Adrián estira la mano hacia adelante y señala la inmensa muralla de hormigón que
se levanta enfrente, la futura fachada del hotel, sobre la avenida Batlle y Ordóñez: "Estuve 40
años con el campo acá lleno de caballos y vacas. Ahora por lo menos dejame disfrutar; por lo menos
lo voy a mirar de afuera. Dentro de un tiempo no sé lo que puede pasar". Eso es lo que le dice a la
gente –operadores inmobiliarios en su mayoría–, cada vez que le preguntan si no quiere
alquilar o vender su casa; una forma sutil de aclarar que no tiene ningún apuro. Luis Adolfo Orán,
que vive sobre la calle Mariano Moreno, es un poco más crudo: "El que vende ahora es un tonto",
dice.
En el límite sur del barrio Las Delicias (Batlle y Ordóñez)
y en el límite oeste del barrio 17 de Agosto (Moreno), nadie sabe qué es lo que puede pasar dentro
de un tiempo, pero casi todos imaginan que va a ser bueno: por obra del azar –y más en este
caso– sus viviendas quedaron frente a lo que será el complejo de casino y hotel de lujo que
se erige en el sur de la ciudad. Los que viven alrededor del predio deducen que la especulación
inmobiliaria les depara un buen futuro, y creen que la clave es el paso del tiempo. Al menos el
presente, dicen, ya es mejor que el pasado. Hoy recorren la zona los obreros, mañana quizá los más
adinerados.
Presentes. "Está bien: están rotas las calles, es todo tierra. No podés
calcular ahora. Esto se va a ver cuando esté terminado. Pero con este movimiento en el barrio hay
mucha gente que vende", explica Orán. En una de las persianas de su casa, sobre Moreno, un cartel
ofrece un menú de pastas a seis pesos. Al costado de la vivienda, casi sobre la vereda, hay una
mesa plástica vacía. "Estoy esperando un pedido que tengo para cinco muchachos que son nuevos. Son
unos tipos fenómenos. Después de comer, te juntan y te acomodan todo", cuenta.
Este jueves, al igual que todos los mediodías desde hace
poco más de un año, las calles polvorientas que rodean el predio del hotel casino son un hervidero
de gente. Quince minutos después de las 12, hora de la pausa para el almuerzo, el perímetro de la
obra se llena de albañiles que se reparten por el color de sus cascos. Los carritos ubicados al
costado de la entrada principal –sobre Batlle y Ordoñez– empiezan a trabajar a tope;
las dos habitaciones del comedor de enfrente se quedan sin lugares; las veredas se inundan de
obreros que se acomodan en el suelo con bandejas de comida; en los kioscos laterales se juntan
grupos que van a buscar sándwiches o bebidas; los carritos y los vecinos que trabajan en la entrada
lateral –sobre Moreno– atienden a sus clientes habituales.
Aunque el número varía según la época y la etapa de la obra, los vecinos
estiman que dentro del complejo trabajan diariamente entre 800 y 1.000 obreros.
"Esto revolucionó todo el barrio. Y la gente está de acuerdo, porque ahora por
lo menos tiene otro tipo de vida", asegura Luis Caseti, uno de los pioneros de la primera actividad
comercial que se generó alrededor del proyecto del hotel casino: alimentar a los trabajadores.
Donde come uno. "Cuando esto empezó, no había nadie vendiendo nada. Ahora
venden todos. Allá pusieron un carrito, ahí pusieron otro carrito. Los kioscos acá a la redonda
vendían pavadas y ahora todos venden comida. Sobre la otra entrada pusieron dos carritos en la
puerta, y enfrente tenés otros dos más. Alrededor hay casas que tenían un salón, o un garaje, y ahí
ponen una mesa y le dan de comer a la gente". Luis Caseti tiene 61 años, vive en Villa Gobernador
Gálvez, y desde hace un año aproximadamente tiene un comedor frente a la entrada, en Balcarce casi
Batlle y Ordóñez. Su plan inicial era entrar a trabajar como personal de seguridad, pero no pudo.
Entonces puso el primer carrito de la zona, y se dedicó a convencer a los propietarios del local de
calle Balcarce hasta que se lo alquilaron. Al principio quiso instalarse al lado de la entrada
principal, pero no lo dejaron. "Ahí no querían a nadie, y mirá ahora como pusieron esos dos", dice,
pero sin resentimiento. Estar ubicado frente al acceso principal del hotel, implica una ventaja:
por ahí entra y sale la mayoría de los trabajadores.
Por la entrada lateral, sale aproximadamente "el 30 por
ciento de la gente", calcula Adriana, que atiende uno de los carritos ubicados sobre calle Moreno,
en un pequeño terreno frente al predio. "El mes pasado, por ejemplo, no se vendió mucho, porque
toda la gente estaba desplazada hacia el hotel, y salían todos por Batlle y Ordoñez", explica más
allá Luis Orán, en su casa, mientras espera a los nuevos comensales. "Ahora trajeron como 40
salteños. Viene gente de todos lados: hay bolivianos, paraguayos, salteños, cordobeses. Lo que
busques", dice.
Nuevos vecinos. Hace medio año Gustavo Acosta estaba en La Plata cuando un
amigo le contó que buscaban gente en Rosario. "Vinimos y quedamos acá, paraguayos y bolivianos",
cuenta ahora en la vereda de su "casa": un galpón amarillo que la empresa alquila sobre Batlle y
Ordóñez, donde vive hace cinco meses junto a otros extranjeros. Acosta tiene 40 años, es paraguayo
y hoy no trabaja porque anoche se pasó de copas. Cuando quiso entrar, explica, el personal de
seguridad se lo impidió para evitar riesgos. Su habitación es igual que las otras: un pequeño
rectángulo delimitado por tabiques de madera, con dos camas cucheta. "Antes teníamos cocina, pero
ahora nos dan cinco pesos por día para comprar algo, choripán y eso", dice.
En ese galpón viven más de 20 obreros, pero no es el único
en el barrio: hacia el lado de Arijón, cuentan los vecinos, hay tres más. Y "de Oroño para allá,
detrás del Libertad, están alquilando casas", agrega después Fabián, un obrero que vive por la
zona. Cada contratista de la obra resuelve el alojamiento de sus trabajadores a su modo. En todos
los casos, aseguran los que viven allí, la convivencia es buena. "No salimos a buscar pleito, ni
nada", asegura Acosta.
Vivir en el barrio no cambió mucho la vida de los obreros,
pero su presencia y la obra gigantesca sí han transformado la vida del barrio. "¿Cómo no van a
estar contentos los vecinos? Nos valoriza todo, por malo que sea", resume Adrián.