Habitualmente, al evaluar los daños, se consideran las pérdidas humanas y materiales, dejando de lado el impacto significativamente negativo que las guerras tienen en el medio ambiente.
Los conflictos armados afectan tanto a las personas como a su entorno, generando consecuencias difíciles de anticipar.
Por Valentina Pighin
Habitualmente, al evaluar los daños, se consideran las pérdidas humanas y materiales, dejando de lado el impacto significativamente negativo que las guerras tienen en el medio ambiente.
Los conflictos armados representan una grave amenaza para la conservación del medio ambiente, causando la destrucción de ecosistemas y la contaminación del agua, el suelo y el aire. Estas consecuencias se agravan con acciones militares específicas, como la quema de cultivos o la tala masiva de árboles. A pesar de su impacto, la contaminación climática generada por actividades militares sigue siendo desatendida en acuerdos internacionales como el Acuerdo de París, el cual no obliga a los países a reportar estas emisiones. Según el Observatorio de Conflictos y Medio Ambiente (2022), los ejércitos son responsables de aproximadamente el 5,5% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero (GEI). Por ejemplo, las fuerzas armadas estadounidenses, las mayores consumidoras institucionales de petróleo, tienen una huella de carbono superior a la de países como Suecia, Dinamarca o Portugal.
La destrucción ambiental también ha sido utilizada como estrategia deliberada en conflictos pasados. Durante la Guerra de Vietnam, se emplearon productos químicos para devastar la selva y eliminar la cobertura enemiga, mientras que en la guerra civil de Mozambique, el Parque Nacional de Gorongosa perdió más del 90% de su fauna. A su vez, la quema de pozos petroleros en Irak, incrementó las emisiones de dióxido de carbono.
La guerra de Ucrania ha causado uno de los mayores impactos ambientales actuales. Finalizado el primer año de hostilidades, se estimó que las emisiones netas de gases de efecto invernadero fueron de 120 millones de toneladas, equivalentes a las emisiones anuales de Bélgica. Dos desastres destacaron por su impacto: la destrucción del embalse de Kajovka en 2022, que provocó inundaciones masivas, la pérdida del 90% del agua del embalse y la desertificación de 600.000 hectáreas agrícolas; y el ataque a la refinería de Kremenchuk, que liberó sustancias contaminantes en la atmósfera, afectando tanto a áreas urbanas como rurales. Las respuestas de emergencia, como el uso de espumas ignífugas con químicos persistentes, también contribuyeron al daño ambiental.
No caben dudas de que los conflictos armados dañan el medio ambiente. Sin embargo, lamentablemente, este hecho suele ser ignorado: las emisiones climáticas de la guerra son enormes, pero no se contabilizan. En este sentido, es fundamental destacar que la paz no solo debe concebirse como la ausencia de conflicto, sino también como el compromiso activo de preservar la "casa común" que compartimos todos los habitantes del planeta.