Un día como hoy, 26 de octubre, Ricardo Alfonsín realizaba el acto de cierre de su campaña electoral como candidato a Presidente de la Nación. El domingo 30 de octubre de 1983 Argentina volvía a tener elecciones democráticas, y el candidato de la Unión Cívica Radical ganaba las elecciones con el 51,75 por ciento de los votos. Ese día el país salía definitivamente de años de gobiernos autoritarios y de terrorismo de Estado, e ingresaba en el período democrático más prolongado de la historia contemporánea argentina, que quedaría sellado el 10 de diciembre con la asunción de Alfonsín a la Presidencia.
En estos 30 años de éxitos y fracasos, con tiempos de calma y turbulencias, la Argentina supo defender la esencia democrática a pesar de algunos momentos difíciles. No obstante, los desafíos que se plantean para los próximos años son más exigentes aún. Conceptos como ciudadanía activa y Estado horizontal ponen en discusión a los gobiernos y demandan otras estructuras de gestión. "Democracia delegativa" la llama Osvaldo Iazzetta, sociólogo, escritor y docente de la Universidad Nacional de Rosario, a quien entrevistamos para entender el proceso y el futuro de la democracia argentina.
El ciclo democrático que se abre en nuestro país en 1983 coincide con una ola democratizadora que comprende a toda Latinoamérica. El mapa político de la región, que hasta comienzos de los ´80 estaba poblado de regímenes autoritarios, comienza a migrar a regímenes democráticos que sortean diversos inconvenientes y finalmente se consolidan sin riesgos de ruptura. En ese esquema, Argentina tiene la particularidad de que pudo procesar ese pasado autoritario, llevando a juicio a los responsables del Terrorismo de Estado, lo que le permitió una transición liberada de condicionamientos militares, que sí fueron impuestos en otros países como Chile, Brasil o Uruguay. El fracaso militar en Malvinas hizo que la dictadura implosionara y le restó capacidad de imponer una agenda, lo que permitió que las condiciones del nuevo gobierno democrático sean más favorables y esto distingue a la experiencia Argentina del resto de América latina.
— ¿Qué particularidades han tenido los gobiernos argentinos en democracia?
En estos 30 años hubo diversas etapas. El pasaje de un sistema autoritario a uno democrático plantea una transición de régimen político a otro régimen político. Particularmente Argentina experimenta una segunda transición de régimen socio-económico a partir del triunfo de las ideas neoliberales. Pasa de una matriz Estado-céntrica a una matriz regulada por el mercado. El hecho de que esa segunda transición se haya dado en los primeros años de la recuperación democrática, generó nuevos e inquietantes desafíos para la estabilidad y la afirmación de esta democracia, donde la recuperación de derechos políticos y civiles comenzó a convivir con la pérdida de derechos sociales que habían sido conquistados en otras etapas. La retirada del Estado en la década del ´90 de la provisión de ciertos bienes públicos, generó una tensión entre una democracia que era políticamente incluyente, pero que se mostraba socioeconomicamente excluyente.
Los primeros años de democracia se procuró el establecimiento del estado de derecho, subordinar las fuerzas armadas al poder civil, devolverle densidad a los partidos políticos, entre otros aspectos de base. Luego, la reducción indiscriminada del Estado que se origina con las políticas neoliberales, hacen surgir esta tensión entre una democracia que garantizaba plenamente los derechos políticos y civiles, pero que al mismo tiempo privaba a sus ciudadanos el acceso a derechos sociales como la salud, educación, seguridad social y demás.
— Esa tensión finalmente estalla con la crisis de 2001...
Esta crisis es relevante porque marca una desestructuración de los partidos políticos y genera un mapa político que ya no los tiene como base. Ese derrumbe socio-económico, que tuvo implicancias políticas e institucionales que aun perduran, también llevó a la ciudadanía a revalorizar el papel del Estado. Por eso a partir de 2002 con (Eduardo) Duhalde y luego con la llegada de (Néstor) Kirchner, hay una revalorización y recuperación del rol del Estado como instancia de regulación y redistribución.
— ¿Esta instancia de mayor presencia del Estado puede entenderse como una mejora de la democracia?
La democracia necesita del Estado. Una democracia con un Estado débil es impotente para garantizar los derechos ciudadanos que esa democracia promete. El tema es que más Estado no implica mejor democracia, porque si el Estado es gobernado de una manera concentrada y discrecional, entra en tensión con lo que una democracia pretende del Estado.
— Después de 30 años, ¿la democracia Argentina es adolescente?
Es adolescente, aunque con logros no menores. Asegurar que las elecciones periódicas, competitivas y libres se realicen sin interrupciones señala una afirmación de uno de los pilares de la democracia que es el electoral. Por eso en términos teóricos se habla de que en América latina se ha afianzado una democracia electoral. Es un umbral básico, insuficiente, pero necesario. Una conquista que no puede desmerecerse, sobre todo si se mira la historia de inestabilidad política de nuestros países. Hay que tener en cuenta que estos 30 años de estabilidad democrática que celebramos, vienen precedidos por cinco décadas de hegemonía militar, golpes de estado y discontinuidades institucionales que fueron muy traumáticas. Desde la perspectiva histórica es un logro importante.
De todas maneras, ahora ya no nos preocupa el momento electoral, aun cuando es una conquista importante, sino que el planteo está en qué es lo que pasa después de las elecciones y cómo gobiernan quienes son electos. Esta participación -denominada por algunos autores como accountability social-, brinda un potencial muy rico de entender el compromiso cívico en democracia, y representa una reserva muy importante para la Argentina.
— ¿Cómo convive esa participación con cierta indiferencia o apatía social frente a la política?
Quienes pensamos en cómo perfeccionar la democracia, siempre imaginamos formas de participación mas activas y comprometidas entre una elección y otra. El tema es cómo garantizar un mayor activismo cívico entre las elecciones.
Esa cierta apatía que imaginamos de la sociedad, en cierta forma queda desmentida cuando la ciudadanía ocupa las calles y se moviliza para reclamar por diferentes motivos. Este es un elemento que se ha manifestado más aun en los últimos años, y donde se revela que no existe tal indiferencia. Ahora, esto no necesariamente se traduce en una nueva institucionalidad política o nuevos partidos políticos, pero nos recuerdan que hay una ciudadanía vigilante e informada que no se resigna al sólo acto de votar cada dos años. Estos movimientos -que autores como Rossane Balón califican como la contrademocracia- no son incompatibles con la democracia, sino que define formas de control por parte de la ciudadanía que complementa la pata electoral de la democracia. Aunque podrían poner en jaque a los gobiernos, no tienen el propósito de derribarlos o desestabilizarlos, sino de complementar el esquema electoral de toda democracia. Son quienes no se resignan a votar periódicamente, sino que además expresan su malestar frente al rumbo o decisiones que un gobierno ha tomado en determinado momento.
— ¿Y qué rol le cabe a los partidos políticos en este contexto?
Los partidos políticos están seriamente debilitados y ya no representan un canal de expresión o mediación como lo fueron en algún momento. Hoy se habla de una escena política que es moldeada desde los liderazgos de popularidad. Personas que despiertan confianza en el electorado y que a veces, sin anunciar previamente un programa, logran configurar la escena política de un modo tal en el que todo queda reducido en un vínculo de ese líder con la sociedad; y que a la vez cuentan con gran respaldo de los medios de comunicación. Es una escena donde los medios cumplen un rol cada vez más importante. Y esto genera un apartamiento de los partidos políticos.
— Parece una escena política bastante riesgosa...
Es una tendencia mundial que no es propiedad de Argentina o de Amércia latina. Se da un proceso de personalización de la política donde cada vez cuenta menos el programa y el partido. Efectivamente, como sugerís, tiene cierto riesgo porque estos "nuevos príncipes democráticos" tienen una gran fragilidad, ya que la suerte de los gobiernos está atada a la popularidad que este líder pueda sostener en el tiempo. Están expuestos a descender bruscamente de la popularidad. Esos líderes que son idolatrados pueden ser demonizados por la misma sociedad que los aclamó. Entonces el debilitamiento de los partidos y la entronización de estos líderes, sin dudas puede generar un mayor grado de incertidumbre en nuestras democracias. El problema en América latina, es que éstos liderazgos de popularidad son presentados de manera tal que la continuidad de ciertas políticas o proyectos dependen de la continuidad de ése líder.
— ¿Entonces, cómo se construye una democracia ideal?
La democracia, como toda creación humana, está sometida al riesgo de la incertidumbre. Incluso las democracias más longevas y que son presentadas como modelos, no tienen asegurada la perdurabilidad. Nadie puede dar por descontado que la democracia es eterna. Es decir, siempre se está expuesto a que determinados avances democráticos vengan sucedidos por retrocesos o regresiones. La democracia es un camino de doble mano. Por ende, la democracia sólo se perfecciona gracias al compromiso de los actores que forman parte de esta experiencia, que es una experiencia colectiva. Por eso es importante entender la democracia como un proyecto que requiere de la participación y el compromiso de todos los ciudadanos.
Ahora, en Argentina se da una particularidad, donde las crisis socio-económicas han sido de una profundidad tal, que han afectado el comportamiento de nuestra democracia. Estas crisis generaron situaciones de emergencia que han favorecido la instauración de gobiernos que son democráticos, porque son electos en su origen, pero que han gobernado de un modo excepcional. La crisis del 1989 primero, y la de 2001 después, dispararon demandas de gobernabilidad en la sociedad que generaron un sentido de tolerancia en el Gobierno que concentró sus recursos de decisión en el Ejecutivo. Hemos tenido democracias delegativas, donde a partir de éstas crisis, la sociedad delega en quien gobierna la facultad de resolver los problemas como sea con tal de que eso nos devuelva cierto alivio y nos aparte del caos que significaron ésas crisis económicas.
El problema es que estos escenarios actuaron como incentivo para generar formas democráticas concentradas en el Ejecutivo, que inicialmente son demandadas y toleradas por la sociedad, pero que después enfrentan dificultades para poder renovar su legitimidad como lo vimos en los últimos años del gobierno de Carlos Menem, y como lo vemos ahora en los últimos años del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.
La misma sociedad que demanda una forma de gobierno concentrada, de alguna manera va fatigándose y reclamando otras formas y otro estilo de gobierno una vez que se recupera la normalidad.