La temporada final de “Luis Miguel. La serie” llegó silbando bajito. Netflix la estrenó anticipadamente y con poca publicidad (¿por temor a las amenazas de juicio?), y subió a la plataforma los cinco capítulos juntos, descartando la secuencia semanal de las temporadas anteriores. Justamente fue la segunda temporada la que dejó sabor a poco, y por eso las expectativas con respecto a estos episodios finales eran más bien bajas. Error. Afortunadamente un error. Para sorpresa de muchos, esta tercera temporada se guardaba bajo la manga cinco capítulos compactos, con gran ritmo narrativo, con personajes secundarios potentes y con un Diego Boneta en su mejor forma, dando vida al Luis Miguel de los últimos años, el más oscuro, hermético y controvertido.
Como siempre, la trama se desarrolla en dos líneas temporales: a mediados de los 90, cuando Luis Miguel intenta entrar en el mercado de EEUU, y en 2017, cuando el Sol de México ya no es ni una sombra. Ese Luis Miguel se la pasa encerrado en su casa de Beverly Hills tomando alcohol, con novias ocasionales, maltratando a los que trabajan para él y con una carrera hundida por conflictos económicos, legales y personales. Está arruinado, lo sabe y casi ni le importa. Boneta _que en la segunda temporada parecía incómodo tras capas de maquillaje y efectos_ acá se mueve con una naturalidad notable. Su Luismi de casi 50 años se parece mucho al Elvis de Las Vegas: decadente, entrado en kilos y muy lejos de las glorias pasadas.
Si la segunda temporada resultó monótona fue porque carecía de grandes revelaciones y porque además se extrañaba mucho la figura de ese villano perfecto que había sido Luisito Rey. Aquí esos puntos flojos desaparecen porque hay conflictos jugosos para desarrollar. En primer lugar está el romance entre el cantante y Mariah Carey (la británica Jade Ewen), que duró tres años, terminó muy mal y estuvo lleno de idas y vueltas. La serie muestra a la pareja como dos egos en permanente tensión, con un Luis Miguel celoso y posesivo y una Mariah que busca imponerse como mujer independiente, famosa y millonaria. En segundo lugar está la problemática relación del protagonista con su hermano Sergio, un cantante que no pudo desarrollarse y del que poco se sabe. Y finalmente la serie se enfoca en un nuevo villano, Patricio Robles, el turbio representante que va a terminar estafando a Luis Miguel en grande. Robles (que fue presentado en la segunda temporada) es uno de los pocos personajes de la serie que no existió en la vida real (se supone que está inspirado en el manager Mauricio Abaroa), pero acá gana mucho espacio con peso propio, funcionando como el antagonista ideal.
Se sabía de antemano que la realización de la última temporada no iba a ser fácil, porque presentaba el desafío de nombrar y retratar a personas que están vivas y cuyas historias son cercanas en el tiempo. Los productores tuvieron que hacer malabarismos en casos puntuales (la ex esposa de Luis Miguel, Aracely Arámbula, y los dos hijos de la pareja no podían aparecer en la ficción, por ejemplo), pero los guionistas lograron resolverlo con pequeños recursos, sin entorpecer los mecanismos narrativos.
Del impresionante éxito de sus comienzos en 2018 hasta este final que merecía otro estreno (más publicitado, menos apresurado), la serie sobre el ídolo mexicano resultó, aún con sus flojeras, un enorme acierto: con un despliegue de producción notable y muy buenas actuaciones sacó a la luz una de las historias más novelescas de la música popular y además mostró, sin tapujos ni eufemismos, las miserias que esconde el negocio del espectáculo.
Nuevo Avance - LUIS MIGUEL Temporada 3 - La Serie