Un viaje, para la directora Ana Katz, puede implicar "el uso más libre del cuerpo, una fantasía de una diversión más liviana" y "un permiso" para "poner un motor a esa confusión para vivirla libremente y no bajo lo más concreto del día a día y el trabajo". Eso y otros temas -"cómo se construye una familia, cómo se deconstruye, las preguntas que se proponen desde la sociedad y cuáles son las que representan de una manera más genuina a las personas"- quiso explorar Katz en "Sueño Florianópolis", una comedia dramática ambientada a principios de los 90 sobre un matrimonio interpretado por Mercedes Morán y Gustavo Garzón, que se estrena el jueves próximo en Rosario. Ambos están "técnicamente separados" y después de 2000 kilómetros de viaje sin aire acondicionado ni GPS ni teléfonos celulares, se encuentran en un lugar en el que tanto ellos como sus hijos se permitirán cumplir algunas fantasías.
—¿Cuál es el origen del guión?
—Soy muy cuidadosa cuando me refiero a las razones de una película, pero creo que "Sueño Florianópolis" aparecen sobre todo preguntas vinculadas a dos temas en especial. Por una lado cómo se construye una familia, cómo se deconstruye, las preguntas que se proponen desde la sociedad y cuáles las que representan de una manera más genuina a las personas, esa especie de dualidad entre lo que supuestamente debe ser y lo que se origina en una persona. Tal vez lo más delicado de conseguir es que no me interesaba generar ningún tipo de respuesta porque lo que más me interesa en este caso es que no existen porque la subjetividad tiene que ver con un devenir y a veces desde lo económico, lo social y los sistemas armados. Ese es un tema grande que me viene interesando porque cuando uno es más chico cree que debe ser así, y de golpe te das cuenta que las cosas son construcciones. Me parece que en la construcción hay mucha política en juego y por otro lado, con el viaje a Brasil, fue una especie de fantasía ligada a la identidad argentina de lo que significa Brasil, del uso más libre del cuerpo, una fantasía de una diversión más liviana y que en este caso me parece que son como un permiso para que este grupo de personas puedan vivir esa confusión y por un rato le pongan como a un motor a esa confusión para vivirla libremente y no bajo lo más concreto del día a día y el trabajo.
—¿Poder ejercer la libertad a pesar de las imposiciones es un gesto político de la película?
—Sí, además me parece que estamos viviendo un momento confuso en el sentido de que pareciera ser por las publicidades en el mercado que la gente hace lo que quiere cuando creo que hay una parte del comportamiento social que está totalmente diseñado y ligado a determinadas bajadas que en general tienen que ver con el mercado. A veces una manera de pensarse más libremente. En la película aparecen muchos objetos cotidianos al principio y después aparece el mar, ese vacío que cambia un poco las cosas y permite esa posibilidad de encontrarse. No creo que el cine sea igual de útil que la medicina ni hacer un puente para nada, pero sí creo que si hay una lucha que debemos hacer es para que existan todas las películas que puedan generarnos preguntas porque en el sentido de darse cuenta que uno es de una manera y podría ser de otra y poder pensar qué estamos haciendo.
—Uno de los personajes femeninos ejerce claramente esa libertad. ¿Quisiste decir algo en el sentido de las reivindicaciones de los colectivos de mujeres?
—La verdad que sí, y en mi caso desde chica, para darte un ejemplo, me gustan los baños unisex. Creo que la posibilidad más grande de la mujer es esa fortaleza que la vuelve independiente y libre y eso significa ser igual. En ese sentido mi trabajo me representa. La militancia está pero no desde ese lugar sino de identidad real y personal. Siempre me interesó eso en mis películas y es algo que cada vez me interesa desarrollar más. Creo que la necesidad y la respuesta de crecimiento más amoroso es escucharnos entre todos porque todos sufren en un sistema patriarcal para mí. Desde chica el sistema patriarcal me pareció absurdo, pero para deconstruirlo también hay que deconstruir ciertas leyes del mercado, de la propiedad privada y un montón de razonamientos porque si es difícil que las cosas se modifiquen. Sí, me interesa mucho, sigo muy atentamente y con mi apoyo. Creo que es necesario hacer un trabajo de dar fuerza a eso. Y dar fuerza no desde el miedo, sino de igualdad real.
—¿Las convenciones atentan contra el deseo tanto de mujeres como de hombres?
—Absolutamente. Hay una cantidad de cláusulas tremendas para hombre y mujeres y además creo que parte de la injusticia es que cuando una persona se corre un poco de ciertas normas le dicen que parece un adolescente como si hubiese rubros de libertad que solo valen en la adolescencia. Son trampas, hay muchas trampas.
—Hay una cuestión temporal de los 90 en la película, como que no hay celulares, usan rollo de fotos, usan walkman, leen "El nombre de la rosa"...
—Está ambientada en el 92 y hay muchas cosas que venían de los 80. Me da mucha gracia porque "El nombre de la rosa" eran como los libros de Kundera, es algo que lo tengo grabado. No había esa enorme circulación de objetos y algunos de los objetos de los 90 que aún hoy para algunos tienen una pregnancia enorme.
—En todas las series y películas siempre hay alguien que mira un celular y en la película ni siquiera tienen teléfono fijo...
—Trabajé mucho en eso. Hay una sutil diferencia que es un abismo en relación a esa época, y gran parte de eso parte de algo que es una experiencia conocida para mí son esos viajes a Brasil, en auto, haciendo 2000 kilómetros aire acondicionado, y el viaje a Brasil implicaba no parar dónde ibas, buscar los carteles de "aluga", sin Booking, sin un teléfono para avisar si habías llegado, sin GPS, uno se perdía... Y esa posibilidad de perderse, de quedar fuera de referencia en un punto hace a la idea del viaje y la película también representa un viaje. Si todo sucediera en esta época todo sería muy distinto. Una vez que fuimos a Brasil se rompió el parabrisas y estuvimos 300 kilómetros, con lluvia, sin saber dónde había un pueblo...
—¿Cómo elegiste el elenco?
—En el caso de Mercedes había trabajado con ella en "Los Marziano" que fue una experiencia hermosa, ella me dirigió en una obra de teatro, y a Gustavo me gusta su trabajo desde siempre y también me dirigió. Son dos actores con una mirada muy aguda y con una comprensión muy profunda. Además es un actor con una verdad muy particular y Mercedes es una actriz muy inspiradora porque participa de una manera muy cercana, se compromete y piensa en el guión, vamos construyendo. Fue adorable la experiencia. Hicimos un equipo de mucho cariño.
—¿Cómo se posiciona el cine ante las plataformas online?
—Hay una competencia, pero más que eso lo que me preocupa son las políticas más reaccionarias en relación a la cultura. La tecnología hace que uno tenga que adaptarse todo el tiempo. Lo que sí me preocupa es que todo no se vuelta parte de un lenguaje soso porque el arte es un lugar de pregunta y de cuestionamiento. Más que las plataformas me preocupa el control ideológico de las plataformas.
—Está claro que trabajaron también sobre el portuñol...
—El portuñol es todo un género, me parece que el portuñol es una lengua maravillosa (risas). Fue un placer y daba para más el portuñol. En todo el período de convivencia salieron un montón de cosas y de chistes. Pero agarramos como los grandes hits del portuñol.