De Sheffield a la zona suburbana de Rosario, puede no haber demasiadas diferencias en momentos de crisis laboral. Así lo plantea "Despojados", la adaptación que hizo el actor y director Luis Fittipaldi de "Full Monty", o "Todo o nada", el título con el que se conoció la película de Peter Cattaneo en su estreno en Argentina en 1998. La obra sobre un grupo de amigos que decide montar un show de strippers para generar ingresos, "hace una crítica al sistema con verdadero sentido del humor", dijo Fittipaldi. Pero, además, muestra cómo estos personajes, ante "el mayor despojo que se puede sufrir como es la quita o pérdida del trabajo" rescatan "el sentido solidario ante esta afrenta" con la idea de "recuperar la superación personal y la autoestima". La pieza es interpretada por Gastón Legaristi, Héctor Bellomo, Raúl Yacopini, Ariel Fumis y Cristhian Ledesma, además de Fittipaldi. Se estrena hoy, a las 22, en Club Fosse (Falucho 270 bis), y volverá a presentarse mañana a la misma hora.
—¿Cómo y por qué surge la idea de hacer esta adaptación de "Full Monty"?
—A razón de un amigo actor, Gastón Legaristi, hoy en el elenco, y también alguien con quien yo ya había trabajado más de una vez en teatro y compartido cortos de cine y publicitarios, que me hace conocer la instalación del Club Fosse y le propongo reescribir a partir de esa idea, ya que era un sitio ideal para desarrollar una puesta en escena así. A partir de la idea madre de la película de Peter Cattaneo nace "Despojados".
—¿Qué modificaciones introduce con respecto al original?
—Es como una versión libre, abierta, hecha en casa, un replanteo del sempiterno tema del desempleo visto como eje de una comedia social, donde se hace una crítica al sistema con verdadero sentido del humor. Las fantasías de los personajes son universales, en Inglaterra, como en Rosario, sin dudas.
—¿Cómo es la adaptación a Rosario? ¿De qué manera aparece la ciudad?
—Mi idea fue que se desarrolle en la zona suburbana de nuestra ciudad, con gente común que celebra -aquí añora- cosas simples como comerse una faldita o una entraña en familia o con amigos los fines de semana, armar un karaoke, pasarla bien, algo que nos es inherente, pero la imposibilidad de tener un laburo efectivo lo complica. Estos tipos observan que en nuestra ciudad se llenan, pese a las crisis, los bares y sitios de encuentros, pero uno de ellos precisamente descubre que el consumo mayor lo hacen las mujeres. La cosa será hacer algo para captar la atención de las señoras, y ellos creen que convertirse en strippers masculinos les servirá tanto como para hacer un dinero como para llamar la atención de su carencia y finalmente también para no caer en alguna depresión pasajera.
—¿Quiénes son estos personajes rosarinos?
—Son seis bien distintos que aunque hay un hilo común -necesidad económica y hasta cierto gusto por bailar-, se agrupan para montar un show de aquellos. Incluso juegan un rato a ser standaperos o hasta conformar una desopilante maquinaria sexual tan solo con actitudes corporales o mímicas. "El Vasco" Irureta -que encarno- es quien convoca o agrupa a estos, soy una especie de audaz soñador, casi un romántico idealista que sabe insuflar estímulos en el resto. Owen en cambio es alguien absolutamente dependiente de su mujer evangelista -que en cierto modo desea romper algunas cadenas invisibles que arrastra desde hace muchos años-; está también Bruno -el mas deseoso de mostrar sus partes y seducir por ejemplo desde el baile del caño o cuando ambos intentamos hacer una coreo del "Baile del Serrucho". Por su lado Pinzone ha quedado solo con una ex muy lejos -en Rada Tilly- y con hijos ya grandes que hacen su vida; Tito Sívori es un aparato verdaderamente: jocoso y siempre tiene una salida muy argenta de tomarse cosas en solfa, y finalmente está Batallán, el más joven, que ha sido supervisor en la fábrica de motores donde trabajaban todos. Alguien en un principio resistido por ellos, pero otro despedido al fin.
—El contexto de la película es el efecto de las políticas económicas neoliberales de Margaret Thatcher que dejaron 3 millones de desempleados. ¿Cómo se resignifica aquel relato de 1997 en la actualidad?
—Son tiempos de crisis, de muy malas dirigencias políticas y la obra plantea esto de la posibilidad de una reforma laboral donde van a desaparecer a futuro profesiones específicas como bibliotecarios, cajeros de banco, carteros, boleteros, operarios textiles, porque la necesidad de recortes se siguen sucediendo en todo el mundo. Y es mayor la flexibilización de las condiciones de trabajo en la clase obrera, se sabe.
—La película de Peter Cattaneo describe con humor el ingenio y la tenacidad de un grupo de desempleados para revertir su situación. ¿Qué mensaje podría enviar eso a quienes padecen hoy esa situación?
—Básicamente se rescata el sentido solidario más que nunca ante esta afrenta. Pero también recuperar la superación personal y la autoestima. El mayor despojo que podemos sufrir es la quita o perdida del trabajo. En lo personal siempre he creído que supera la angustia plena.
—El trasfondo es una situación dramática como el desempleo. ¿Cómo aparece el humor?
—El humor nos sirve para intentar esconder lo trágico siempre, y aquí es sostenido desde una perspectiva cómica, simple, cotidiana. Se recurre al humor que precisamos siempre, cada día para sobrevivir.
—En la película los personajes dicen que sus cuerpos no son perfectos y sin embargo se atreven a mostrarlo. ¿Qué lectura hacés de esa decisión de exhibir públicamente aquello que en otra situación no se haría? ¿Es una decisión desesperada, un último recurso, poner el cuerpo para sobrevivir?
—La idea es hilarante, aunque no deja de ser desesperada, porque nadie en su sano juicio pagaría para que estos amigos te hicieran un espectáculo erótico. Ni para verlos en paños menores. De hecho uno dice que en vez de desvestirlos con la mirada, los van a querer vestir. Ahora ellos se cuestionan el tema de la desnudez y hasta se plantean el sentido del pudor, o la vergüenza. También rescatan eso que una pancita en el hombre puede ser estética y hasta atractiva. Nunca tampoco dejan de ocultar cierto miedo al resultado aunque hay alto grado de curiosidad, entusiasmo y expectativa de triunfo.
—¿Cómo encaró el elenco la decisión de mostrarse sin ropa por un momento?
—La puesta se ha manejado con criterios escénicos, y en parte es transgresora, pero nada gratuito, ni burdo o chocante. Es respetuosa, uno busca llegar al público no que salgan huyendo, y menos en estos tiempos, que se necesita que la gente vaya al teatro y olvide por un ratito sus problemas.