Ellos nacieron del lado duro de la vida donde las palabras escritas suelen
hablar por su silencio y tuvieron que arrancarle sus sonidos y significados a su voluntad y hasta a
su propia vergüenza. Ayer, 147 de ellos, de 16 a 83 años, recibieron los diplomas del Programa
Nacional de Alfabetización y Educación Básica para Jóvenes y Adultos "Encuentro", entre los
aplausos y el afecto de sus familiares y amigos que colmaron el salón de actos del Colegio San José
(Presidente Roca 150).
"Luna de los pobres siempre abierta, yo vengo a ofrecer mi
corazón", leyó Marta Sandoval emocionada desde el escenario, quien para dar cuenta de su orgullo de
alfabetizada escogió la canción de Fito Páez. En cambio Ramona Moreno eligió compartir con todos la
primera carta que pudo escribir para su hijo, donde no pasó por alto decir que siempre espera el
regreso. De la comunidad toba, fue Norma González la encargada de pasar el frente con la leyenda
"María del mate".
"Alfabetizar es hacer pie en la realidad concreta de la
vida de quienes lo necesitan", explicó Patricia Fleitas, coordinadora del programa en Rosario donde
durante el 2007 funcionaron 35 centros de alfabetización en los barrios más populosos y menos
favorecidos por los recursos económicos. Son lugares sencillos, algunos casi precarios, donde los
vecinos se buscan y se alientan para aprender a leer y a escribir con los útiles que les envían
desde la Nación.
Alfabetizar es zanjar la diferencia entre saberes, que deja
atrás el desnivel entre quienes ejercen la información como un poder. "El cuaderno con el que
aprenden a leer y escribir tiene frases disparadoras con situaciones de la vida diaria", ilustró
Fleitas y aseguró que el programa respeta las culturas y creencias y, sobre todo, enseña en el
contexto histórico-social.
"Las vocales se aprenden con la palabra educación, pero
además, aprenden por qué la educación es importante, por qué no la tuvo o no la tienen sus hijos",
explicó la alfabetizadora mientras hojeaba el libro de texto de "Encuentro" que ilustró el Negro
Fontanarrosa, cuyo Inodoro Pereyra, con ojos asombrados frente a un pizarrón, presidió el acto
desde un afiche colgado en el escenario.
Ellos quisieron leer y escribir, pero las oportunidades se
les cerraron como cortinas de hierro y quedaron atrás y afuera, amordazados. Números de colectivos,
nombres de las calles, carteles de hospitales, firmar, ayudar a los hijos en la tarea, enviar
cartas y hasta mensajes de texto, todo quedó al descubierto ante los ojos de los alfabetizados.
"Cuando no sabés leer te miran con mala cara, pero hay que saber por qué uno no pudo", dijo Marcela
de 67 años.
Para Horacio Pardo, alfabetizador voluntario, ayudar a
aprender es hermoso para quienes creen que las cosas se cambian de a poco. "Ayudar a construir un
espíritu crítico es bueno porque hace que los pueblos cambien su forma de actuar y de pensar",
relató citando al pedagogo brasileño Paulo Freire.