¿Quién no quiere vivir otra vida? La pregunta queda picando en la cabeza de cualquier mortal,
más allá de que le guste o aborrezca lo que hace todos los días. Al ferretero que protagoniza
Miguel Angel Rodríguez en “La vida debida” no le va nada mal, pero un día decide
cambiar, sólo en busca de su felicidad, nada menos.
Algo parecido le pasa a este actor, que se cansó de cosechar éxitos en la televisión y ahora va
“a tocar otra tecla”, como él prefiere designar este cambio de hábito. De la pantalla
chica y la exposición al rojo vivo, Rodríguez pasó al teatro, con una obra intimista y cálida, para
un público que ame el grotesco, y para reflexionar con sentido del humor. De eso se trata “La
vida debida”, que se presenta hoy, a las 21, en el teatro Broadway, San Lorenzo 1223.
—¿Considerás que se puede vivir otra vida?
—Quién no quiere vivir otra vida, y ése es el tema de la obra. Es un texto de Paco Hasse
que habla a las claras de la necesidad del ser humano en general y del hombre en particular. Yo
hago el protagónico, interpreto a Aníbal Fenoglio, un ferretero que a los 50 patea el tablero y
pone una academia de tango. La obra plantea que cambiar duele y que seguir pica, y que si te pica
te rascás y así seguís toda la vida.
—¿Qué pasaría si no trabajaras de actor?
—Yo soy un agradecido, pero todavía me falta mucho por hacer, por ejemplo hice sólo tres
películas en mi carrera y me gustaría hacer muchas más. En el teatro me encantaría hacer más cosas,
pero pasa que soy un animal de televisión, nací ahí y la tele me ofrece un montón de posibilidades.
Creo que poder pegarla y vivir del teatro sería fascinante, porque la respuesta es inmediata.
—De todos modos, si hubieses podido elegir otra vida, querrías haber sido número 9 de
San Lorenzo de Almagro.
—Sí, seguro, esa es la vida que me debo. La emoción que me trae el fútbol es increíble. En
Rosario me gustaría pisar el césped de Central o el de Newell’s. Pisar una cancha de fútbol
me impone una pasión enorme. Todos los fanáticos del fútbol somos jugadores frustrados, y por
supuesto que me hubiera gustado ser como Héctor Scotta, de San Lorenzo. Aunque, para estar en el
césped, atajé diez años en un equipo de hockey, más que nada fue para despuntar el vicio,
viste.
—¿Por qué elegiste una obra de perfil más bajo?
—Sí, no es una obra reconocida, no es “La jaula de las locas”, que cuando la
hicimos reventó todo.
—¿Buscaste otro camino artístico?
—Quise algo más intimista, me gustó tocar una tecla diferente. Cuando Paco me convocó me
gustó, es una obra costumbrista, un grotesco, es algo más «sandrinesco», una cosa que conjuga el
mensaje al corazón y la lágrima. A lo mejor no apunta al chiste pero sí al humor, a la comedia. Yo
sé cuándo va a reírse la gente y cómo la puedo hacer llorar, porque el texto es redondísimo y te lo
permite. Me sedujo porque puedo crecer.
—Claro que fue un año atípico en tu carrera.
—Sí, esta fue una elección diferente en un año diferente. Yo iba a hacer “Mañanas
informales” con Maju Lozano, que es una divina, pero la crisis mundial y la lucha de poderes,
que uno no conoce ni sabe cómo es, hizo que no esté ese programa en el aire. Desde ese lugar fue
una elección obligada en lo que hace a la tevé. Aunque esta obra es un placer y un desafío.