Aunque por ley los organismos públicos nacionales deben otorgar espacios a
personas discapacitadas para que puedan instalar pequeños comercios, a Juan Esperanza Franco, que
es ciego, la Administración Nacional de la Seguridad Social (Ansés) le dijo "no". La negativa para
cederle un espacio de dos metros por dos en la sede de Rioja y Sarmiento le llevó a la repartición
cuatro años y a Juan innumerables trámites, incluso de tenor judicial, ya que sólo un recurso de
amparo logró por fin una respuesta. Lástima que, encima de denegarle el lugar, le aconsejaron que
inicie otro expediente para ver si el local del organismo en Alberdi se lo cede. "Con mucha suerte
en el 2012 me vuelvan a decir que no", ironizó el hombre.
Según cuenta Juan, que tiene 50 años, su vida fue normal
hasta el 96, cuando sufrió un desprendimiento de retina porque se le complicó una operación de
cataratas y poco tiempo después se le sumó un traumatismo. Hoy camina por la calle con un bastón
blanco.
Es padre de seis hijos (que actualmente no viven con él) y
hasta que enfrentó ese problema trabajó como cuentapropista y empleado en distintos gremios. Fue,
por ejemplo, tapicero y gastronómico. Hoy vive en una casita de zona sur junto a su pareja, María
Marta, también discapacitada visual, a quien conoció hace cinco años en la escuela Braille.
Carta. En 2003 Franco no tenía aún ni la pensión graciable por discapacidad ni
el subsidio con contraprestación que recibe hoy y necesitaba desesperadamente algún recurso para
sobrevivir. Así fue como se le ocurrió, al conocer la ley 24.308 (ver aparte), que podría intentar
instalar un quiosco en la Ansés.
Por eso en abril de 2004, desde la escuela Braille (donde
intentaba aprender herramientas para su nueva vida y en cuyo comedor se alimentaba) enviaron una
carta a la dirección ejecutiva de la Ansés solicitando permiso para que Juan instalara allí un
pequeño quiosco.
Y ahí nomás empezó el trámite del arbolito. En octubre del
mismo año se cursó otra nota con idéntico pedido al Ministerio de Trabajo —de cuya
jurisdicción depende la Ansés, aunque es un organismo descentralizado— y un mes después la
Unidad de Personas con Discapacidad y Grupos Vulnerables de esa cartera respondió que había
asignado a Juan el primer puesto en su registro abierto para esos fines.
La Unidad también informó a la Ansés que cedía ese espacio
en el local de Rioja 1120. Unos meses más tarde la misma Ansés comunicó que estaba "recabando
informes" para determinar si correspondía otorgar el permiso. En el medio se cruzaron notas y más
notas a las autoridades del organismo, pero nunca se llegó a una respuesta definitiva.
En marzo pasado, entonces, ya azorado, Juan decidió enviar
una carta documento a la dirección general de la Ansés, con sede en Buenos Aires, donde explicaba
que ya habían pasado más de tres años sin obtener la más mínima respuesta.
Sin respuesta. "Me llegó un aviso de retorno, pero jamás me contestaron",
aseguró. Toda una decepción, ya que había cifrado grandes expectativas en el éxito de esa gestión y
gastado "una fortuna" para sus más que flacos ingresos en el envío de esa carta.
Por eso en mayo pasado apeló a la Defensoría Pública Nº 1
de los Tribunales Federales, que de inmediato libró un oficio solicitando al interventor de la
Ansés que informara en qué situación se encontraba el trámite del otorgamiento de permiso para que
Juan pudiera montar su modesto quiosquito. Increíblemente, tampoco entonces hubo un sí, ni un
no.
Moroso. Y el único recurso que quedó fue un amparo, que el defensor Osvaldo
Gandolfo presentó poco después por "mora administrativa" de la Ansés. En criollo, por una brutal
burocracia.
Y el miércoles pasado, finalmente, Gandolfo confirmó que
había llegado el día de la dilatada respuesta. Sólo que esa respuesta fue "no".
Según adelantó el letrado, en rigor la Ansés invocó escasez
de espacio en el local de Rioja y Sarmiento, y por eso sugirió la iniciación de otro trámite para
probar esta vez con la sucursal de avenida Alberdi al 600.
Por desgracia, hace ya tiempo también desde ese lugar
habían disuadido a Juan de hacer el intento porque el espacio era mucho menor que en la sede del
centro.
"¿Y ahora qué me queda? ¿Esperar otros cuatro años?", se
preguntaba ayer Juan. Desilusionado, pero no vencido, hasta se animó a ironizar: "Con suerte, en el
2012 me vuelven a decir que no".
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