Hay una forma de escribir de fútbol que está a mitad de camino entre el bar y la biblioteca. Fontanarrosa no debe ser su inventor pero difícil enfocar, parodiar y contar este deporte como él lo hacía. Hace años publicó un libro sobre los grandes equipos argentinos que se llama "No te vayas campeón". Es una maravilla allí su inventario de nombres de jugadores y entrenadores, comparaciones de estilos, recuerdos completamente antojadizos e incógnitas del juego horneados por un humor que no elude jamás un toque de premeditada estupidez que es, imprescindible, un elemento sustancial de todo lo que rodea a este mundo.
Más de veinte años después de ese libro y con la presencia inefable del autor seguramente flotando sobre diversos campos de juego aparece uno que de alguna manera completa aquel otro. Ya desde su portada queda la sugerencia. Se llama "Quiero verte otra vez", el grito que sucede al inicio del canto de cancha que fue título de aquel primero. Este cuerpo de 90 relatos futbolísticos de la selección argentina se presenta este martes a las 18 en el bar El Cairo, con la participación del dibujante e historietista Miguel Rep y del actor Mex Urtizberea.
Fontanarrosa es un escritor para hinchas de fútbol, o mejor, para hinchas de la lectura acerca del fútbol. Porque escarba y expresa cómo se siente no solamente al juego y a sus protagonistas, también de cómo atraviesa sensorialmente la vida del hincha. Fontanarrosa observaba que todos de chicos veíamos a los jugadores de antaño como hombres grandes. Pero en un momento ya teníamos la edad de los jugadores. Y en un parpadeo pasamos a la edad de los directores técnicos. “Ahora ya tengo una edad en la que uno”, decía en los cincuenta y pico, “pasa a brindarle su nombre a un sector de las plateas, o al salón de billares de la sede social”.
Uno piensa en cómo, de Fontanarrosa, se extraña tanto eso. No nada más la referencia al mundo de la pelota que cualquier hincha conoce o intuye sino incluso esas miradas esenciales que sacan a las cosas de su estado inerte. En este volumen que agrupa textos ya publicados, pero nunca en libro, aparece con toda su energía aquella sensación.
Y están los cruces entre ese nervio elemental del fútbol, su anecdotario inagotable que manejaba con una memoria de elefante, y el campo del relato. Lo que le hace contar en un partido de Argentina contra Colombia de 1997, con el recuerdo fresco de la paliza 0-5 en el Monumental, una historia de Cassius Clay como para que el ánimo argento no baje. El gran campeón de Louisville cuando debía enfrentar a un desafiante le decía en el saludo previo a la campana. “Desde tu nacimiento has escuchado hablar de Muhammad Alí. Ahora, por fin, te encuentras frente a él”. Eso, o citar un poema de la uruguaya Juana de Ibarbourou, para aludir a un movimiento del recio y algo efímero volante canalla, también yorugua, Líber Vespa.
No solo citarlo sino que funcione, porque jamás toda esa erudición sin disciplina pero exorbitante queda en disonancia con el plebeyo mundo de este deporte. La excusa de “Quiero verte otra vez” son los partidos eliminatorios hacia las copas del mundo 1998 y 2002 y el primero de esos mundiales. Para hablar de aspectos fundamentales de la atmósfera futbolera —comerse un baile, jugadores que podrían ser citados y no están, la suerte, la mufa— se sirve como eje de las desmesuras de dos personajes: la hermana Rosa, mentalista de Echesortu, y Juan José Serenelli, dermatólogo y estudioso del fútbol.
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Fontanarrosa estira los absurdos del fútbol para mostrarse y mostrarnos a los tomados por este deporte los graves síntomas de nuestras pasiones. Si ganamos, la reverencia a nuestra gloria. Si perdemos, la sombra del fraude. Una vez el periodista Miguel Russo habló en una entrevista de su oído absoluto para el rescate de la lengua popular. Algo que Fontanarrosa decía haber captado en charlas con amigos escuchadas durante años. Y que le servía tanto para generar identificaciones en los lectores del mismo modo que le rendía el humor para zanjar narrativamente los conflictos que aparecían en sus textos.
Fontanarrosa leyó a Jack London, a Boris Vian, a Hemingway, a Dostoievski, a Norman Mailer, a Burgess, a John Irving pero si iba a referir algún eco de ellos era con la aspiración de dar a un texto comprensión y posibilidad de eficacia. “Si uno publica”, decía en esa misma nota de Ñ, “es para que te entiendan del otro lado. Al menos yo pienso eso. Es como los pintores que te dicen no, yo pinto para mí. Y bueno, no colgués. ¿Para qué exponés? Dejalo en tu casa si pintás para vos”.
Hay una ínfima minoría de periodistas de mi generación en Rosario que no entrevistó a Fontanarrosa y ahí estoy. Era tan generoso atendiendo a todo el mundo que uno pensaba que a esa persona a la que veíamos siempre en la calle, en la Redacción de Rosario/12 a veces o en El Cairo con sus amigos no deberíamos cargarlo con una demanda más. Pero un día que hubo un encuentro de periodistas y escritores deportivos en el Bernardino Rivadavia, que ahora lleva su nombre, hablamos largo en el bar de afuera. Yo había ido a buscar a Juan José Panno, que había hecho en 1996 una cobertura maravillosa de los juegos panamericanos de La Habana, y él se vino con nosotros porque ambos eran viejos amigos.
En un momento en que Panno fue al baño nos quedamos charlando de qué buscamos los hinchas cuando vamos a la cancha, de cuando evitamos cualquier compromiso el día que juega nuestro equipo, de cuando miramos en el diario contra quién es la próxima fecha. Hablando con la misma naturalidad con la que escribía recordó un cuento de Chejov en el que un militar que durante un alto de la guerra es convidado a un banquete en una mansión enorme entra extraviado a una habitación a oscuras y recibe un beso. “El tipo no ve a la mujer que se lo da pero se obsesiona con ella y se la pasa buscándola toda la vida. Yo creo que con el fútbol somos ese tipo”.