"¡Pla, pla , plaaa! Buenassssss. Somos del Centro de Salud. ¿Están vacunados por acá?", preguntó una enfermera tras golpear las palmas. Pabla, una mujer de Alsina 4496, contestó con tonada guaraní: "Yo sí, mi marido no, porque tiene miedo qué pena que esté trabajando si no lo convencíamos entre todos", se rió la mujer junto a su hijito Roberto Carlos, antes de ponerse a secar con una toalla sobre su falda a su resignado gato que acaba de ser bañado.
Pero la vacunación había empezado mucho antes de ese diálogo en el vecindario. La actividad se había suspendido dos veces por lluvia. Sí, la brecha social y económica puede llegar a ser muy ingrata incluso en Rosario, donde los agentes de salud van hasta la casa de la gente. Todavía el mal tiempo puede dejar sin acceso a la salud a comunidades enteras.
Pero esta semana el cielo perdonó, se salió a vacunar al distrito más populoso, con más centros de salud y dos coordinadoras: Verónica Sade y Diana Mardoni, quienes también estuvieron en el barrio con los equipos. La Capital estuvo allí registrando el operativo ambulante destinado a quienes aún no supieron cómo sacar turno, no pudieron por falta de conexión a internet, por falta de documentos o dinero para el transporte, o por escepticismo o desinterés, dos variables que se replican en otras clases sociales.
Vacunas en el merendero
Los vecinos de barrio Alvear se avisaron entre sí de la jornada de vacunación. Una parte fue al merendero y otra fue visitada en sus casas. La noticia había corrido boca a boca, por las redes o por WhatsApp. Y las colas, fundamentalmente de mujeres, comenzaron bastante antes de las 11, la hora de largada, y siguieron avanzado el mediodía, momento en que comenzaron a caer los varones, tras una escapada o salida de la jornada laboral.
La primera en vacunase con la dosis de Sinopharm en el merendero fue Adelina Mercado, una mujer de 31 años nacida a más de 350 kilómetros de Asunción, a orillas del río Paraguay y del arroyo Ñeembucú. Es una ama de casa, esposa de un albañil y mamá de un chiquito que la acompañó para ver qué cara ponía su mamá durante el pinchazo.
"Me enteré por una vecina y me vine", dijo la mujer que se llevó una pequeña venda cerca del hombro izquierdo y el carnet de vacunación en la mano.
Los trabajadores de la salud de ambos centros montaron el consultorio en minutos. Llegaron como siempre, caminando, porque así sale el saludo más fácil, se van cruzando con la gente y charlando de sus problemáticas. Llevaban barbijos y batas; algunas, cofia, bolsas negras y heladeritas en mano. Acarrearon jeringas, vacunas, barbijos, paracetamol, carnets de vacunación, descartadores, alcohol y toda la paciencia para informar: no necesitan más.
Uno de los que cargó una bolsa de residuos con material, desde el Distrito Sudoeste, de Francia 4435, al barrio, unas ocho cuadras, fue el director del centro de salud Santa Teresita, el médico generalista Matías Gervasoni. Explicó que esta tarea con todo el equipo ya la habían realizado en las campañas del dengue o cuando tuvieron que detectar posibles casos de contagios de Covid-19.
"Nos vamos a la vacuna", decía la gente del barrio refiriéndose al merendero a medio construir que abrieron el año pasado, las hermanas Micaela Cueva, de 30 años, y Leidi Cueva, de 28. Una trabajadora de eventos, la otra policía.
Dos mujeres que sin personería jurídica ni respaldo económico del Estado preparan guisos para unas 200 familias en una cocina a leña con donaciones que consiguen de comerciantes y vecinos. Son quienes además prestan las precarias instalaciones -sin techo, ni piso- para toda actividad colectiva en el barrio, en conexión con los centros de salud y otras instituciones del vecindario. "Si puede y no molesta, ponga en la nota que necesitamos materiales para terminar el merendero. Y también juguetes en buen estado y alimentos: estamos preparando el Día del Niño para Agosto", pidió Leidi.
Uno de los varones que llegó a vacunarse era visiblemente xeneize. Se llama Martín Aguirre, es chaqueño, tiene 53 años, es plomero y vestía camiseta de Boca y ojotas que contrastaban en un día para polera, bufanda y gamulán.
La coordinadora Mardoni le completó el certificado de vacunación y le pidió el número de su celular para llamarlo cuando llegue el momento de la segunda dosis. El hombre, inmenso y contento, posó para la foto con su cartón completo junto a otros vecinos: Gladys, Ricardo, Martín, María Inés y Luján. Sonrientes, parecían graduados que mostraban el título.
La caminata
El grupo que arrancó por la calle está integrado por Gervasoni, su par del Centro Champagnat, Silvina Alfonso, y Sader, la coordinadora. Todos hacían lo mismo, preguntaban si falta vacunar a alguien en el domicilio, escuchaban, se quedaban en el diálogo, explicaban.
"¿Te vacunaste?", le preguntó una coordinadora a una muchacha. "Tengo 29 años, ¿puedo?", respondió la joven. Y salió inmediata la respuesta que provocó carcajadas: "Siii, estás a punto caramelo". La muchacha, entonces, dijo que iba por su DNI y volvía. Así de simple.
Los profesionales de ambos centros de salud conocen a la mayoría de los vecinos, quienes en algunos casos les ganan de mano y salen a preguntarles si pueden vacunarse. Eso hizo Blas Almada, un zapatero paraguayo de 32 años quien salió a la puerta de Alsina 3898 con su hijito Bladimir en brazos y preguntó si podían vacunar a Sonia González de 23 años, su esposa.
El equipo sanitario solo entraba si los invitaban: por preservación de la intimidad y el distanciamiento que indica el protocolo. En este caso se armó velozmente el vacunatorio en el patio de la vivienda, bajo los ojos atentos y entretenidos de otro hijito de la familia, una sobrina y varios perros.
Tras Sonia, pero a media cuadra, en calle Cagancha 3885, se vacunó también en la puerta de su casa Inocencio Larrea, de 30 años y constructor. Su pariente Eladio Medina de 56 años, se acercó a ver "cómo lo pasaba".
"Qué grande Argentina. En Paraguay esto se paga. No saben qué agradecidos estamos", sostuvo el hombre que contó que ya tiene colocada la primera dosis de Sputnik.
Siguen los golpes de mano como aviso de que "pasa la vacuna". Un grupo de nenes arma un barrilete con cañas y bolsas de nylon negras y mira lo que sucede. Varios dijeron tener puesta la camiseta de Newell's: tal vez una cosecha del paso del Tata Martino por la selección albirroja.
Un muchacho vendedor de rosquitas se acerca con su bicicleta y pregunta si pueden vacunarse él y su familia, se informa pega media vuelta y se va a pedaleo limpio con los datos en la memoria.
Los peregrinos van esquivando perros, chicos, y hasta a la camioneta de un botellero que pregona su compra-venta. Se detienen en la casa de una mujer que dice estar vacunada pero su hija no.
"No quiere, pero ya la llamo", dijo. Bajó entonces de la planta superior Vanesa González, de 31 años, y seis hijos. La familia entera, llena de nenitos y nenitas, le hacen bromas. "No quiero vacunarme, me da impresión", dijo, pero se sentó y esperó el pinchazo sin mirar. Apenas le apoyaron el algodón con alcohol pegó un alarido y todos se le rieron a carcajadas.
Le explicaron que puede llegar a padecer los dolores "como los de una menstruación", nada que no se pueda sobrellevar con un paracetamol.
Una hermana de Vanesa se niega a la vacuna. Alguien del equipo la invita a inocularse, pero dice que "no", que no quiere y no explica mucho más. Le avisan que puede ir al centro de Distrito: que allí la esperarán si cambia de opinión.
"No le insistimos. La conocemos, sabemos que es reticente a algunas cosas. Posiblemente si no la molestamos venga. Ojalá. Por suerte su padres y sus hermanas ahora están vacunadas", dice una de las profesionales del centro Santa Teresita.
La primera línea de Salud
"Tenemos una historia de vínculos estables y sostenido con población vulnerable, se trabaja con una clínica que busca incluir y en pandemia intentamos fortalecer el trabajo territorial, a contramano del mundo que habló mayoritariamente de hospitales y de terapias intensivas desconociendo este tipo de trabajo de la salud pública", dijo a este diario el secretario de Salud municipal, Leonardo Caruana.
En tanto, el director de los 43 centros de salud de la Municipalidad de Rosario, Fernando Vignoni, pone cifras sobre la mesa. "Ya vacunamos 35.455 personas en todos los centros de salud y por fuera de ellos ya superamos las 6 mil inoculaciones", aseguró.
Aclaró que a ese total lo integran 16.500 personas de entre 18 a 60 años, hubo 4.100 embarazadas, y el resto población menor de 60 sin factores de riesgo.
"Esta semana estamos vacunando a mayores de 30 y ya enviamos el listado a la provincia para mayores de 20: unos 23.550 jóvenes", adelantó.
Un trabajo que continúa esta semana y seguro varias más. En cada centro, en cada barrio, en cada puerta.