La entrada al galpón de zona sur está custodiada por la figura de un yaguareté; un artefacto de hierro y plásticos, completamente blanco que, cuando empiecen los carnavales, se convertirá en el rey de las selvas misioneras. Con esa misma idea de metamorfosis, unas veinte mujeres cortan, cosen, bordan y sueñan los trajes que lucirán los 160 integrantes de la comparsa Los Herederos, una de las más grandes de la ciudad.
“Acá casi todo el año es carnaval”, dice Claudia Fleitas, directora, diseñadora y alma máter, de la batucada mientras recorre los dos ambientes de la construcción levantada a pulmón, con un segundo piso aún por techar, que rebasa de brillos: del acero de los instrumentos de percusión, del lamé de las polleras, de los acetatos de las pecheras, de las lentejuelas de los casquetes.
A esta suerte de central de operaciones de la comparsa se llega cuando la calle Ayacucho se angosta. Allí, siguiendo el recorrido de un pasaje sin nombre, el Nº 529, se llega a la construcción pintada de azul y blanca del Movimiento Popular Libertador San Martín. Adentro se arman los trajes, en la plaza de la esquina, ensayan músicos y bailarines.
De una vereda, el verde del parque huerta Molino Blanco, un espacio donde familias del barrio cultivan verduras y hortalizas con alto valor biológico y mediante técnicas ecológicas de producción; en la otra, una fila de casas humildes y pequeños negocios. En la esquina, un cartel recuerda el paso de Manuel Belgrano por el sur rosarino, cuando el 7 de febrero de 1812 junto a las tropas a su mando cruzó el arroyo Saladillo. Veinte días después izaría por primera vez la bandera nacional en la batería Libertad ubicada donde hoy se encuentra el Monumento.
"Este año el tema de la comparsa serán los atractivos turísticos del país: cataratas y el glaciar, entre otros"
Algo de todo este paisaje debe haber inspirado el último espectáculo de la comparsa que, con el nombre de “Herederos de la revolución”, recorría los 200 años de la historia del país. La idea, el montaje y la música, los llevó a ganar el premio a la mejor comparsa en el carnaval del año pasado y conseguir otras preseas en los corsos de Casilda, Roldán y una decena de localidades más.
Con esos títulos bajo el brazo, dice Fleitas, este año decidieron redoblar la apuesta: el tema de la comparsa serán los atractivos turísticos del país. “Maravillas argentinas”, es el nombre. Los trajes de los bailarines reproducen las Cataratas del Iguazú, el glaciar Perito Moreno, el Puente del Inca, la pampa. Lugares y geografías muy lejanas que los integrantes de la comparsa conocen en fotos, pero que resumieron con destreza en el diseño de cada uno de los trajes de reyes, reinas o bahianas.
Un carnaval no hegemónico
Tamara tiene 21 años y dos hijos que juegan debajo de la mesa donde las mujeres comparten mate y bordados. Empezó a bailar cuando tenía siete años y desfilaba descalza; ahora toca la ciuca (un instrumento de percusión que suena tirando y empujando un palillo de bambú con un paño mojado) en la batería. “Acá bailamos todas, lo importante es ponerle alegría. Yo dejo todo, canto, grito, salto. Es mi pasión”, afirma.
“Para mí, el carnaval es felicidad. Compartir un espacio con otras personas, no quedarme en casa viendo la tele. Somos como una familia grande”, suma sin sacar la mirada del bordado azul que va a decorar su vestido que representa la Cruz del Sur.
De la comparsa participan tanto varones como mujeres, chicas y chicos trans, jóvenes, adultos y niños. La participación de los chicos siempre genera debates entre los organizadores que advierten sobre la exhibición del cuerpo de las niñas y el aprovechamiento del trabajo infantil. Fleitas contrapone los argumentos del barrio. “Acá, a los diez años podes ser soldadito en un búnker, pero no podés bailar en el carnaval”, se queja y advierte que la comparsa atraviesa la mayoría de las problemáticas con las cuales conviven sus integrantes.
Por eso, en el galpón, hay también actividades relacionadas con la temática de género y diversidad sexual, derechos humanos, consumos problemáticos, un bachillerato popular, articulado con el programa oficial Vuelvo a Estudiar, y una escuela de música. Todos esos conocimientos se comparten también en las mesas de costura, donde se puede escuchar tanto hablar de la necesidad de “deconstruir” a los varones (aquellos a los que no les gusta que sus parejas bailen, por ejemplo), como cuestionar la creciente “militarización” del barrio a partir del crecimiento de los homicidios de enero.
Fleitas asegura que ningún tema es ajeno. “En nuestros barrios la inseguridad se sufre más que en cualquier lugar de la ciudad, porque son nuestros pibes los que mueren, pero no se trata de llenar de gendarmes el barrio, sino de políticas que favorezcan su escolarización, acceso al trabajo y los servicios de salud”, remarca mientras recorre con la vista las mesas y concluye: “Este es un espacio comunitario. Primero nos juntó el hambre, hicimos un comedor. Ahora nos junta la cultura, porque es lo que más atrae a los pibes, porque por más de que seamos pobres no queremos victimizarnos y sabemos que podemos hacer pasar un carnaval excelente”.
>> La fiesta de los barrios
“El carnaval es una fiesta popular de carácter lúdico y especialmente participativo. La Municipalidad dispone los escenarios y la logística, pero son la organizaciones barriales, a través de sus agrupaciones las que determinan el espectáculo”, destacó la secretaria de Cultura, Carina Cabo, sobre la impronta de el festejo rosarino que se viene.
“Las murgas y comparsas, surgidas de la espontaneidad de los vecinos, buscan brindar un espacio de contención a niños y jóvenes en el marco de la participación familiar. Y, para este 2020 abrimos la convocatoria a toda la comunidad LGBTIQ”, cerró.