¿Qué capacidad de sortilegio tienen las fotos familiares, esas donde aparecen los abuelos que ya no están, el perro que ladraba atrás de la puerta, el almuerzo por el aniversario de mamá y papá, y hasta uno mismo que, de tan joven, parece otra persona? Para Pablo Rocca y Carina Pignataro, dos de los sobrevivientes de la explosión de Salta 2141, esas fotos rescatadas de entre los escombros funcionarán como un puente entre el presente, a la vez áspero y maravilloso, y la historia que cifraba cada uno de los objetos que perdieron. Lo áspero del hoy se debe al miedo, a la muerte de tantos vecinos, a la desaparición de todas sus cosas. Lo maravilloso, a que la explosión los sorprendió, por segundos, a media cuadra de su casa. Con esos sentimientos encontrados los dos fueron ayer en busca de sus fotos a la comisaría 3ª, donde otras 18 familias ya se habían acercado a reconocer objetos pequeños, devenidos talismanes para los duros tiempos que les toca vivir.
Así fue como se llenaron cuatro volquetes en los que, mezclados entre vidrios y escombros, quedaron fotos, carnés, títulos, cuadros, libros, crucifijos, juguetes, relojes, lentes, celulares, algunas billeteras, cosas que los rescatistas imaginaron podrían representar algo para sus dueños.
Cada historia, un mundo. La historia de Carina y Pablo es increíble. La pareja, de 37 años, vivía junto a Micaela, su nena de 6 años, en un departamento de pasillo que compartía medianera con la torre de nueve pisos de Salta 2141 que se desplomó.
En el departamento, heredado de Yoli, una de las abuelas de Carina, había un entrepiso de virapitá (una madera dura) que el propio Pablo, colectivero del 35/9 azul, había construido. La familia tenía tres canarios y dos pececitos.
El 6 de agosto pasado, Micaela ya estaba en su sala de preescolar en el Normal 2 ("cosa que muchas veces no hacía, porque cuando me decía «pa, tengo sueño», yo la dejaba dormir hasta las 11") y a Carina "se le puso" que tenían que ir al supermercado Micropack. Si no, insiste Pablo ante LaCapital, él se habría quedado en la cama o, a lo sumo, tomando mate con su mujer, lo de todos los días.
Pero esa vez le hizo caso a la esposa, su amor desde los 17, y ambos salieron rumbo al súper. Caminaron hasta la cochera, en Salta y Alvear, y al palparse el bolsillo Pablo se dio cuenta de que se había dejado la llave del auto en el departamento. "¡Qué boludo, me digo yo, y ahí nomás salgo de nuevo para casa a buscar la llave".
"Pero al llegar a Oroño veo al portero que corre y empieza a desviar el tránsito... siento el zumbido fuerte del gas y ya me doy cuenta de lo que viene. Le digo a Cari: «¡Perdemos la casa!», y la empujo atrás de una Traffic. Al segundo vuela todo: piedras, vidrios, todo".
El relato de Pablo suena como una crónica en vivo, a veces relatada en presente, a veces en pasado. "Me paré y me agarró un ataque, salí corriendo hacia casa, me subí al techo y ni siquiera entonces me cayó la ficha de que el edificio con el que compartía la medianera ya no estaba ahí". En realidad, tampoco quedaba nada de su propia casa, y aun así su prioridad fue salir a socorrer a otra gente.
De hecho, alertado por gritos desesperados pidiendo ayuda, logró rescatar a dos mujeres mayores, de 94 y 70 años, vecinas de su propio pasillo, y al perro por el que ambas le imploraban.
También sacó a una chica desvanecida cuyo novio acababa de sacar de entre los escombros, y de quien ya no volvió a saber nada.
A partir de ese día aciago, la familia vive en la casa de la mamá de Pablo, los tres bien, "muy familiares, todos muy juntitos", y a la espera de alquilar algo. Pero a pesar de ser sobrevivientes "por un pelito", la angustia no se va. Sobre todo la de Carina
Revelador. "Lloré tres días seguidos —cuenta Pablo—, sin parar, hasta que algo me hizo click en la cabeza cuando mi nena, abrazando en la cama un juguete que le habían regalado, me dijo: «Papá, soy feliz».
Como para no: los tres se salvaron y, por si eso fuera poco, hasta uno de los canarios y los dos pececitos vivos encontraron, increíblemente en su pecera, intacta bajo el entrepiso de virapitá. El resto —muebles, electrodomésticos, adornos— lo perdieron todo bajo los nueve pisos del cuerpo colapsado de Salta 2141.
Hasta que entre anteayer y ayer recuperaron, en la comisaría, cosas que para ellos son de un valor altísimo: más de 40 cartas de amor que una Carina adolescente le escribió a Pablo mientras salían, un peluche de Barnie, dos pulseras de las abuelas Yoli y Teresa, un despertador también de la abuela Yoli, algún que otro documento.
Al principio de la nota es sólo Pablo quien habla. Carina se excusa y llora en silencio mientras junta sus fotos, algunas dobladas, las mira, las toca, muchas de esas fotos de sus abuelos. Una hasta de Lisa, la perra de Yoli
Cuando finalmente decide hablar, simplemente porque quiere, Carina cuenta cuánto quería a sus abuelos. "Ellos son los que te enseñan a coser, a tejer, a hacer tortas fritas, los abuelos son otra cosa...", dice, y se quiebra.
Cuenta también que la casa misma era herencia de su abuela, igual que el ropero, la cama, las mesas de luz, todo lo que ahora quedó tapado de escombros.
Y es tan fuerte el vínculo afectivo con esa memoria, que Carina dice que al momento de la explosión sus abuelos estaban con ella. "Ese día yo salí con ellos, hasta llevaba puesta una remera de mi abuela, y por eso ellos estuvieron conmigo", insiste, convencida de que esa fuerza del amor tuvo algo que ver con que su familia sobreviviera.
Aun así, la angustia no se va, la bronca no se esfuma, la tristeza no afloja. Es que perdieron todo. "La historia de nuestras vidas", grafica Pablo. Sin contar a los muertos, por los que Carina sigue llorando. "Nada me gusta, todo se me hace complicado. Todavía no puedo nada", dice la chica.
Sosteniéndose uno al otro, tratando de que el drama no afecte todavía más a su nena, haciendo trámites, van pasando los días como mejor pueden. Ahora, en una bolsita de supermercado, llevan al menos algunas fotos que quizás los ayuden a sostener esa quimera de continuidad —la vida, como una sola— que la tragedia se encargó de desmentirles para siempre. Aun a ellos, sobrevivientes.
A la espera en la seccional
Sobre la mesa donde se apilan los objetos hallados en la seccional 3ª hay muchos que llevan cartelitos con nombres porque ya se identificaron sus dueños. Otros, incluso fotos, son recuerdos aún anónimos que esperan a que alguien los reclame. El jefe de Operaciones de Protección Civil, Ricardo Martínez, se encarga de mostrárselos a quienes van por sus cosas para que funcione también la técnica del boca a boca.