“Es como cumplir el sueño del pibe después de los 60. Se me presentaron esas oportunidades y no las quise desaprovechar por más que, desde luego, sigo teniendo como marca de fábrica el monólogo político, y me encanta hacerlo”. Quien lo dice es Enrique Pinti, y se refiere a la serie comedias musicales que protagonizó desde 2005 hasta “Vale todo”, la obra que lo traerá nuevamente a Rosario el viernes, sábado y domingo próximos, al teatro Broadway, siempre a las 21.30.
—Sí, en los últimos diez años hice dos años “Los productores”, con Francella, después dos años “Hairspray”, y durante otros dos interpreté esta comedia, así que hice tres musicales muy importantes en la última década. Toda la vida quise hacerlo. Desde que era chico soy un admirador del cine, y en el cine se daban muchísimas comedias musicales, americanas y de otros orígenes también, pero fundamentalmente americanas. Soy un espectador de Broadway habitual. Desde el año 77 tengo la suerte de poder hacer viajes tanto por Estados Unidos como a Europa y lo que voy a ver en Estados Unidos y en Londres son fundamentalmente comedias musicales. Debo haber visto unos ciento y pico de musicales.
—Eso me encanta hacerlo. De todas maneras, tanto “Salsa criolla” como “Candombe nacional”, como “Pinti canta las 40”, o “Pingo argentino”, “Antes de que me olvide”, “Pericón.com.ar” y “Pan y circo”, siempre los hice con compañía. Lo que pasa es que era la cosa destacada de los monólogos y los sketches rodeado de un elenco. Por lo tanto estoy muy acostumbrado. Muy rara vez, salvo en las giras, he hecho un unipersonal en solitario. El stand up lo he hecho también, pero bastante salpicado. Estoy muy acostumbrado a trabajar con compañía. Pero una cosa es hacerlo en un espectáculo que vos dirigís, concebiste y escribís e interpretás y los demás te acompañan, que trabajar con elenco haciendo obras que no son de uno. Quizás porque estoy muy acostumbrado a llevar la mochila permanentemente yo, esto me resulta más aliviado porque la responsabilidad está más repartida, porque no soy el autor, porque tampoco dirigí, porque estoy cumpliendo el rol actoral, que es lo que yo quería hacer de chico, cuando tenía 7 u 8 años. No soñaba con dirigir, ni con escribir, ni mucho menos hacer un análisis de la situación actual, política, nada. Quería actuar. Es como cumplir el sueño del pibe después de los 60. Se me presentaron esas oportunidades y no las quise desaprovechar por más que desde luego, sigo teniendo como marca de fábrica el monólogo político y me encanta hacerlo.
—¿Qué destacás del trasfondo de esta comedia musical, o es un divertimento?
—Es un divertimento súper liviano. Si uno le quiere encontrar otra cosa, la va a encontrar porque Cole Porter escribió esta obra y la estrenó en 1934 en una época de crisis en Estados Unidos. Venían de la década del treinta con fortunas que se esfumaban en menos de lo que dura un pedo en un canasto, una crisis económica infernal, ollas populares, desocupación. Estaba por asumir Roosevelt, que hizo un New Deal, un nuevo acuerdo, para poder capear ese temporal. Se estaban preparando para la Segunda Guerra Mundial, estaba el nazismo y el comunismo, dos extremos en plena efervescencia. De alguna manera Cole Porter, un hombre que le gustaba andar por Europa, no era un americano ciento por ciento, sino que tenía una visión corrosiva y satírica de su propia sociedad, en “Vale todo” lo que destaca es el valor de la fama. Aunque sea la fama de los bandidos. En ese momento, los grandes personajes de la actualidad eran los contrabandistas de alcohol, por la Ley Seca. Los grandes contrabandistas que formaron la mafia, Al Capone, la mafia siciliana que estaba en Nueva York y en Chicago, eran los protagonistas absolutos. Y por supuesto estaban las estrellas de cine, que también eran muy protagonistas.
—¿Cómo se relaciona eso con el crucero de “Vale todo”?
—Esto es un barco que va de Nueva York a Londres y el capitán no está desesperado por saber si están bien las turbinas, está desesperado por que le suban famosos. Porque Chaplin dijo que iba a ir y no va, y el príncipe Poronga no va, y el tipo está desesperado. Manda a su contramaestre a que por favor le encuentre algún famoso borracho en algún bar y lo traiga en pedo, para poder tener un crucero de famosos. Y en ese crucero de famosos está una cabaretera un poco cascoteada que hace un show de pastora, con aleluyas, algo que estaba muy de moda. Es una sociedad en crisis, con hambre, con problemas, con sed de famosos, donde hay pastores truchos. Hay de todo. Esto lo escribió en el 34 y se puede aplicar hoy en día a la República Argentina de una manera atroz. No es el fin ni el mensaje del espectáculo, pero es el trasfondo. Entonces, es superficial, es divertida, es graciosa, pero es esto: esta cabaretera sube ahí para engrupir gente con el Evangelio, y al mismo barco sube un tipo del cual ella está enamorada pero que él está enamorado de una millonaria totalmente inaccesible, y que se embarca como polizón para estar con la mujer que ama. Ella se embarca como chanta haciendo dos shows por día y mi personaje es un bandido, un gangster, pero el número 13, no el número 1, está tirado, le sale todo como el orto y sube al barco vestido de cura. Entonces, disfrazado de cura, un gangster de décima tercera categoría, con una cabaretera cascoteada enamorada de un muchacho que no está enamorado de ella, es una especie de crucero de perdedores en una época de perdedores y en una época de crisis. La música es extraordinaria y todo, pero la podés ver por ese lado también y tiene su trasfondo.
—¿Puntualmente qué cuestiones se pueden aplicar a la Argentina?
—En todo. El ansia de popularidad. Acá sos famoso y no importa si lo sos porque mataste a alguien o porque asesinaste. Sos famoso porque sos un narcotraficante importante y sos el éxito de la televisión porque están haciendo la biografía de un narcotraficante asesino y tremendo, y ¡viva, viva!. 100 de rating. Hay una especie de revalorización de los valores negativos hoy en día que por eso digo que puede estar como conectado. Crisis económica, la tenemos nosotros, la tiene Europa, la tiene todo el mundo. Estamos en un mundo que cambió mucho, pero que fundamentalmente parece el mismo.
—En Semana Santa del año que viene reponés “Salsa criolla” por los treinta años del estreno. ¿También vas a hacer el balance de los últimos diez años?
—Sí, claro que lo voy a hacer. Parece muchísimo, pero se puede resumir. Nos gobierne quien nos gobierne siempre terminamos con problemas con el dólar, quilombo, inflación y cosas que no se puede saber de dónde salieron. Nos gobierne quien nos gobierne tenemos una crisis tremenda, sabemos salir de la crisis inmediatamente, pero después prolongamos esos remedios que se usan nada más que en artículo mortis, y se los seguimos aplicando al enfermo hasta matarlo. El uno a uno servía, para un año, no para diez. El nacional y popular servía, para salir de aquella venta del país, pero no para diez años con subsidio a muerte. Somos buenos para reanimar. Tenés un infarto, vamos los argentinos, te hacemos el boca a boca y te salvamos de la muerte, después te damos tantos disgustos que te matamos. Es todo muy distinto y llegamos siempre a los mismos resultados negativos. Algo nos falla, no sólo a los gobernantes, sino a nosotros como pueblo.
—¿Esos disgustos que mencionás influyeron para que te alejaras del monólogo político?
—No, la verdad que no. Fueron las propuestas que llegaron en ese momento y dije no puedo seguir pateándolas para adelante porque voy a tener una edad que no las voy a poder hacer. En cambio el monólogo político, con una silla de ruedas, con una cucaracha por si me olvido de algo, lo voy a poder seguir haciendo hasta los 104. Pero estas cosas me las ofrecieron entre los 60 y la muerte, y dije voy a agarrar.
—¿Y alguna prevención, o algo personal que te haya dicho que en este contexto mejor no hacerlo?
—Medio me hinchó las pelotas porque la gente está muy irracional y además se inventó Twitter que es el primer asesino del siglo XXI. Directamente vos decís una cosa, alguien no está de acuerdo y amparándose en el anonimato de Twitter te mandan maldiciones a tu padre y a tu madre. Yo no tengo Twitter, pero vienen y te lo dicen, “che, sabés que te mataron por Twitter”. Y la verdad no tengo ganas. No tengo ganas, pero bueno, qui venga lo qui venga
—¿Cómo te sentís de nuevo en la televisión como jurado de “Tu cara me suena”?
—Estoy muy feliz porque se trabaja en un clima muy bueno, sin agresiones, sin problemas, sin quilombo. Ya había visto el año pasado el programa y por eso acepté. Y los tuits fueron buenos, gracias a Dios (risas).