Crueldad, supervivencia, encierro y una efímera esperanza es lo que emanan los personajes de “La creciente”, una película de Franco González y Demián Santander que se estrenó este jueves en la plataforma Cine.ar y ya está disponible para visualizarla en forma gratuita.
González es oriundo de San Pedro y durante su infancia y adolescencia tenía un vínculo con el mundo que se cuece en el delta del litoral. En Buenos Aires conoció al codirector del filme, con quien empezó a estructurar una ficción que muestra un costado poco explorado de lo que puede suceder en ese ambiente.
“Narrar desde un personaje marginal nos daba el tono con el que queríamos mostrar esa isla, lejos del romanticismo de la naturaleza que puede tener la cabeza promedio de una persona citadina”, dijo González, quien dialogó con Télam para contar detalles de esta particular historia.
La película empieza con una cámara que se sumerge en el agua y sale al compás de Matía (así, sin la letra s al final, interpretado por Cristian Salguero), un joven que al parecer está escapando de algo y conocerá a una mujer que tendrá mucho que ver en esta trama (Mercedes Burgos).
Metido en una de las islas, conoce al Correntino (interpretado por Héctor Bordoni), un capanga de la zona, cuatrero y con alma de criminal, quien lo emplea para sus fechorías y trabajos rurales.
Entre ellos no hay ningún tipo de confianza, solo una necesidad mutua de supervivencia que irá creciendo en tensión hasta estallar de una manera muy natural, en un paraje sin ley ni Estado, donde los instintos más básicos del ser humano son los que reinan.
—¿El Correntino lo ayuda a Matía en un primer momento, en lo que puede parecer solidaridad, pero después muta hacia un interés personal?
—El Correntino no ayuda a nadie, todo el tiempo está pensando qué acción le va a dar cuál beneficio. Quisimos construir un universo narrativo donde no hubiera espacio para la solidaridad, sólo un par de escaramuzas afectivas, pero nada más. Armamos un ambiente hostil, como dijo alguna crítica, “un claustro a cielo abierto”, donde la idea de sobrevivir prima sobre cualquier otro sentimiento. Pero recordemos que es una ficción, es un artefacto, no es la vida real de la gente de la isla.
—Hay un personaje femenino con mucha fortaleza, pero también sumido en un ambiente que la subyuga.
—Acá tenemos que diferenciar la película de la mirada que nosotros como directores podemos tener del entramado social que se da en un ambiente de esas características. En “La creciente” tenemos un personaje femenino que tiene una fuerza y un coraje que no digo que en la vida real no suceda, pero creo que al estar las estructuras patriarcales más a la vista y rígidas, difícilmente las mujeres puedan tener alguna posibilidad de elección ante lo predeterminado culturalmente por su condición de género. Algo que sucede también en el mundo urbano, sólo que quizás está más camuflado por el mercado y otras yerbas.
—En todo momento se juega una falsa “masculinidad” ¿hay lugar para el razonamiento o es algo que está tan anclado que no se puede superar?
—El tema de la masculinidad es muy interesante, claramente nos interpela como varones hetero que somos. En la construcción de los personajes masculinos buscamos un estereotipo rígido, varones con poco lugar para demostrar vulnerabilidad, pero sin una mirada moral de esto. En nuestros personajes la violencia es uno de los mandatos que se aprenden o se aprenden para poder sobrevivir. Los presentamos en un ambiente que cuando se pica no hay lugar dónde huir. Sin espacio para el miedo, enfrentan la vida con la caja de mandatos completa, que incluye las nociones de posesión y del hombre proveedor.
—En las islas no hay ley ni Estado. ¿Es el hombre en su estado primigenio el que debe convivir con reglas que pueden cambiar de un minuto a otro?
—Es un poco vivir en la inestabilidad, en el día a día, a veces con la incertidumbre de si el agua va a subir llevándose todo. Quizás hay algo de ese hombre primigenio que convive mejor con esta falta de certezas, con esa cadencia o vaivén de canoa en el río. El hombre moderno está aferrado a muchas certezas que son un “como si”, pero que nos dan consistencia para no experimentar la crisis continuamente. Después suceden estas cosas, alguien se come un murciélago en una sopa y toda esa seguridad se va al tacho. Igual, creo que no sé cómo se hace para vivir en ese modo, sólo arriesgo la perspectiva que le dimos a nuestro personaje: nadar para sobrevivir.