En el marco de su gira sudamericana, y con la excusa de repasar clásicos y canciones de "Hidden City", décimo LP de la banda, The Cult llegó el miércoles por segunda vez a Rosario para brindar un explosivo show en Metropolitano. A diferencia de la presentación de 2011 en Willie Dixon, en esta oportunidad el combo de hard rock contó con un Ian Astbury en notable forma física, que manejó el espectáculo con oficio y destreza.
Previamente, los locales Xpiral brindaron un sintético pero ajustado set de pop y rock. En formato de trío, el grupo -que también teloneó a Incubus en el Luna Park hace 7 años- recorrió temas de sus dos álbumes y presentó un nuevo tema. De este modo, "Se enciende", "Gecko", "El borde" y "Dependiendo de vos", entre otros, aclimataron al público local antes del desembarco del grupo inglés.
Minutos más tarde, los devotos de la agrupación británica enloquecieron cuando comenzaron a sonar los primeros acordes de "Wild Flower", track rutero y vigoroso de "Electric" (1987). Vestidos íntegramente de negro, el quinteto exhibió de entrada un sonido y actitud imponentes. Astbury, ataviado con jeans negros, campera de cuero, botas de cowboy y su clásico pañuelo en la cabeza, salió decidido a modificar la percepción colectiva del tiempo y espacio e inició una travesía cautivante que se extendería por más de una quincena de canciones.
A pesar de algunas incomodidades que sufrió Billy Duffy en torno al sonido de su guitarra, la agrupación ofreció un set contundente y sin fisuras. La sección rítmica comandada por el australiano Grant Fitzpatrick (bajo) y el baterista norteamericano John Tempesta generó una férrea estructura para los lacerantes riffs de Billy Duffy y Damon Fox, que junto al caudal vocal del frontman, llevaron a la creación de un muro sonoro implacable.
Luego del envión inicial, The Cult arremetió con el clásico "Rain", segundo sencillo del álbum "Love" (1985), que fue coreado por la multitud. A todo vapor, Duffy arremetió con su Gretsch White Falcon blanca, los oscuros acordes de "Dark Energy", junto a un Astbury poseído vociferando que "cada alma viva se quema de manera brillante en la vida", mientras de fondo sonaba una sólida base de bajo y un colchón de toms.
"¡Buenas noches, Rosario!", soltó el líder del grupo británico, para delirio de los fans locales. Luego, banda y público viajaron en el tiempo a 1987, con "Peace Dog", joya del álbum "Electric" que cobra actualidad por su letra antibelicista, en tiempos de tensión extrema entre Estados Unidos y el gobierno del norcoreano Kim Jong -Un. "Paz es una palabra sucia/ella era un pájaro pintado/la guerra es una prostituta/ tú sabes que cada vez la amamos más", ironiza Astbury, en medio de un festival de yeites guitarrísticos que los australianos AC/DC o los ingleses The Darkness, desearían haber registrado. De "Electric", también sonó "Lil Devil", con el vocalista contoneando su cuerpo y Duffy rasgueando su guitarra, en plan Pete Townshend de The Who.
Si bien el show dio pie para la interpretación de canciones clásicas, The Cult aprovechó el marco para tocar temas de "Hidden City", su más reciente trabajo discográfico. Por eso, el clima se tornó sombrío y espeso con "Birds Of Paradise" y "Deeply Ordered Chaos"; un mar de guitarras distorsionadas que arrinconan al cantante y lo ubican momentáneamente en el rol de un hombre que destila angustia y desesperación.
En este tipo de espectáculos, y más teniendo en cuenta que era sólo la segunda presentación de The Cult en la ciudad, suelen quedar algunos hits afuera del set list, pero sin embargo el quinteto no decepcionó. De este modo, llegó un triplete letal antes de los bises: el himno de estadios "Sweet Soul Sister", la psicodelia rockera de "She Sells Sanctuary" y "Fire Woman".
Con el público ya en el bolsillo, y tras regresar a escena, The Cult alcanzó su clímax definitivo con la asincopada oda a Led Zeppelin llamada "Goat", el motor rocker de "King Contrary Man" y la magnética "Love Removal Machine", que dio paso a un epílogo atronador, con la banda encendida y John Tempesta destrozando su kit Tama con un solo final de tresillos entre bombo, redoblante y toms. Cierre a toda máquina, ensordecedor, caótico. Astbury yacía en trance y bailaba como un espantapájaros electrocutado, para deleite de la audiencia.
La fiesta rocker del miércoles en Metropolitano tendió un puente generacional: hombres y mujeres de más de 40 años que peinaban la adolescencia cuando The Cult alcanzaba fama internacional, se entremezclaron con nuevos seguidores, que lejos de sacralizar al rock, quizás simplemente entienden la importancia de la música verdadera ejecutada por maestros del oficio. La segunda presentación en Rosario de The Cult, el summun del hard rock británico, fue una celebración para viejos y jóvenes fans, en la que, pasado y presente, quedaron entrelazados en un mix de temas contundentes y lacerantes.
Hernán Osuna
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Especial/ La Capital