La presentadora oficial anuncia al artista principal de la noche y segundos después Rodolfo Mederos aparece entrando en medio de las mesas del coqueto salón del Esplendor Savoy. Levanta la mirada y saluda tímidamente con su mano derecha, la misma que minutos después perderá esa timidez para tomar vuelo sobre el teclado de un bandoneón que derrochará sensibilidad en acordes tangueros. Parece un sábado más, pero el Mederos Trío hace que sea un sábado único.
Mederos (bandoneón, arreglos y dirección) estuvo secundado inmejorablemente por el ex Identikit Sergio Rivas en contrabajo y Armando De La Vega en guitarra. El contexto atípico para una ceremonia tanguera es una cena show, algo glamorosa para la onda de Mederos, pero poco importa.
Rodolfo es el mismo que brilló junto a Pugliese y Piazzolla, el que sacó discos maravillosos como "Buenas noches Paula" y "Verdades y mentiras" con cierto guiño rockero en los 80, y también el que sigue levantando la bandera de la música ciudadana desde la obra conceptual de la Guardia Vieja, esa que va desde 1880 a 1925.
Se lo ve feliz a Mederos. Disfruta de tocar todo el tiempo. Ya sea cuando evoca aquel tango sobre el que no se atreve a hacer arreglos porque "ya bien hecho está" o cuando se desdice y hace un arreglo porque no puede con su genio. Esa rebeldía es la misma que atraviesa su manera de sentir el tango. Se nota cuando toca que su alma está del lado de Troilo y va por la vereda opuesta de "Azúcar, pimienta y sal".
En medio de una versión sentida de "El choclo" y alguna que otra perlita de la obra de Enrique Maciel, el público escucha un acorde y es como si entrara en transe. Es que suena la música de "Cerezas", que integra el espectáculo "Del amor", basado en la lírica de Juan Gelman. La gente escucha y disfruta. Y explota en un aplauso en el último firulete del fueye.
Habrá tiempo para clásicos como "La pulpera de Santa Lucía", donde se luce el rosarino Rivas con un punteo sutil en su contrabajo; seguirá "Milonguita" de Enrique Delfino y de pronto llega un momento sublime, otro más, bah. Se trata de "Merceditas". El folclore se fusiona con el tango y genera una música sin nombre, libre, con la melodía pidiendo pista y hay un fuego cruzado de guitarra, contrabajo y bandoneón que deviene en una sonrisa placentera de Mederos sobre el final.
El cierre vendrá con tres joyitas más. Primero será el turno de "Sur", luego "Romance de barrio" y antes del saludo de despedida llegará "Canaro en París".
En una hora y monedas Rodolfo Mederos demostró por dónde pasa su fibra sensible del tango y que no elige colgarse del título de bandoneonista piazzolleano para que lo vayan a ver. Respeta un pulso, una historia y un sentir. Con eso va para adelante. Cuando se fue, volvió a saludar, pero con la izquierda. Si la mano viene cambiada, mejor oír a Mederos.