Desde hace décadas, la dirigente indígena guatemalteca Rigoberta Menchú defiende el derecho de las comunidades a la vida digna, lo que incluye como motor principal la garantía de acceder a agua potable de calidad tanto en las zonas rurales como en las ciudades.
Con esa bandera al frente, la ganadora del premio Nobel de la Paz de 1992 analizó en Rosario (adonde llegó como parte de un convenio de cooperación con la Fundación para la Democracia Internacional) los nuevos desafíos que enfrentan las comunidades vulnerables de toda América latina, más atados que nunca a la explotación de los recursos naturales y a la lucha contra las grandes corporaciones de la energía y la alimentación.
En una entrevista exclusiva con La Capital, recorrió una agenda amplia de temas socioambientales y políticos.
—¿Por qué en el año 2016 todavía debemos recordar que existe un derecho al agua potable?
—Queremos llamar la atención sobre el tema, agua dulce queda poca y el calentamiento global nos afecta de forma directa, ya que destruye semillas y modifica el panorama y la vida de los humanos. Estamos hechos de agua, es como preocuparnos por nuestros ojos y nuestro organismo, esa es la visión global del agua que han tenido los pueblos indígenas, que entendían esta filosofía. Hace seis años la comunidad internacional hizo un llamamiento para que a esta altura todos lo pueblos disfruten del agua potable, y algo se avanzó. En Centroamérica se crearon Tribunales del agua y se penalizaron compañías, pero de manera indignante todavía hay grandes comunidades sin agua potable. También hay barrios en ciudades cerca de las grandes capitales sin agua o con mala calidad, y pueblos que consumen agua contaminada, lo que es grave porque se vulnera el derecho a la salud.
—¿Considera que los conflictos ambientales están hoy al tope de la agenda social?
—En muchos países es importante la relación de los pueblos indígenas con la madre tierra, existe un fuerte conflicto con la extracción minera y petrolera y con la concentración abusiva de los bienes naturales por parte de las corporaciones transnacionales. En Guatemala el primer conflicto es por la tierra, ya que las transnacionales operan allí y se manejan con limosnas hacia la policía, al ejército y las aduanas. Así hacen su ruta para saquear los bienes naturales, esto no es un secreto. Hemos llevado juicios contra esto. Sin duda el conflicto más fuerte hoy es sobre la tierra y sus bienes naturales.
—¿Qué papel le toca la Estado en este proceso?
—Tendrá que llegar un día donde el Estado deberá reglamentar hasta dónde llega mi casa y la del vecino, de lo contrario se vuelve tierra de nadie y se cometen altas injusticias. Entonces no se trata de saber quien tiene más o menos, sino de respetar los derechos del otro. Si un empresario llega a la orilla de una tierra comunitaria, pues debe demarcar su terreno para no afectar a las comunidades que están allí. El concepto de comunidad es el de bien común, y esos criterios aunque se trate de una minoría deben ser conversados.
—Hoy el mundo parece un lugar difícil para las minorías...
—Toda la humanidad ha sido migrante en algún momento de la historia, es una brutalidad hablar de migrantes como se habla hoy. Yo no sé dónde nacieron mis ancestros mayas, sólo sé que recorrieron el mundo entero. El concepto de migrante es para criminalizar, cuando todos somos productos de alguna migración. Ese es el nuevo mensaje que debe llevar la juventud y la política pública. El ser humano es integral y completo, no hay un ser humano que sea minoría y otro que sea mayoría, por eso siempre defendimos los derechos individuales y los colectivos. Nadie debe meterse con la fe del otro, todos somos seres espirituales, prodigiosos, un ser material y un ser social. Esos conceptos son los que manejamos, ya que existe un derecho a la diversidad.
—Respecto a los conflictos ambientales, no parece haber mucha diferencia entre gobiernos progresistas o conservadores en América Latina...
—El modelo que se reproduce hoy en el mundo es neoliberal y materialista, no hay otra explicación ya que el bien común, ese sagrado concepto de la humanidad, quedó absolutamente relegado. Se tiene una visión materialista incluso de la vida de la gente, no sólo extractiva de la tierra, sino también extractiva en la esencia humana. Por eso los gobiernos caen en los mismos métodos, la misma burocracia y la misma insensibilidad. En algunos países los pueblos indígenas jamás tuvieron progreso, más bien vivieron una segunda marginación en estos años. No es la tanto la ideología lo que hay que ver, sino los actos de las personas en el momento de tomar decisiones. Porque son decisiones que dejan huellas, y las huellas que han dejado los últimos tiempos la llamada "primavera" de gobiernos progresistas es casi igual o peor a como estábamos antes. El modelo extractivista no cambió mucho.