"Hasta la tarjeta del colectivo te roban", dijo la señora con más miedo que
resignación, con una bronca difícil de expresar. A su lado sus vecinos de la cuadra de Rueda al
3800 asentían y agregaban que de noche no entran taxis ni ambulancias, que ya casi no ingresan los
repartidores y otro dato tan insólito que bordea lo tragicómico: el cartero, para evitar que lo
sigan asaltando, deja todas las cartas a algún vecino para que le haga el favor de
distribuirlas.
Según cuentan los vecinos del barrio, los robos y arrebatos
comenzaron a incrementarse especialmente en los últimos cuatro años, con dos particularidades
llamativas para ellos: el creciente nivel de violencia y el hecho de que "no perdonan nada, se
llevan hasta las mochilas con los útiles de los chicos o te saquean el changuito del
supermercado".
Así van cambiando las costumbres y la fisonomía del barrio,
dominado por casas enrejadas que en muchos casos parecen jaulas. Entre esos detalles, que todos
incorporan a sus vidas cotidianas casi sin darse cuenta, llama especialmente la atención de los
vecinos del barrio San Francisquito ver que el quiosquero de siempre, Chiche, estaba haciendo las
veces de cartero. "Un día el cartero vino y me dijo: «¿Le puedo dejar las cartas?». Le robaron
tantas veces que ya tiene miedo de entrar, pero como tampoco puede negarse, trata de dejarle toda
la correspondencia a algún vecino para que la reparta", contó el hombre de 65 años que tiene un
quiosco detrás de una hilera de gruesos barrotes que más de una vez impidieron que algunos intentos
de asalto se materializara.
"A mi vieja también le dejó las cartas la semana pasada. Y
el otro día le pidió a una señora que le cuidara la bicicleta mientras él las repartía. Lo que pasa
es que hace 15 días lo golpearon feo para robarle la bicicleta y terminó en el hospital Carrasco",
recordó Gustavo Díaz, un electricista de 34 años que cada vez que regresa a su casa en el auto
tiene que avisarle a sus padres que lo esperen con el portón abierto para evitar la maniobra, cada
vez más riesgosa, de bajarse del auto.
Sorpresas. Pero más allá de avanzar sin parar sobre la cotidianeidad de estos
vecinos, las modalidades delictivas no dejan de sorprender a las víctimas. Gustavo recordó cuando
un dúo de adolescentes intentó asaltarlo en la esquina de la casa: "Me pidieron la guita y el
celular y cuando me negué uno le dijo al otro que me disparara. Como no le salía el tiro me le tiré
encima".
"Yo vi cómo a un nene le pusieron un arma en la cabeza para
robarle la bicicleta y las zapatillas. Ni siquiera le dejaron la mochila con los útiles. El chico
no entendía nada", relató Bibiana Gilardoni y agregó: "Ya casi nadie hace la denuncia en la
comisaría (es la seccional 13ª), porque no hacen nada". Los vecinos dijeron que muchos de los
ladrones viven en las villas aledañas, aunque "también vienen de otros lados", aclaró un hombre que
un año atrás sufrió el saqueo de su casa mientras dormía.
Los testimonios, al borde del ridículo, continúan con
bolsas de supermercado, tarjetas de transporte o anillos baratos. Quienes tienen hijos adolescentes
coinciden en esperarlos a la madrugada, "para no darles las llaves", y para algunas señoras es todo
un riesgo ir hasta la esquina sin compañía a esperar el colectivo.
"Es la droga", ensayó uno. "Es la mano floja", agregó otro
en un elíptico pedido de mano dura. "Como son menores, entran por una puerta y salen por la otra",
explicó un tercero, todos revolviendo entre las razones que han convertido el barrio en el que
nacieron "en un lugar en el que ya no se puede estar tranquilo". l
A.A.