"Nunca voy a olvidar una noche del 2001. Había salido a cirujear a la tarde, era ya de madrugada y no tenía en el carro más que una caja de televisor y una naranja, la mitad podrida. Estaba en Francia y Zeballos, no había comido nada en todo el día. La calle había quedado vacía, no se veía ni un alma. Miré el cielo. Me pregunté si ese sería mi destino y el destino de mis hijos. Entonces me di cuenta de que tenía que hacer algo".
Desde ese día, pasaron diez años y muchas cosas en la vida de Tiburcio Gómez. Pero entre intentos, logros y pérdidas, esa convicción fue una de las pocas cosas que el hombre de 35 años, miembro de la comunidad toba, morocho y petiso, mantuvo intacta.
"Nunca me resigné", dice después de repasar los proyectos que, con algo de ayuda oficial, se cargó a la espalda: un comedor, una planta de reciclado de plásticos y un cíber comunitario. Tanto tesón tuvo su recompensa: ganó el Premio al Microemprendedor, un aporte de 18 mil pesos por el que compitieron 258 proyectos de 15 provincias.
En la esquina de Perú y Lima, del barrio Bella Vista, funciona el último de los caprichos de la Cooperativa Obras, el cíber que los más jóvenes del grupo están ayudando a armar con computadoras y muebles rescatados de la basura.
"Es para darle un lugar a los pibes que muchas veces están en la calle sin tener nada que hacer. Eso, más la portación de cara, alcanza para que los lleven detenidos, a algunos hasta dos o tres veces por semana", cuenta Tiburcio.
El modesto lugar queda a 300 kilómetros de las coquetas oficinas capitalinas del Citibank, entidad organizadora del certamen, junto a las fundaciones Avina y La Nación. La convocatoria busca destacar la importancia de las microfinanzas para el desarrollo económico y social del país, distinguiendo a emprendedores de bajos recursos que tengan un crédito activo en instituciones de microfinanzas, encargadas de postularlos y asesorarlos en la presentación.
La Cooperativa Obras llegó al certamen a través de MicroBan, entidad que en febrero del año pasado les facilitó un préstamo de tres mil pesos para reparar un motor de la planta de reciclado que un corte de luz dejó fuera de servicio.
Tras la diaria. Obras agrupa a 12 personas, familiares y vecinos de Tiburcio, pero en forma indirecta permite "hacer la diaria" a unos 200 cartoneros que acopian los desechos que después se transformarán en polietileno y polipropileno para industrias.
El premio les permitirá completar los trámites para legalizar la cooperativa y, por primera vez, hacer planes a lo grande.
"Estamos armando un galpón en Rouillón y Circunvalación para ampliar la producción, por semana podríamos producir unos 4 mil kilos de material para meter en el mercado de materiales de construcción (el plástico reciclado se emplea para fabricar baldes y fratachos). También se realizan artículos de limpieza o bolsas de consorcio. Y si nos va bien hasta podríamos pensar en comprar una inyectora, así podríamos dar el salto y ofrecer los productos terminados", proyecta Tiburcio.
El legado. "Me gustaría dejarle una pequeña fábrica a mis hijos", suma después dando cuenta de todo lo recorrido desde esa noche de 2001, donde la necesidad de sobrevivir le hizo aprender de golpe las reglas del juego y con algo de astucia, ayuda oficial, sensibilidad y, sobre todo, coraje, le permitió salir adelante.
Ahora, cuando repasa su historia, vuelve a ese día del 2001 y lo menciona como "un quiebre".
La mañana siguiente limpió todo el baldío de Perú y Lima ("me ensucié hasta el apellido", recuerda) y les propuso a un grupo de mujeres del barrio, beneficiarias del plan jefes de hogar, hacer una huerta para cumplir con la contraprestación del programa.
Después bajo el paraguas del plan Manos a la Obra surgió la posibilidad de comprar un molino para empezar con el reciclado de plásticos, tarea que había iniciado su hermano tras perder su trabajo en la fábrica de electrodomésticos Liliana.
En el medio, con la ayuda de Promoción Social del municipio, su suegra se puso al frente del Comedor Comunitario La Morena que asiste actualmente a unos 250 pibes y permite a las mujeres del barrio sostener un emprendimiento de comidas caseras.
El cíber comunitario es el más nuevo de los desafíos que nos quedan por delante. "Nos falta resolver el tema del abono a internet y terminar de recuperar las máquinas, pero en poco tiempo lo vamos a tener funcionando -promete- Y haremos una fiesta porque esta vez sí tenemos muchos motivos para celebrar".