Sus palabras no partirán
Eran fines de los setenta y Hugo Diz estaba cerrando la librería Klee. Klee fue una joya tardía: el poeta rosarino la abrió a destiempo. Estaba en una galería céntrica, oculta a las multitudes que pasaban por la peatonal, y sobre sus mesas había maravillas: literatura de alta calidad y, sobre todo, la mejor poesía del mundo.
2 de marzo 2020 · 00:00hs
Eran fines de los setenta y Hugo Diz estaba cerrando la librería Klee. Klee fue una joya tardía: el poeta rosarino la abrió a destiempo. Estaba en una galería céntrica, oculta a las multitudes que pasaban por la peatonal, y sobre sus mesas había maravillas: literatura de alta calidad y, sobre todo, la mejor poesía del mundo.
Pero los tiempos habían cambiado. La dictadura aplastaba al país con su mano asesina. Los libros que se habían vendido hasta hace poco ya no se vendían. En cambio, la gente pedía best sellers y autoayuda.
Yo salía de la adolescencia y leía poesía como loco. Aún no conocía a Hugo, que no podía solventar los gastos del local y preparaba la fuga. Todo ese hermoso material estaba en oferta, más aún la poesía latinoamericana. Yo aproveché y compré todo lo que había de Cardenal, en las queridas ediciones de Carlos Lohlé. Desde entonces, su obra me acompaña.
Ernesto Cardenal fue un gran poeta. Hijo de la mejor tradición de la lengua española, supo combinarla con la frescura y la seminal potencia de la lírica estadounidense, de la que fue gran traductor. Venía de un país pequeño pero intenso, donde no faltaban maestros: resulta redundante recordar a Rubén Darío, aunque convenga en cambio evocar a José Coronel Urtecho.
No tiene demasiado sentido, en este triste momento, hacer listas. Sin embargo, los Epigramas incluyen parte de la mejor poesía amorosa del siglo pasado, y la Oración por Marilyn Monroe es un texto que le será imposible olvidar a nadie que alguna vez lo haya leído.
Cardenal era sencillo y hondo. Genuino. Hablaba con la voz del pueblo sin que ello implicara descartar la alta cultura. Fue un revolucionario, también, y peleó mano a mano con los sandinistas, en aquella lucha que se convirtió en una de las grandes ilusiones de cambio social que cobijara Hispanoamérica. Pero lo que mejor lo representa no se mezcla con las tantas veces confusas y crueles aguas de la política.
Cardenal fue un gran poeta y, además, un alma. Acompañará siempre a aquellos que sostengan banderas de confianza y alegría. A diferencia suya, sus palabras no partirán.