Los chicos de la ciudad salteña de Rosario de la Frontera saben mucho más que lo
que cuentan sobre la serie de suicidios de adolescentes que, se supone hasta ahora, se ahorcaron
accidentalmente mientras jugaban al “juego de la asfixia” o “shocking game”
que tiene su correlato entramado en sitios de internet. Al menos esa es la impresión unívoca que le
queda al observador que llega a convivir algunos días en esta pequeña y bucólica ciudad sojera de
apenas unos 32 mil habitantes, enclavada en el sur salteño, en el limite con Tucumán, donde ayer a
la tarde llegó el gobernador Urtubey para ponerse al frente del comité de crisis.
Algunas de las ocho chicas adolescentes que se suicidaron jugando al
shocking game realmente no tenían su vida problemas graves que les hicieran plantearse la
posibilidad de transitar tales extremos. Es más. Una de ellas, Lucía Belén, era una niña de 13 años
que cosía y hacía ropa para sus muñecos de peluche, como contó Débora, su hermana de 19 años.
Y otra chica, Fiorella, era una excelente alumna que también apareció
arrastrada al juego trágico. “No sé por qué se metió en esto”, confió una amiga y
compañera de Fiorella. “Si hay un culpable no quiero saber quién es porque lo voy a maldecir
todos los días de mi vida”, fue la sorprendente respuesta de una de las organizadoras de la
marcha de silencio del viernes cuando le preguntó por los rumores que daban cuenta de instigadores
a tales suicidios.
“Hay un pacto de silencio entre los chicos y los padres”,
advirtió ayer una fuente de los bomberos de esta ciudad, donde la Justicia ordenó allanar los cíber
e incautar computadores de las víctimas fatales para investigar el origen y la modalidad del juego
de la asfixia o juego de la muerte, que jaquea a Rosario de la Frontera y sus alrededores y donde
ayer el juez de la causa, Mario Di Lascio, quien se ausentó durante casi toda la mañana de su
despacho a pesar de que el día anterior había anunciado que iba a hablar con la prensa, advirtió
extrañamente que no cree que lleguen a hallar a los culpables.
En realidad, el pacto de silencio no incluye sólo a los chicos que
participan del juego y a algunos padres sino que el pánico parece apoderarse hasta de las
autoridades, algunas de las cuales también eligieron el mutismo y hasta prohibieron a sus
subordinados hacer declaraciones.
“Hay gente que sabe”. “Aquí hay gente que sabe quiénes son los instigadores
que armaron todo esto y no lo dicen o los tapan. Son tres profesores. Lo que pasa es nadie quiere
decirlo”, advirtieron el viernes a la noche un grupo de familiares y de alumnos de la escuela
de Comercio Nº 5009 Nuestra Señora del Rosario, al final de la marcha de silencio, bajo un
insistente pedido de reserva de identidad.
Las fuentes consultadas cuentan la existencia de una clave de acceso que
tienen los chicos para jugar al shocking game, que es una suerte de grupo secreto o de logia, en el
que deben cumplir una serie de ritos iniciáticos, algunos de los cuales incluyen tajearse los
brazos y luego someterse a la prueba de fuego: colgarse del cuello con una corbata, cinto o cuerda
de color azul con seis nudos, los cuales deben ir desatándose con el peso del cuerpo hasta lograr
“vencer a la muerte”.
“Estos chicos juegan hasta el límite como también lo hacen los
jóvenes que desafían a la muerte con las picadas, las drogas y la jarra loca”, advirtió ayer
la psicóloga Lilia Maisonnave.
Los chicos juegan literalmente a las escondidas con la muerte en una
sociedad muy cerrada, que ha elegido quizá el peor camino: no hablar. El pacto de silencio no sólo
existe entre chicos y padres, sino que parecen no quedar fuera de él ni siquiera las autoridades
encargadas de investigar el caso, como algunos de los profesionales que trabajan con los alumnos,
quienes se volvieron invisibles, inhallables o mudos.
Felizmente, un grupo de alumnos, padres y amigos decidió ponerle el
cuerpo a la pelea y organizó la conmovedora marcha de silencio del viernes, donde un millar largo
de personas caminó el centro y luego un puñado de ellos se animó a contar quiénes son, según ellos,
los presuntos instigadores, tres profesores jóvenes de la zona, en una declaración que se pareció
mucho más un desesperado pedido de auxilio.
Justamente hicieron lo que la inmensa mayoría se había negado a hacer
hasta ahora: hablar.
Algunos padres, desesperados, habrían alejado a sus hijos de esta ciudad
y les habrían sacado sus celulares y sus computadoras, en una medida extrema considerada como el
mal menor, que tal vez esté en sintonía con esta falta de diálogo y de palabras que muestra la
sociedad para abordar una problemática y una realidad tan complejas como devastadoras.
Quizá este puñado de familiares y alumnos que se animaron a hablar y
denunciar quiénes serían los instigadores hayan dado el primer paso hacia la develación del
misterio que jaquea a esta cerrada comunidad del lejano sur salteño desde hace un par de meses.