Cuando pensamos en el océano, el mar, los ríos y las lagunas, estamos pensando en un elemento vital: el agua. Es en ella donde, hace millones de años, comenzó la vida. Los ecosistemas oceánicos son responsables de producir gran parte del oxígeno que respiramos y representan el 95% de la biosfera del planeta, por lo que la protección del agua se hace imperiosa.
El océano tiene la función de regular el clima a través de la absorción de dióxido de carbono. Sin embargo, la acción del hombre ha comenzado hace tiempo a alterar el ciclo natural de este compuesto, por lo que podría llegar a invertirse y que el océano se convierta en una fuente de emisión del mismo, acelerando el avance del cambio climático. En ese sentido, es fundamental el estudio del ciclo de captación de CO2 de los océanos y evaluar cómo estos cambios podrían afectar no solo la capacidad de reservorio, sino que también a los ecosistemas marinos. Para ello, se deben establecer metas, políticas y leyes integradas que fortalezcan las acciones de mitigación y adaptación, y que garanticen en el plano legal y real el cuidado de los recursos hídricos.
Otro gran problema que atraviesa a los océanos y mares son las “islas de plástico”. Tales islas, que contribuyen al acelerado y devastador cambio climático, son el resultado de más de seis décadas de vertidos al océano, procedentes de tierra firme y el tráfico marítimo. Según estima la Universidad de California, en los años recientes hemos puesto en circulación 8.300 millones de toneladas de este polímero a nivel global, siendo más del 70% residuos que colapsan los vertederos y los mares del planeta. Una de las más grandes “islas de plástico” es la Gran mancha de basura en el Pacífico, una zona del océano cubierta de desechos en el centro del Pacífico Norte. Su superficie equivale a Francia, España y Alemania juntas, tamaño que preocupa y evidencia la falta de conciencia humana.
Frente a este panorama, es imperioso el accionar conjunto de los países. Luego de casi 20 años de conversaciones y 40 años después del último tratado firmado, el 4 de marzo de 2023, la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar acordó un marco legal para blindar la biodiversidad de partes del océano fuera de las fronteras nacionales. El Tratado Global de los Océanos es esencial para poder cumplir con el compromiso 30x30 (convertir el 30% del planeta en áreas protegidas para el año 2030), que los países plantearon en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Biodiversidad.
Más allá de esta situación a nivel global, la protección comienza desde las fuentes de agua más cercanas que tenemos. Los rosarinos y argentinos venimos viendo desde hace años cómo el Río Paraná y su ecosistema -uno de los más importantes de América Latina- están siendo perjudicados por la falta de regulación del Estado. Sin duda, los argentinos vivimos en un día a día acuciante que posterga cualquier solución de fondo para dejar de destruir el lugar donde nació y donde se renueva la vida.