En octubre de 1958 la vida de Arne Larsson pendía de un delgado hilo: el corazón del sueco de 43 años no iba acompasado, probablemente a causa de una infección provocada por un virus, lo que le hacía perder la consciencia y tener que ser reanimado hasta 30 veces al día. El músculo no conseguía más de 28 pulsaciones por minuto, cuando lo habitual son en torno a 70.
La mujer de Larsson, Else-Marie, estaba desesperada, pero no quería rendirse. Entre lágrimas pidió al ingeniero Rune Elmqvist y al cirujano Âke Senning que ayudaran a su marido. Los dos habían hecho ya experimentos con marcapasos, pero nunca en humanos.
Pero Else-Marie era muy insistente y logró que implantaran uno de esos aparatos a su marido enfermo en el hospital Karolinska de Estocolmo.
El 8 de octubre de 1958 entró así en la historia de la medicina, incluso aunque la operación no le parecía gran cosa a Senning, que la minimizó un año después durante un congreso en Estados Unidos.
Algo comprensible, puesto que la intervención no era en realidad ninguna obra maestra quirúrgica, cuenta Berndt Lüderitz, director del departamento histórico de la Sociedad Alemana de Cardiología. "Lo extraordinario era que Elmqvist había desarrollado un sistema de marcapasos completo que permitía a los pacientes ser independientes".
Un antecedente
Antes de la intervención a Larsson, otro paciente había recibido un marcapasos en Estados Unidos, pero no implantado en su cuerpo. "En Estados Unidos había existido un marcapasos antes, pero del tamaño de una maleta", cuenta Lüderitz. Pero como los cables se salían del cuerpo, se producían infecciones con frecuencia.
Elmqvist y Senning no tenían su aparato preparado cuando Else-Marie Larsson acudió a ellos y tuvieron que improvisar. Elmqvist, el técnico, colocó transistores y baterías en una lata de betún rociada con resina epoxi. Dos electrodos fijados con suturas al músculo cardíaco daban impulso al corazón de Larsson. "La lata de betún mantenía el corazón con corriente y garantizaba una frecuencia de 72 pulsaciones por minuto", cuenta Lüderitz. "Con ello el paciente nunca más volvió a desmayarse".
Pero la alegría no duró mucho. Poco después de la intervención, de hecho el mismo día, el aparato falló. Elmqvist había contado con ello y tenía un segundo marcapasos que permitió a Larsson seguir viviendo.
Desde el marcapasos pionero de los dos suecos hasta los modelos actuales hay un largo camino que Arne Larsson también fue recorriendo. En total, le implantaron 26 marcapasos a lo largo de su vida. El ingeniero colaboró en todos los problemas que fueron surgiendo en el desarrollo de la técnica, cuenta Lüderitz, y sobrevivió a sus dos benefactores. Murió a finales de 2001 a los 86 años. De cáncer.
Hoy en día, el implante de un marcapasos no es algo complicado. "La operación se hace con anestesia local y la mayoría de los pacientes no pasan más de una noche en el hospital", cuenta Andreas Schuchert, jefe médico del hospital Friedrich Ebert de Neumünster. En la mayoría de los casos, el aparato se implanta por problemas de corazón debidos a la edad.
El marcapasos no es mayor que una cajita de cerillas de la que suelen partir dos cables con electrodos que conectan la vena de la clavícula con el corazón, uno de los cuales va a la aurícula y otro al ventrículo derecho. Suele durar diez años y después hay que cambiarlo.
Pero los cables con electrodos no son siempre el motivo principal de que surjan complicaciones, debidas también a infecciones por la necesidad de corregir la posición de la sonda. Los cardiólogos esperan poder prescindir en el futuro del cable. Hoy en día ya existen marcapasos sin cables, pero sólo son aplicables en determinados pacientes. Tienen los electrodos en la parte exterior y casi se atornillan en el corazón.
Pese a su pequeño tamaño, llevan muchas cosas dentro. "Se han convertido en auténticos monitores del corazón", explica Schuchert. "El marcapasos registra todas las acciones del corazón, latido a latido, recoge los datos y los resume en gráficos". Aparatos externos permiten después transmitir esas informaciones automáticamente a los médicos.
Nada que temer de los hackers, tranquiliza el especialista. "El aparato sólo envía pero no recibe informaciones". Y no se puede apagar.