Romper el silencio fue difícil. “Cuando nos tuvimos que presentar me temblaban las piernas. Pero cuando lo logramos y empezamos a hablar, fue imparable”, dice Gabriela Vega intentando resumir en pocas palabras lo que vivió cuando por primera vez pisó el centro cultural El Obrador, en el barrio Toba de la zona sudoeste. Gabriela es una de las integrantes de la cooperativa Pariendo Justicia, formada por familiares de víctimas de homicidios, que desde hace un tiempo le ponen el cuerpo a un desafío escarpado: se encuentran con adolescentes y jóvenes en situación de vulnerabilidad social para reflexionar sobre la violencia.
El proyecto forma parte del programa Nueva Oportunidad, la iniciativa nacida hace cinco años para jóvenes de entre 16 y 30 años que no pudieron terminar la escuela, ni accedieron a formación en oficios o un trabajo. Todas las semanas, los pibes participan de cursos de capacitación y un “tercer tiempo” donde reflexionan sobre sus realidades; las relaciones entre pares, la familia, la soledad, la violencia y la relación con las instituciones del Estado, son algunos de los temas que se llevan a la mesa en cada taller.
Y en ese espacio —“que tiene como objetivo realizar una experiencia que aporte a la construcción de un proyecto de vida”, según describen las publicaciones del programa— los jóvenes se encuentran con los familiares de víctimas de violencia. Y, aseguran, cuando se logra vencer la desconfianza, el diálogo que surge es imparable.
“El primer día teníamos miedo de que los pibes no hablaran, pero afortunadamente no pasó. Nos preguntaron, mucho, demasiado. Sobre todo nos preguntaban por qué no salimos a buscar venganza, lo que nos permitió hablar de lleno sobre las consecuencias de la violencia y la importancia de la palabra”, cuenta Eleonora Burgueño, entusiasmada.
La joven morena de rulos y ojos grandes es hermana de Diego, un muchacho muerto en 2015 después de una pelea iniciada en un boliche de la zona sur. Diego volvía a su casa junto a tres amigos, cuando les dispararon desde una moto. Sus compañeros pudieron guarecerse, el no tuvo la misma suerte. Eleonora se puso al frente del reclamo de justicia por el crimen y, junto a otras personas que repentinamente se vieron en medio de dolores semejantes, buscó otra forma de seguir adelante. No quiso vengarse.
“No buscamos revancha porque no queremos transformarnos en lo mismo que quienes nos quitaron a nuestros seres queridos”, más o menos esto le contestó a los pibes. “El mensaje que queremos transmitir es que la única herramienta que tenemos es la palabra, poder hablar, escucharnos, hacer visible lo que nos pasa”, dice.
Codo a codo
La cooperativa Pariendo Justicia está integrada por padres, hermanos y parejas de víctimas de violencia que, por distintos motivos, llegaron hasta el Centro Unico de Atención a Víctimas que provincia y municipio inauguraron como respuesta al feroz crecimiento de los homicidios registrado en Rosario hace seis años. En las oficinas del organismo estatal se realizaron todos los trámites necesarios para inscribir la cooperativa, se hicieron las reuniones para elegir autoridades y se armó el expediente para lograr la personería jurídica.
Ahora, “los pariendo” (como ellos mismos se llaman) se reúnen para planificar los talleres para jóvenes que estrenaron en el Obrador del barrio Toba y en la Casa de Eva, en barrio Acindar. Para la presidenta de la cooperativa, Gabriela Vega, “lo fundamental que se da en los talleres es que los jóvenes sientan que alguien los escucha, que pueden transformar en palabras lo que les sucede. Eso es lo más importante, estuvo genial sentir que los pibes estaban cómodos y podían hablar”.
La clave de ese diálogo, dicen, está en que “somos personas comunes, no somos funcionarios, no tenemos cargos, no somos profesionales de una institución, ni profesores ni maestros, sino mamás y hermanas que hemos perdido nuestros seres queridos”.
Sanar
Gabriela es hermana de Juan Manuel Vega, el taxista de 29 años que fue apuñalado por un adolescente en la puerta de su casa de Las Delicias en marzo de 2014. Ese barrio de trabajadores, dice, no está tan lejos de la realidad que viven los pibes que participan de los talleres y “se sobresaltan de noche porque escuchan tiros y no pueden salir a la calle porque hay disputas con chicos de otros barrios o porque les roban las zapatillas, también las sospechas hacia algunas instituciones, lo mismo que vivimos nosotros”, dice.
¿Por qué aceptaron participar de los talleres? Porque necesitan sanar las violencias, dicen. “Es una forma de poner en palabras, o poner en acciones, lo que nos ha pasado y dejar de lado esto de exigir pena de muerte o penas más duras. Todos trascurrimos esas instancias que son necesarias, la bronca de querer salir a matar a todos, pero creo que tenemos que mirar un poco más allá y entender que nada nos va a devolver a los que ya perdimos. Además de dejarme a sus hijos y una familia hermosa, mi hermano me dejó también esta lucha para poder continuarla”.