Detrás de cada acción hay una búsqueda. El salto al vacío de los perros en el Parque España estaba (o sigue estando) motivado por un sonido indefinido, por un engaño visual, o vaya uno a saber qué cosa. Ese hecho que fue noticia nacional en los 90 fue tomado por el cineasta rosarino Hugo Grosso para darle encarnadura humana al gesto de los canes. No en vano el programa en el que trabaja y guiona el protagonista Ariel (Machín, siempre efectivo) en España, se titula “Animalidad”. Grosso quiso hurgar sobre ese pulso salvaje que atraviesa a los mortales y fue por ello con esta buena historia, filmada íntegramente en Rosario en plena pandemia, y con participación clave de actores y técnicos locales. Ariel recibe un mensaje en su celular de un tal Magritte. Sí, el nombre del mismo pintor surrealista que había dicho: “Todo lo que vemos esconde otra cosa, siempre queremos ver lo que esta escondido detrás de lo que vemos”. Y esa otra cosa no es nada menos que un amor, Laura (Scarpetta), que parece del pasado pero es presente. “Siempre se trata de Laura” dirá Ariel a horas de empacar para Rosario con el objetivo de investigar de qué se trata el suicidio de los perros en la barranca del Parque España, pero en verdad sabe que hay más acertijos por revelar. En un relato muy bien guionado por Grosso, con referencias apropiadas a la metáfora animal-humano, la película va ganando en intensidad dramática mientras más secretos descubre Ariel. Primero una tía (Marta Lubos, impecable) le revelará detalles sobre su familia, y él se irá reencontrando con esos espacios que nunca quiso abandonar. Pero habrá algo que lo obnubila: ¿Juani, el hijo de Laura (Lorenzo Machín), será su hijo? Ese misterio lo llevará a ponerse cara a cara con su mejor amigo José María (brillante labor del actor uruguayo Roberto Suárez) -que fue quien se casó con Laura y supuestamente es el papá de Juani- en un enfrentamiento que bien puede linkear con un western urbano. Es en esa tensión donde explota “Perros del viento”. Porque en esa rivalidad, en ese amor-odio de amigos, se respira el mismo aliento fétido de los perros que se pelean en la calle porque desean el mismo hueso. Pero estos animales humanos saben cuánto duele el amor. Incluso uno dice que ya está “cansado de ser el perro boludo en esta jauría”. Una historia de acá, con amores perdidos y amores encontrados. Y con la búsqueda como motor de proa, asomando tras la barranca.