Una velada para disfrutar a pleno los caprichos juveniles de un violín
Xavier Inchausti redondeó una sólida actuación en el teatro El Círculo. El joven violinista
bahiense de 18 años entró rápidamente, con paso seguro, y ocupó su lugar en el escenario despojado.
5 de octubre 2008 · 01:00hs
Xavier Inchausti redondeó una sólida actuación en el teatro El Círculo. El joven
violinista bahiense de 18 años entró rápidamente, con paso seguro, y ocupó su lugar en el escenario
despojado. Se afirmó en su espacio, marcó con los pies su sitio, se acomodó las solapas del
smoking, tiró de los puños de la camisa, hizo ejercicios de relajación mínimos y durante más de dos
horas fue él y su violín, en un romance apasionado. No había orquesta para refugiarse, solo él, su
instrumento y el público.
Es cierto que los "24 caprichos" de Paganini es una obra de malabares técnicos
para lucimiento absoluto del intérprete. Desde el punto de vista de la estética romántica, marca la
exaltación del instrumento y del intérprete, como centro del hecho artístico. En ese marco lo de
Inchausti fue apabullante, pero si vemos a los "24 caprichos" sólo como técnica nos olvidamos de la
otra variante del romanticismo, la subjetividad del artista expresada en la música. Y en este
ámbito estético también sobresalió Xavier Inchausti.
Su interpretación fue creciendo desde lo preponderantemente mecánico, ajustado e
impecable en la primera parte a lo desbordante en sonido, brillo y expresividad en la segunda.
En Inchausti es un placer el disfrute de lo todo tipo de destreza acrobática:
pizzicatos, cambios vertiginosos de tonalidad, trinos en octava, intervalos de décimas, glissandos,
el manejo asombroso de la mano izquierda, que acaricia, golpea, recorre el diapasón con locura
absoluta, los golpes de arco, el juego de dinámicas y el manejo de los silencios.
El joven músico hace todo tan perfecto que lo complejo parece sencillo, sin
embargo no debemos de olvidar los años de preparación, estudio, y crecimiento técnico que encierra
esta presentación. Y no debemos dejar pasar por alto un detalle más, su prodigiosa memoria, ya que
no usa partitura, todo está grabado en exacta geometría de sonido en su mente.
El público respondió entusiasta, pero fue sobre el final, con el aliento
contenido, escuchando el "Capricho 24" cuando rompió en una ovación.
En los bises con un Xavier Inchausti más distendido se volvió a escuchar el
primer "Capricho", a Bach y a Ysaye, compositor que en su Opus 27 tiene una serie de exquisitas
sonatas para violín solo.