logística necesaria para el operativo. Por el momento, sólo se comunicaron sacerdotes y pastores de Córdoba y Mendoza para replicar la experiencia.
Las acciones se coordinan con el Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat de CABA y el Ministerio de Desarrollo Social de la Provincia de Buenos Aires.