
Domingo 25 de Enero de 2015
“Whiplash” no da respiro. Cuando uno sale del cine siente que tiene que tomar un poco de aire. La película del joven director y guionista Damien Chazelle es una de las sorpresas de esta temporada de premios. Nominada a cinco Oscars (incluidos los de mejor película y guión), “Whiplash” concentra su atención en dos personajes: Andrew Neiman (Miles Teller), un baterista de 19 años que estudia en un conservatorio de Nueva York, y su profesor Terence Fletcher (J.K. Simmons), que lo incorpora al mejor grupo de jazz de la escuela. El batero es ambicioso y obstinado, pero el profesor es peor: despiadado y manipulador, cruza todos los límites en nombre de la excelencia. A partir de esa relación de amor-odio, de admiración y rechazo entre el discípulo y su mentor, Chazelle logra generar una tensión que a veces es feroz y otras veces delicada, y hace que el relato no decaiga jamás. “Whiplash” está narrada con una precisión casi absoluta, con una intensidad que golpea, y nos enfrenta a emociones extremas. Por momentos parece que estuviera narrada con el tempo del jazz más rítmico, y apoyada en el montaje, la fotografía, el sonido y el duelo de actores entre Teller y Simmons la película se ve como un conjunto sin fisuras. Aunque la música está siempre presente, “Whiplash” no es una película sobre la música o su creación, es un gran ensayo sobre la exigencia y la tortuosa búsqueda de la perfección.