"¡No nos dejen solos!", clama desesperada Jessica Gopar, uno de los familiares de los 44 tripulantes del submarino ARA "San Juan" después de que la Armada informara ayer que se había registrado un "evento violento consistente con una explosión" en la zona del último contacto, en el Atlántico Sur.
"Lo único que les pido es que no nos dejen solos porque después de esto no se sabe qué va a pasar. Al principio todos nos ayudan y luego nos quedamos solos", pide a los periodistas que la rodean.
Gopar afirma que hasta ahora había decidido no acercarse a la Base Naval de Mar del Plata, donde varios familiares buscaban en los últimos días contención, porque sentía que la iba a deprimir más. "Hoy es el primer día que considero venir a la base y me acabo de enterar de que me quedé viuda", llora desconsolada.
Su esposo, el cabo principal electricista Fernando Gabriel Santilli, de 35 años, era tripulante del submarino desde hace nueve. Jessica y Fernando tienen un hijo en común, de 11 meses. "Un hijo que nos costó mucho que Dios nos mandara", cuenta sosteniendo en alto, para que lo tomen las cámaras, un cartel con el nombre de su esposo, una foto de ellos dos y una de su pequeño hijo.
La explanada que separa la sede principal de la Base Naval de la puerta de entrada está colmada de periodistas, fotógrafos y camarógrafos. A diferencia del miércoles, cuando aún no se sabía de la explosión, hay menos personas ajenas a los familiares merodeando por la zona.
Hasta ahora, muchos marplatenses se habían acercado en días previos a la base para dejar fotos y carteles en el cerco que lo rodea y mostrar su apoyo. La confirmación de uno de los peores escenarios parece haber alejado a los curiosos, como si hubiera respeto por el dolor ajeno.
Un grupo de feligreses de la Parroquia de la Asunción de la Santísima Virgen de Mar del Plata se acerca al igual que el día anterior a la base militar, donde funciona el Comando de la Fuerza de Submarinos (COFS) de Argentina hacia la cual se dirigía el ARA "San Juan" desde Ushuaia, y se pone a rezar el rosario frente al cerco. Espontáneamente, se suman vecinos y visitantes.
Gopar tiene un único reproche. "A Dios, porque no abrió las aguas para que los saquen", dice sobre "los 44", como se conoce a los tripulantes del submarino, del que no se tenían noticias desde el 15 de noviembre, cuando estableció su último contacto con la Armada.
Cada tanto ingresa algún auto con un familiar a la base. También pasa una ambulancia, probablemente para asistir a algún familiar descompensado.
"¡Mataron a mi hijo!"
Muchos no quieren hablar. Otros reaccionaron ayer con furia al confirmarse la noticia de la explosión. "¡Los mataron, mataron a mi hijo!", gritó a la mañana desde su coche el padre de uno de los tripulantes al abandonar la base, donde les habían dado la noticia.
"Mataron a mi hermano, porque los sacan con alambre a navegar", exclamó por su parte otro familiar que iba en el mismo auto, en una crítica al supuesto mal estado del submarino, construido en 1985.
También Itatí Leguizamón, esposa de Germán Suárez, sonarista del submarino, tuvo duras palabras por la mañana: "Yo no tengo ninguna esperanza", afirmó. "No dijeron que están muertos pero es una suposición lógica (...) Según ellos lo saben ahora, ¿pero cómo lo saben ahora?", planteó indignada.
Ante la pregunta de si está esperando que el presidente Mauricio Macri hable oficialmente de lo sucedido, Gopar responde con firmeza pero se quiebra luego. "Por supuesto que sí. Pero no me lo van a traer nunca más", dice. "Me acaban de decir que explotó un submarino y no sé si voy a tener una flor para llevarle a mi esposo al cementerio", llora.
"Vine acá buscando contención y me terminé llevando un vaso de agua y una pastilla para calmarme".
Aún está impactada por la noticia, sumida en el dolor. Sin embargo, sabe que la fuerza de los familiares vendrá de su unión. "Esto no va a quedar así. Nos vamos a unir y algo va a salir, se tiene que hacer justicia. No me va a servir una placa que diga «a los héroes del ‘San Juan'»".
Poco antes, dos chicas de unos 20 años pasan caminando al lado de los periodistas que montan guardia, abrazadas. Lloran, no dicen nada.
Algo más lejos, detrás de una barrera que se levanta cada tanto sólo para dejar pasar los vehículos de los familiares, se ve a un hombre y una mujer abrazándose largamente.
espeluznante. Dos chicas se abrazan interminablemente en la Base de Submarinos al conocer la peor noticia.