Cae la tarde sobre la ruta 178. Diego Bufarini conduce de regreso a Las Rosas. Va solo y entre las luces y las distancias aparece la imagen de Rubén. Hace un rato le cortó el pelo en una calle de Rosario y el hombre lloró por el gesto solidario que el peluquero tiene cada lunes para quienes no pueden pagarlo o viven en la calle. El momento fue fuerte y ahora, manejando, se da cuenta de que lleva grabada la mirada de quien encontró caminando por Pellegrini y Oroño.
"Son invisibles para la gente que pasa, yo me quedo mirando hasta que los encuentro y les propongo arreglarles el cabello y la barba, es el único día en que elijo a los clientes", explica. Y dice que la gente en situación de calle tiene una mirada particular que lo interpela.
"Rubén fue el último a quien le corté el pelo, un señor grande", cuenta. Y el relato fluye como el ritmo de las tijeras. Como a todos, le dijo «¿cómo le va jefe?, ¿le corto el pelo?», y la respuesta fue esquiva. Pero dio charla hasta que "aflojó y aceptó". Después el hombre sacó del bolsillo todo lo que tenía, dos billetes de cinco, uno de diez y uno de cincuenta pesos y le dio el de la denominación más alta.
"Insistió que quería darme el dinero más importante que tenía ese día, le dije «gracias, me pagaste el corte de pelo, ahora yo necesito un abrazo, te lo compro por cincuenta pesos«", relata Diego. Rubén lo abrazo, le dijo "que Dios te bendiga hijo" y se puso a llorar. Son esas lágrimas las que vuelven una y otra vez en el viaje, pero no fueron las únicas.
Diego acumula varias historias como esa en el bolso de peluquería con el que llega todos los lunes a Rosario desde Las Rosas. "Ellos siempre te quieren dar lo mejor que tienen ese día y cuando les digo «mejor me pagas con un abrazo», se ponen a llorar". El dolor que tienen adentro es impresionante, están en la calle y nadie los mira", explica. Una semana atrás fue Darío quien lo abrazó llorando.
"Lo que estoy haciendo ahora es darle las gracias a la profesión por lo que me dio, tengo un plato de comida todos los días, mi autito, casa y el salón, esto hablando desde lo económico, porque lo que la gente te da en la calle no tiene precio", enfatiza como prólogo al relato de trabajo solidario de los lunes, el típico día de descanso de sus colegas.
Bufa, como le dicen los amigos abreviando su apellido, llega a Rosario los lunes y estaciona su auto en el macrocentro. Se calza el cinturón de peluquero con tijeras de corte, entresacado y navajín, toma el bolso donde lleva las capas, el rociador y otras vituallas y comienza a caminar. La peluquería se arma "dónde pinte", siempre hay un tarro o un banquito, o algo en la calle.
Llega después del mediodía ycuando ya no hay más sol, acicala pelo y barba a no menos de doce personas. "Los llamo los invisibles, la gente pasa y no los ve, no los mira, pero cuando armo la peluquería ahí comienzan a parar, quieren tomar fotos y me preguntan si lo hago de onda", explica. Y asume el asombro que desoculta el interrogante: sólo tienen la visión del dinero.
De su experiencia en la simbiosis de la calle y las tijeras, Diego tiene al menos una certeza. "Es tremendo cómo les cambia la mirada", enfatiza. Y así se va de Rosario para volver este lunes, y el que sigue y el próximo... su obsesión es volver visibles a los invisibles. Y su gesto conmueve.