Anoche no fue un sábado más. Largó el carnaval en el Polideportivo 9 de Julio y, como desde hace
seis años, encendió la alegría en los cientos de rosarinos que lo esperan para brillar con sus
trajes o aplaudir el ingenio de quienes participan. Como Olga, a quien esta fiesta se le metió en
la sangre, en los afectos y hasta en su casa, donde no queda un espacio libre de plumas, canutillos
y perlas. Las tres claves de Ara Mixu, la comparsa que nació en las zonas duras del oeste rosarino
y que en lengua mocoví quiere decir “buena gente”.
Desde su creación ya pasó una década y varios integrantes, pero ella no olvida cuando los
jóvenes de las barriadas bravas, a las que llegó con un plan Fortalecer para mantener a su familia,
se entusiasmaron con la idea de la comparsa para dejar el quiosco, la birra y la bolsita.
“Dijeron que querían conocer otras cosas, y de a poquito le fuimos metiendo cultura”,
analiza Olga mientras evoca, con nostalgia, los míticos carnavales de bulevar Oroño, en los años
60.
“Aquello sí que era carnaval”, reflexiona mientras le muestra a La Capital los
tesoros que invaden su sencilla casa: gemas, plumas, perlas; además de paliet y lamé, “no
originales”, aclara. Y con la seguridad de una experta desgrana el código que le da vida a
trajes, petos, casquetes, caderines, máscaras y capas, entre otros elementos.
Hoy, Ara Mixu está integrada por niños, jóvenes y adultos de los barrios República de la Sexta,
Tablada y zonas sur y oeste, a quienes recibe Olga en su casa de calle Cerrito. Bordar, coser,
imaginar. Todo se puede en el pequeño lugar donde pasan noches enteras alistando los trajes
mientras circula el arroz con salchicha, las anécdotas y sobre todo el afecto.
Empanadas. Mientras dan los últimos detalles, Ara Mixu cuenta el desafío 2008.
“Presentamos Carnaval en el Mundo, escenas de las fiestas que hacen en Brasil, Cuba,
Barranquillas, Venecia, Tenerife y Egipto”. Claro que no siempre se animaron a tanto. Diez
años atrás, para comprar los trajes hicieron 189 docenas de empanadas, que les compró la gente de
las villa Banana, La Boca y Manantial.
“Todo en la vida tiene su significado, nada es porque sí”, afirma Olga mientras
presenta a Joshua, que en hebreo significa “Jesús te salve”, el menor de sus siete
hijos y jefe de la batucada. A su turno, toda la familia integró la comparsa, como su nieta
Eugenia, de cinco años, que baila desde los tres y acomoda con cuidado el traje porque este año
será la reina infantil.
“De acá a cinco años vamos a tener un carnaval con sello propio, rosarino, como los de
Oroño en los 60, sin tanto gasto en plumas; que no es sólo eso, yo todavía sueño con un Rey
Momo”, define mientras Cristian, Brian y Jonatan esperan que llegue el resto de los
compañeros para ensayar. Son 60, tienen un corte de batucada propio y no se pierden por nada los
Carnavales Participativos que arrancaron en el 2002.
Pura garra. “Olga le pone garra, en otras batucadas no es lo mismo”,
asegura Cristian y cuenta que en la previa, cuando la casa queda chica con todos los integrantes,
“Olgui y Joshua dicen unas palabras para encender el ánimo y salir a tocar”. Así,
desafían la poca onda de la gente, “reacia a los carnavales”, que ni compraron una rifa
para los trajes y hasta le pusieron más de una queja cuando Ara Mixu copaba la vereda de Cerrito
para afinar los repiques.
A Jonatan, de 16 años, participar le ayuda a despejarse del trabajo y del estudio. Brian, que
tiene 10, hasta fue reconocido en el Billiken y en Fox Kid, por su habilidad para el redoblante
cuando a los 4 concurrió con la comparsa para animar a un equipo de fútbol cerca de
Circunvalación.
Claro que participar de este “arte urbano”, como lo define Olga, tiene su costo. Una
pluma ronda los 9 pesos y el kilo de perlas, 80. Algunos pueden afrontar los gastos, otros no, por
eso reciclan o logran una ayuda. “A veces hay que conseguir unas alpargatitas con
lentejuelas”, explica la mujer que hasta el año pasado hacía punta en la presentación de la
comparsa bailando en la comisión de frente, la que porta el estandarte. No hay límite de edad para
Ara Mixu, que hasta llegó a tener una abuela de 83 y bebés.
Olga no para desde 1997. Su comparsa ganó premios, recorrió la región en camión, flete o el
colectivo de Osvaldo, un amigo que los lleva. Los viajes unen y garantizan aliento y alegría.
“La gente te trata mejor, participa más”, asegura Jonatan, para quien lo mejor del
grupo es la garra que ponen todos y los convierte casi en una familia. Para cerrar los carnavales
juntan pesitos y alquilan una casa grande capaz de albergar una “buena choriceada”, con
mamás y papás incluidos.