Claudio Cardone acaba de cumplir 47 años pero parece el mismo que en los años 80
acompañaba en el piano a Adrián Abonizio o formaba equipo con Risso, Rivas, Mottura y el Pájaro
Gómez en la primera formación de Identi-kit. Café de por medio en un bar de Belgrano, en una
diáfana tarde otoñal, el rosarino al que muchos consideran el mejor tecladista del rock nacional y
hace largo tiempo es la mano derecha de Luis Alberto Spinetta sonríe: está feliz porque acaba de
comprar tres discos.
–Claro. Pero a diferencia de otros rosarinos, yo viajo siempre. Mi raíz
está allá.
–¿Y qué extrañás?
–El ritmo, que es más sereno. Pero a los amigos no los perdí.
–¿Y los lugares?
–Sigo yendo a El Cairo...
–Vos formás parte de una destacada generación de músicos rosarinos. ¿De
quiénes te acordás más?
–Los que primero me vienen a la memoria son Iván Tarabelli y Ricardo
Vilaseca. Y cómo olvidarme de Carlitos Casazza, el Pájaro Gómez, Armando Sabia, Maxi Ades. Nosotros
hicimos nuestro camino a pulmón y de una manera romántica o hasta ingenua, si se quiere. Después la
plata invadió y contaminó todo. Yo extraño aquel espíritu.
–Haceme un breve repaso de tu etapa rosarina.
–Yo arranqué como muchos en aquella época, armando bandas en el colegio.
Con Anfión, por ejemplo, hacíamos rock sinfónico.
–¿Y después?
–Fue otra etapa más profesional: formé parte de Boulevard, el grupo de
Fabián Gallardo que tocó en el famoso Rosariazo, en el estadio cubierto de Newell’s, y largué
con Adrián Abonizio. Empecé a venir acá con Silvina Garré. No tenía teclados... Me los prestaba
Litto Nebbia, a quien nunca voy a terminar de agradecérselo. Y no me puedo olvidar de Rubén Goldin
ni de Lalo de los Santos: estaba en su banda y grabé en su disco "Hay otro cielo", del 86.
–¿Cómo empezó la relación con Spinetta?
–Fue a través del baterista Jota Morelli. Luis acababa de hacer un disco
llamado "Don Lucero". Y el Mono Fontana, que había grabado teclados, necesitaba alguien que le
diera una mano para que en vivo sonara igual que el disco. Yo estaba en Rosario y Jota me llamó y
me dijo: "Che, ¿no te querés venir a probar?". Imaginate, fui volando. Caímos a la casa del Flaco,
empezamos a zapar y cuando terminamos el Flaco me dijo: "La verdad que yo quedé muy bien
impresionado y en algunas cosas me hiciste acordar al Mono. Yo no quisiera causarle ningún problema
a Goldin, pero me gustaría que te quedaras en mi banda". Así arrancó un hermoso ciclo de tres años.
Después Luis desarmó la banda y dejó de tocar por un tiempo.
–¿Y qué hiciste durante ese período?
–Estuve con Fito Páez, con los Illya Kuryaki y con Baglietto.
–¿Cómo es Spinetta?
–De una increíble humildad. Y lleva una vida como cualquier otro: cocina,
lo encontrás en la casa tomando mate... Carece de esas excentricidades que suelen tener los
pseudoartistas. También es un tipo de una calidad humana extraordinaria. Y muy inteligente, sabe de
todo: desde mecánica del automóvil hasta cocina, desde música hasta libros... Ni hablar de su
talento: su obra recién se va a valorar después de un tiempo largo. Si agarrás toda su discografía,
desde que arrancó hasta ahora, vas a ver que abarcó un montón de estilos con un nivel de calidad, y
también de compromiso, altísimo. Con todo respeto por los demás, ese nivel en el país yo no lo veo
en casi nadie.
–Vos estás definiendo a un artista. A veces pareciera que el universo del
rock se ha teñido de una visión comercial.
–Por supuesto. Y no te olvides, además, de que cada vez que hace un disco
él no deja nada librado al azar: desde la tapa en adelante, controla todo.
–¿Y técnicamente, como músico, tiene formación o es esencialmente un
intuitivo?
–En un 90 por ciento es intuición pura. Pero ojo, ha escuchado de todo:
jazz, clásica, tango. Muchos no comprenden cómo ha logrado construir desde los elementos que tiene
un universo tan personal. Es muy curioso, inquieto, nunca para de investigar.
–¿Cuál es tu trabajo con él?
–Toco, claro, y en la parte de los arreglos, él casi siempre tiene una
idea de lo que quiere hacer y yo lo traduzco. Y en el último disco es donde más colaboré, e incluso
me pidió que compusiera ciertas partes.
–¿Cómo llegaste al rock?
–Fue por los chicos del barrio: me empezaron a hacer escuchar discos, me
acuerdo de haber descubierto Weather Report, Return To Forever, al mismo Spinetta. Me hice fan de
Genesis, que tenía mucho de música clásica.
–¿Y cómo ves a la Trova?
–Fue un momento muy especial. Surgió a la vez un montón de buenos autores,
qué sé yo por qué. Y hay características comunes, un perfume propio: tiene algo del folclore
santafesino, del folk estadounidense, del tango, del rock... Y también de la nostalgia que
transmite Rosario, esa ciudad tan especial.
–¿Qué opinás de los que la acusan de ser depresiva...?
–Nada es bueno ni malo por ser triste o alegre, por ser lento o rápido. Y
ojo, en Buenos Aires le tiraron mala onda porque tenían miedo de que los rosarinos les coparan el
kiosco.
–¿Seguís los canales de música por TV?
–De los tres o cuatro que hay, no me gusta casi nada.
–Y no dejaste de explorar...
–Me encanta abrir el abanico, si no me aburro. Escucho desde Guastavino,
que es genial, hasta Piazzolla. Y también Beethoven, Chopin, Ravel, Debussy.